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Hoy se mandaron a dos de nuestros hombres a realizar una investigación a una de las tiendas de ropas que había tenido un exceso de dinero estos días. Así que se les habló claro a los chicos dándole la información requerida para que el plan saliera con éxito. Se buscó a Tyler y a James para que fueran los encargados de monitorear la misma. Queríamos saber que dinero ganaban por día y que provoco el abastecimiento de dinero en ese lugar. Así que se dejó todo en mano de los chicos.
James y Tyler se reunieron y decidieron nombrarle al la ejecución el plan cartílago.
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Tyler tomo la iniciativa y decidió buscar unos planos de la tienda de ropa ruta 68 - lago zancudo, le mostró a James que puntos podían observar la tienda y tener visión de esta y su entorno. Así que decidieron charlar sobre otras opciones y estrategias para que el plan cartílago saliera excelente. Duraron varias horas pensando, hasta que tomaron la decisión correcta. Así que se retiraron y se dirigieron hacia su vehículo nuevo para realizar la hazaña.
Al salir de la propiedad agarraron el vehículo y de dirigieron hacia la tienda, durante el camino pusieron música para relajarse, para cuando llegaran al sitio todo saliera a la perfección.
Cuando llegaron a la tienda hicieron el plan cartílago como lo habían planeado, fueron al punto donde estarían vigilando la tienda. Donde tendrían paciencia mientras pasaba el momento indicado.
Durante la vigilancia del sitio vieron cosas muy sospechosas que al parecer podría ser una de las razona por la cual el lugar estaba teniendo picos de dinero.
Tomaron la decision de bajar, para tomar fotos a la tienda con mas claridad y ver el interior mas detallado de esta.
Al tener todo calculado proceden ingresar a la tienda y hablar con el vendedor o propietario de la tienda.
Al principio el vendedor no quería colaborar con Tyler, pero poco a poco comenzó hablar y colaborar con Tyler y James.
Tyler al tener la información requerida por Patrick se retira de la zona con una sonrisa en su rostro dejando a James en la tienda.
James se encarga de quitarle todo el dinero a Patrick mientras Tyler los espera en el coche para retirarse de la zona he investigar lo de las herramientas mas profundo.
Tyler esperaría afuera de la tienda a James mientras este se encarga de retirarle todo el dinero a Patrick, saliendo de esta se irían a contar el dinero y charlar sobre la información dada por Patrick. Cogerían su rumbo mientras Tyler estaría al volante observando a James contar el dinero.
Tras terminar esto volvieron a la propiedad y tomarse unos vinos mientras pensabas en la información. Se pusieron ropa de civil mientras seguía las pistas de las entregas de herramientas que llegaban a la zona, se llegó a la conclusión de que las bandas criminales prestaban seguridad a la tienda con el beneficio de que Patrick solicitara herramientas haciendo que estas salieran a nombre de la tienda haciendo que no sea detectado por la policía, así ganando dinero en ambas partes. Las herramientas estas llegaban cada semana, usadas para realizar secuestros y torturar a las víctimas que se metieran con el norte y demás. Una investigación difícil pero con gran magnitud para nosotros. Gracias a esto sabemos todo sobre esta zona, a que hora llegan por las herramientas, patrullajes y dinero manejado en la tienda por Patrick y las bandas criminales.
Gracias a esto podemos brindar por un mejor día en Los Santos.
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La noche caía sobre Los Santos mientras los miembros del grupo se reunían en un lugar secreto, lejos de miradas indiscretas. Aunque el grupo no tenía un nombre oficial, todos lo llamaban "La Familia" para mantener su anonimato. La reunión había sido convocada para discutir la organización interna y el trabajo a futuro. En una mansión lujosa de la ciudad de Los Santos, una mesa redonda estaba llena de miembros, cada uno con un papel crucial en la organización.
En la reunión, se habló de la necesidad de los movimientos de las armas y drogas de la ciudad. Se recalcaron temas como el comercio y inversiones futuras en la ciudad. proporcionando una cobertura perfecta para ocultar sus actividades ilegales.
