Cyrus Reid.



  • Cyrus Reid.

    Nací un 15 de noviembre del año 2000, un año de mierda si me preguntan pues estaba a caballo entre los gloriosos 90’ y el nuevo siglo. Lo cierto, es que este nuevo siglo durante mucho tiempo me pareció una mierda, con su crisis económica que a mi generación pilló de golpe, pero, sobre todo, lo que me haría tener un pensamiento completamente distinto a mis predecesores es que soy cómo se suele decir, un; millenial.

    En resumen, una puta mierda todo porque la mayor parte del tiempo en mi existencia he estado en crisis, no crisis sentimentales o algo así -que también- sino en crisis económicas que han convertido a mi generación en una de las más reaccionarias, si me paro a pensar, desde los dorados 60’ y 80’. A ver, a mí la puta Historia nunca se me dio bien y no presté demasiada atención nunca a las clases, pero lo cierto es que me ha servido para adquirir cierta perspectiva en mi día a día.

    Estaría bien, no obstante, poner en situación. Estamos en Lisses, un pueblo de Francia en el que, ciertamente no es que se pueda hacer mucho. Aquí crecieron mis padres, sobre todo mi padre que era el nativo de aquí, aunque tiene ascendencia alemana. Y mi tío Axel, que es británico pero que echó dientes en este sitio. Lo cierto es que ya desde pequeño escuchaba las historias de mis mayores sobre cómo hacían parkour y cómo se metían en líos, follones en los que siempre participaba mi madre de manera directa o indirecta. Y la verdad es que me sentía maravillado con cada pequeña historia que mi madre me regalaba.

    Esta historia sobre mi padre tiene tela. Primero porque mi padre dejó a mi madre antes de nacer yo sin pararse a pensar que me iban a tener. Él jamás lo supo y realmente no le culpo, estaba a sus cosas y se tuvo que pirar a Inglaterra. Axel se había ido con dieciséis años y ya estaba haciéndose una carrera en el periodismo cuándo yo tenía como no sé, quince años.

    Yo que sé, la vida. La cosa es que mi madre, Selene Reid -porque siempre prefirió usar ese nombre- se encargó de mí como la mejor madre del mundo. No era una madre típica, trabajaba en un bar hasta que no pudo más. Yo iba a clases y lo cierto es que jamás me faltó de nada, pero puede que, debido a las carencias y a la falta de un padre, con catorce años empecé a juntarme con quién no debía.

    Todos hacemos alguna triste locura por amor, por drogas o porque simplemente nos mola la idea de jorobar a otro. Yo me encargaba de jorobar a mi madre saltándome las clases y pirándome a fumar por ahí con los que consideraba «amigos», gran error. Un colega jamás te pondría un porro en la boca o un botellín de birra.

    Recapitulemos, tenía catorce años y ya me gustaba jorobar a mi madre, pero lo cierto es que no esperé nunca lo que iba a suceder. Era un miércoles, lo recuerdo porque en el instituto ponían ese puré de patata tan asqueroso para comer y que obviamente, yo no hacía. Llegué a casa temprano, sobre las tres de la tarde de saltarme las dos últimas clases: Literatura francesa y mates. Al llegar a casa no había nadie, esperé hasta las cinco de la tarde preguntándome qué coño estaba haciendo mi madre que no había llegado a casa, mientras me atiborraba a escuchar música dance.

    Empecé a incomodarme, a tal punto que decidí volver hacia el bar de mi madre, el Josi’s. Allí, cerca de un callejón que lindaba con el lugar estaba tirado un cuerpo rodeado de patrullas de policía. Mi madre estaba tirada ahí con un par de tiros, jamás me olvidaré de eso. La mayoría de las historias trágicas y con final feliz empiezan con una muerte familiar: Batman, Spider-Man, yo que sé, todo el puto mundo tiene a alguien bajo tierra que le hace convertirse en alguien mejor. En esta historia borraremos el final feliz porque no lo hubo, me piré corriendo y estuve mucho tiempo ingresado por un ataque de ansiedad en el Hospital.

