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No hay nada que este país odie más que un traidor.
El 13 de Diciembre del 2010, todos los canales de televisión se hacían eco de la misma noticia. El Capitán III de Mission Row, de la ciudad de Los Santos abandonaba la comisaría por la puerta trasera, escoltado por aquellos que lo habían considerado un día un superior ejemplar. Al otro lado de la televisión, su mujer, Catherine y sus dos hijas, se enteraban de su detención gracias a las cámaras.
Tres meses más tarde, se le condenó a treinta y cinco años de prisión y una multa de dieciocho millones de dólares por encubrir una de las mayores tramas criminales de la historia de Los Santos y, además, acabar con la vida del Oficial III Seymour. Una semana después de la resolución del juicio, el Capitán Whitman fue encontrado muerto en su celda: no hubo más investigación. Algunos titulares lo tacharon de cobarde.
“No existe la justicia, ni aquí ni en ninguna parte” Sybille Whitman Promoción 2012-2016 Licenciatura en Derecho y Ciencias Políticas ULSA
Sybille se graduó con la mejor nota de su promoción, alentada por una verdadera pasión por las leyes. Por aquel entonces, vivía aún con su madre y su hermana, pero se mostraba ambiciosa con el futuro, cualidad que su madre veía, en cierta forma más como una amenaza que como una promesa de seguridad. Al fin y al cabo, Catherine sabía de primera mano que la ambición llamaba al poder y a su vez, esta tendía a corromper hasta al más correcto de los mortales, como lo había sido su marido.
***
—Dígame, ¿sigue teniendo esas pesadillas?— le dice el psicólogo. Sybille se acaricia la frente e inspira profundamente. Piensa durante unos segundos su respuesta.
— Bueno, doctor Reynolds… no me importan los sueños. Lo que menos me preocupa es lo que ocurre cuando no estoy despierta.
— Eso cree usted. Pero tiene relación… Todo tiene un porqué. Cuando sueña con su padre… Dígame, ¿qué es lo que este le intenta decir?
La mirada de Sybille se pierde en el techo. Durante unos segundos, se fija en las pequeñas grietas que pasan desapercibidas cuando uno entra en el despacho del doctor Reynolds. En realidad, la habitación no es tan nueva. Está vieja, pero alguien le ha dado una buena capa de pintura blanca y ha hecho que luzca bonita con muebles huecos. Pero detrás de todo aquello, se cae a pedazos. Ahora ya no le parece un lugar tan impecable, tan limpio, tan perfecto, sino más bien una farsa. Todo lo es, de todas formas, si uno se fija bien.
— Nada— le dice, sonando brusca. De nuevo, vuelve a fijar la vista en el hombre. Tiene una mirada bastante fría—. No puede decirme nada.