Se designaron diferentes roles dentro del grupo para asegurar que todas las áreas estuvieran cubiertas. Algunos se encargarían de las operaciones legales, como abrir negocios y administrar inversiones. Otros seguirían con las operaciones más tradicionales, pero se les recordó la importancia de mantener un bajo perfil y evitar la violencia innecesaria.
La discusión se volvió más animada cuando se habló de cómo proteger su territorio en Los Santos. En lugar de recurrir a sicarios, se decidió establecer un sistema de vigilancia más eficiente y una red de informantes para mantenerse al tanto de las amenazas potenciales. La reunión concluyó con un sentido de unidad y propósito renovado. Los miembros de la familia se comprometieron a trabajar juntos para asegurar su éxito y su seguridad en Los Santos. Cada uno sabía que la lealtad hacia la familia era fundamental y que juntos podrían lograr cualquier cosa que se propusieran.
Mientras salían del lugar de la reunión y regresaban a las oscuras calles de Los Santos, todos compartían un sentimiento de determinación y camaradería. El grupo estaba listo para enfrentar los desafíos que les esperaban en su búsqueda de poder y prosperidad en la ciudad.
La noche había caído sobre Los Santos, envolviendo la ciudad en su manto oscuro. Los miembros de The Sacred Union se desplazaban en silencio, manteniendo un perfil bajo mientras se dirigían al lugar del intercambio. La misión era simple pero crucial: entregar un cargamento de armas a un grupo emergente que buscaba armarse para tomar control de las calles del sur de la ciudad. El almacén donde se realizaría la transacción era un lugar apartado, ubicado en los márgenes industriales de la ciudad, lejos de los ojos curiosos y de las patrullas policiales.
Los vehículos de The Sacred Union, camionetas discretas pero resistentes, avanzaban lentamente por los callejones oscuros. En sus interiores, cajas de madera reforzada contenían un arsenal variado: rifles de asalto, pistolas semiautomáticas, y municiones más que suficientes para armar a una facción entera. El negocio de las armas era sucio, pero también extremadamente lucrativo, y ellos sabían cómo jugar el juego.
Al llegar al almacén, las puertas metálicas chirriaron al abrirse. El lugar estaba iluminado de manera tenue, con apenas algunas luces fluorescentes parpadeando. Un pequeño grupo de hombres ya esperaba en su interior. Eran el grupo local que se beneficiaría de este trato: jóvenes ambiciosos, ansiosos por adquirir el poder que esas armas les otorgarían. Sin embargo, a pesar de la tensión palpable, ambos grupos mantenían la calma. Sabían que en este tipo de intercambios, cualquier error podía desatar el caos.
Los miembros de The Sacred Union descendieron de sus vehículos con seguridad. Con movimientos precisos, comenzaron a abrir las puertas traseras de las camionetas, revelando el cargamento que había sido cuidadosamente embalado. Uno de los compradores, el líder del grupo, se acercó con cautela, echando un vistazo rápido pero detallado a las cajas.
— Ahí está todo lo que pediste —dijo uno de los hombres de The Sacred Union con voz firme.
El comprador asintió sin hablar demasiado. Sabía que este era un trato delicado y que las palabras innecesarias solo complicarían las cosas. Los hombres de su grupo comenzaron a descargar las cajas, asegurándose de que las armas estuvieran en las condiciones acordadas. Cada rifle, cada pistola, cada cartucho de munición era inspeccionado con cuidado. Todo estaba en orden.
El líder del grupo emergente miró a su alrededor, satisfecho con lo que veía. Con un gesto de su mano, indicó a uno de sus subordinados que trajera los maletines. The Sacred Union no hacía nada gratis, y la cantidad de armas que estaban entregando tenía un precio considerable.
— Aquí está su parte del trato, dijo el líder mientras se entregaban los maletines llenos de dinero en efectivo. El sonido metálico de los seguros de los maletines resonó en el almacén vacío.
Los miembros de The Sacred Union revisaron el dinero rápidamente, asegurándose de que no faltara ni un solo billete. Tras la confirmación, el líder del grupo emergente rompió el silencio:
— Esto nos dará la ventaja que necesitamos. Con esto, tomaremos el control de la ciudad.