    En el tiempo en el que tuve que afrontar el entierro de mi madre, la gente del pueblo me miraba cómo si fuese un extraño o casi un cadáver andante. Vagaba sin rumbo mientras iba al instituto y volvía, sólo. Mis abuelos se encargaban de todo, mudándose a Lisses. Jamás me llevé bien del todo con ellos y entiendo por qué mi madre tampoco. Eran unos estirados de Toulouse.

    No tardé mucho en pirarme, con quince años, tratando de ir a París. Hice autostop y las experiencias que viví son un poco peligrosas de contar, pero empecé a hacer buenas migas al llegar a la capital con unos tíos de una barriada negra. Yo era mulato así que ciertamente el color de piel jugaba a mi favor, me acuerdo de Ahmad, un inmigrante sin papeles que había llegado desde Marruecos, también de Ariana que iba al Santa Micaela y quería estudiar Biología. Pero el que más me marcó es Nansy. Nansy, ese maldito cabrón me enseñó las cosas buenas de la vida mientras robábamos llantas de los coches estirados de las avenidas y ensanches por las noches, pero también me enseñó a cómo meterme en líos.

    Empezamos a frecuentar algunos lugares poco deseables y acabaron por meterme en un follón con unos tíos a los que robamos las llantas de sus Aston Martin. Acabé en un maldito monasterio al cargo de los jesuitas. Allí conocí al padre Beoca y supongo que fue el que me logró meter en vereda. Ese monasterio o reformatorio, era un puto desastre, pero Beoca empezó a echarme un cable con los estudios. Me puse al día porque no tenía nada mejor qué hacer y empecé a estudiar lo que me gustaba realmente, meter las narices dónde no me llaman para descubrir más sobre mi madre.

    A los dieciocho me gradué y me piré a París nuevamente para estudiar periodismo mientras empecé a hilar cabos de por qué el nombre de mi padre comenzaba a cobrar fuerza. En la Universidad acabé metido en el activismo político e informático. Lo cierto es que lo pasábamos bien, sin entrar en detalles diré que… aprendí bastante. Era cojonudo, a decir verdad. Tras tener noticias de los movimientos de mi padre y Axel en Inglaterra decidí volver a Lisses para tratar de resolver el por qué una simple camarera como mi madre había muerto años atrás.

    No encontré nada, y la impotencia se apoderó de mí durante estos dos años. Lo cierto es que jamás he sabido gestionar este tema y en cuánto pasa más tiempo, peor me siento. Me eché una novia e imagino que todo iba bien hasta que la dejé tirada para perseguir a mi padre y poder actuar como periodista. Me dijeron que, en Los Santos, en general en América las cosas funcionaban distintas, así que pedí una prórroga de estudios.

    Y heme aquí, en esta ciudad de mierda. Una ciudad que no me gusta pero que creo que a la larga lo hará. He encontrado un trabajito bastante bueno en una empresa de periodismo llamada Weazel News, trabajó mi tío Axel en ella -un tipo bastante agradable-, pero mi padre es un cretino al que me costará cogerle cariño. Lo cierto es que somos más bien colegas, no tanto ese rollo de padre e hijo que no nos gusta a ninguno de los dos.
    Me siento raro aquí, porque noto que voy a empezar a vivir, como si no hubiera tenido experiencias antes, pero creo que toda esa mierda se debe a que por fin voy a poder ser lo que tengo en mente, que voy a poder ser yo mismo.

    No lo sé, es raro, pero a la vez me motiva para seguir adelante y escribir cualquier cosa que se me ocurra. Se me ocurre escribir sobre el marxismo, el ecologismo e incluso el activismo, pero la cosa está difícil, así que supongo que la ciudad tendrá que encontrar otras vías para ello. He conocido a gente buena aquí, he hecho amigos -creo- y también enemigos -con toda seguridad- pero me da igual. Lo único que me importa es seguir con el activismo y el periodismo, así sea en internet o no. #FreeMyrmidon.


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