Los hombres de The Sacred Union intercambiaron miradas. Para ellos, este no era más que otro trato. Sabían que la lucha por el control de las calles de Los Santos era un ciclo interminable, y que siempre habría alguien dispuesto a pagar por el poder que las armas podían otorgar. Pero su lealtad no estaba con ningún bando. Ellos solo cumplían con los negocios.
El intercambio se realizó con una eficiencia fría y calculada. Las cajas fueron descargadas y trasladadas al interior del almacén. Ninguno de los grupos habló demasiado, sabiendo que el silencio era su mejor aliado en una operación tan riesgosa. Las luces parpadeantes del almacén proyectaban sombras largas en el piso de cemento, mientras el eco de los pasos resonaba entre las paredes metálicas.
Finalmente, cuando el último maletín fue guardado en las camionetas de The Sacred Union, los miembros del grupo se retiraron en silencio, dejando atrás a los compradores con su nuevo arsenal. Los motores rugieron en la noche, alejándose del almacén con el mismo sigilo con el que habían llegado.
Mientras volvían a su base, sabían que habían cumplido su parte del trato. El cargamento estaba entregado, el dinero en sus manos, y Los Santos seguía girando en su interminable ciclo de violencia y poder. Para The Sacred Union, este solo había sido un capítulo más en su historia, otra operación que aseguraba su dominio en el juego clandestino de la ciudad.
La noche envolvía los oscuros rincones de los barrios bajos de la ciudad mientras los miembros de la familia se congregaban en un lugar secreto, lejos de las luces brillantes de Los Santos. Se habían reunido en un estacionamiento improvisado, creando un ambiente auténtico y relajado para compartir su amor por la música y la diversión. Los autos de los miembros estaban estacionados alrededor del estacionamiento, cada uno con su el toque de tuneo de cada miembro de la familia, autos que daban de que hablar en la ciudad de Los Santos. Cada miembro había traído su propia selección de canciones y mezclas, listos para compartir sus gustos musicales. La variedad de estilos reflejaba la diversidad de personalidades dentro de la familia.
Mientras las luces de los autos destellaban al ritmo de la música, los miembros se agrupaban en círculos, disfrutando de la música y el ambiente relajado. Botellas de bebidas refrescantes pasaban de mano en mano mientras compartían historias y risas. Algunos miembros demostraban sus habilidades como DJ aficionados, tomando el control de la música y creando mezclas fluidas que mantenían la energía de la noche en constante aumento. Las risas y las charlas llenaban el aire mientras compartían anécdotas y experiencias.
La noche avanzaba y la atmósfera se volvía más festiva. Los miembros brindaban con sus bebidas, celebrando la camaradería y la diversión compartida. Era un recordatorio de que, más allá de las responsabilidades diarias, eran una verdadera familia que sabía cómo disfrutar de los momentos de relajación.
El crepúsculo caía lentamente sobre Mount Chiliad, tiñendo el cielo de colores vibrantes que contrastaban con la silueta imponente de la montaña. Los motores rugían mientras los miembros de The Sacred Union se preparaban para una emocionante escapada. No se trataba de un negocio clandestino ni de una misión secreta; esta vez, la hermandad se aventuraba en una ruta off-road, buscando adrenalina y un respiro de las tensiones de la ciudad.
Cada uno revisaba su vehículo, asegurándose de que las suspensiones, los neumáticos todoterreno y el equipo de emergencia estuvieran listos para el desafío que les esperaba. Conocían bien las rutas traicioneras de Chiliad, donde una curva mal calculada o una roca suelta podía ser el final. Sin embargo, eso no los disuadía; sabían que el riesgo formaba parte de la recompensa.
El convoy comenzó su ascenso, avanzando con precisión por los estrechos caminos de tierra. La primera sección era relativamente fácil, aunque polvorienta y llena de obstáculos menores. Los más experimentados lideraban la marcha, mientras los demás seguían de cerca, atentos a cualquier instrucción transmitida por radio. Se podían escuchar risas y bromas entre los motores; la camaradería de The Sacred Union era tan fuerte como su destreza en las calles.
A medida que subían, el paisaje se volvía cada vez más agreste y peligroso. Los caminos serpenteaban por acantilados vertiginosos, y las ruedas se aferraban con fuerza a la roca inestable. Pero la emoción de la aventura superaba cualquier miedo. Los miembros demostraban sus habilidades al volante, sorteando con maestría cada roca, cada curva cerrada y cada desnivel.
— Cuidado con el terreno que se viene —avisó uno de los veteranos, señalando un tramo particularmente complicado.
Con cuidado, fueron sorteando cada obstáculo, coordinándose perfectamente como lo hacían en sus operaciones más peligrosas. El ascenso no era solo un desafío físico, sino una prueba de confianza entre ellos, una demostración de que podían enfrentar cualquier situación juntos.
Finalmente, tras horas de conducción extrema, alcanzaron una meseta alta desde donde se podía ver todo Los Santos. El silencio envolvía el lugar, solo interrumpido por el ocasional silbido del viento. Allí, bajo el cielo estrellado, se detuvieron. Las luces de la ciudad brillaban a lo lejos, recordándoles el mundo del que venían, pero en ese momento, solo importaba el presente. Era su momento de libertad, lejos de las intrigas y el peligro de la vida criminal.
Con el sonido de las fogatas crepitando y las conversaciones relajadas, The Sacred Union disfrutó de una noche en la cima del mundo, sabiendo que, aunque su vida era peligrosa, siempre encontraban formas de escapar, aunque fuera solo por un rato, de la oscuridad que los rodeaba.
Hoy en la Nutty se realizaron negocios fuertes, se hablaron muchas cosas para proyectos futuros y un mejor crecimiento. Todo para mejorar y no empeorar. Se vendió mercancía a grupos para su crecimiento, para estar preparado en caso de conflictos. Al igual que se habló con un nuevo grupo del cual se quiere realizar un tratado para una ayuda mutua en la ciudad de Los Santos / San Andreas. Se pactó un tratado con el mismo del cual se le ofrecerá armas tanto drogas, para ir ganando confianza entre ambos y hacer mejores ventas al mismo y favorecerse. Al igual que se habló entre los nuevos miembros sobre las mercancías y cargamentos futuros con grupos, investigaciones para tener todo a la vista a la hora de tener conflictos armados. Todos los cambios en la Nutty se realizan para bien nunca para empeorar, al terminar los negocios terminamos con una copa de vino cada uno en sus manos para brindar por la Nutty y sus aliados.
Brindar porque cada día sea mejor en Los Santos, las noches frías y oscuras son la mejor fecha para poner en marcha los negocios. Al terminar los negocios, reuniones, y brindis. Algunos integrantes de la Nutty se dirigieron a su propiedad. Pero otros a seguir investigando esta ciudad, puesto que nada se nos perderá de la vista. Porque somos la Nutty.
Los negocios no paran y para la Nutty en un hecho, seguiremos en Los Santos por mucho tiempo. De lo cual daremos lo mejor de lo mejor en esta ciudad. Ya que por eso nos caracterizamos, nunca fallar y siempre lograr el objetivo que es ganar e progresar. Como muchos dicen el dinero esta hecho para gastarlo. Pero nosotros lo vemos para administrarlo y sacarle ganancias.
Había una vez un grupo de amigos apasionados por los autos deportivos, que se reunían cada fin de semana para conducir por las carreteras más emocionantes de la ciudad. Este grupo se hacía llamar el SpeedStar Club.
El club estaba formado por 30 miembros, cada uno con su propio auto deportivo personalizado y su estilo de conducción único. Había desde jóvenes recién graduados de la universidad hasta profesionales exitosos, pero lo que los unía era su amor por la velocidad y la emoción de las carreras.
Cada fin de semana, el club organizaba una carrera informal en una de las carreteras de las afueras de la ciudad. Los miembros competían por el título de "Rey de la Carretera" en una serie de desafíos que incluían carreras de velocidad, carreras de arrastre y carreras de resistencia.
A medida que pasaba el tiempo, el SpeedStar Club comenzó a ganar reconocimiento en la comunidad de carreras de la ciudad. Otros grupos de aficionados a los autos deportivos comenzaron a acudir a las carreras del club para verlos competir, y algunos incluso se unieron al grupo.
Pero a medida que la fama del SpeedStar Club crecía, también lo hacía su competencia. Otros grupos de carreras comenzaron a aparecer en la ciudad, y la rivalidad entre ellos se intensificó.
El SpeedStar Club se negaba a perder su posición como el mejor grupo de carreras de la ciudad. Entonces, decidieron entrenar duro y mejorar sus habilidades de conducción y sus autos. Trabajaron juntos para afinar sus motores, mejorar sus neumáticos y aerodinámica, y hacer cualquier cambio necesario para tener una ventaja sobre su competencia.
La dedicación y el trabajo duro dieron sus frutos cuando el SpeedStar Club ganó una importante carrera de autos deportivos en la ciudad, venciendo a algunos de los mejores pilotos y equipos de la región.
El éxito del club no se detuvo allí. A medida que su reputación crecía, comenzaron a recibir ofertas de patrocinadores, y finalmente se convirtieron en un equipo profesional de carreras.
Hoy en día, el SpeedStar Club es uno de los equipos de carreras más exitosos del país. Sus pilotos compiten en eventos en todo el mundo, y su legado de pasión por la velocidad y la emoción sigue inspirando a una nueva generación de aficionados a los autos deportivos.
En el corazón de la oscura y bulliciosa ciudad de Los Santos, donde las sombras y la moral se entrelazan, se erigía una organización con raíces profundas: The Sacred Union. No era una simple mafia. Era una hermandad sellada con juramentos de sangre, lealtades inquebrantables y un código impenetrable, conocido solo por sus miembros más leales. Los hombres de The Sacred Union eran tan invisibles como omnipresentes, y su poder residía en su capacidad para tejer redes de influencia sin ser detectados.
Uno de los más antiguos métodos de comunicación de The Sacred Union, preservado en secreto a través de las generaciones, era una red de teléfonos ocultos. Estos dispositivos, dispersos en lugares específicos de la ciudad, solo eran empleados en situaciones de emergencia extrema. Utilizarlos significaba estar al borde del abismo, y cada llamada debía ser atendida como si el destino de la organización pendiera de ella.
Mike, uno de los miembros más hábiles y astutos de la organización, se encontraba acorralado. Hombres de identidad desconocida lo seguían implacablemente, y él, al borde del desespero, decidió recurrir a uno de esos teléfonos ocultos. A paso acelerado, llegó al oscuro y polvoriento barrio de Burro Heights, un lugar en donde las miradas indiscretas eran pocas y el silencio predominaba. Allí, escondido en un estrecho callejón, se encontraba el teléfono, resguardado del ojo público. Mike lo levantó y marcó el número codificado.
— Osuna, necesito ayuda... —susurró con urgencia.
Al otro lado de la línea, Osuna, el jefe operativo de la organización, escuchaba con atención. Su mente procesaba rápidamente, sabiendo que cualquier interrupción en una llamada de emergencia podía costarle caro a The Sacred Union
De repente, un ruido peculiar irrumpió en la llamada. Mike, desconcertado, había dejado caer el telefono publico, obligado a huir a toda prisa cuando vio acercarse a los hombres que lo seguían. La llamada quedó en espera.
Un joven transeúnte, Tyler, que caminaba sin rumbo fijo por Burro Heights, se percató del teléfono descolgado. Atrapado por la curiosidad y con pocas cosas que perder, se acercó y lo tomó, llevándoselo al oído.
— ¿Mike? —preguntó Osuna, esperando una respuesta.
— Eh... no. Yo soy Tyler —respondió el joven con incertidumbre.
Del otro lado, un silencio pesado se instaló. Osuna, conocido por su frialdad calculadora, sintió que algo estaba terriblemente mal. Ese teléfono solo lo utilizaban los miembros de la mafia, y era imposible que un civil lo hubiera encontrado por azar. Sin embargo, sin dar señales de su inquietud, Osuna continuó la conversación durante unos breves segundos para asegurarse de la autenticidad de lo que estaba ocurriendo.
Al colgar, su mente trabajaba a toda velocidad. No podía permitirse ningún cabo suelto. De inmediato, activó a un grupo de sus hombres más confiables y les ordenó acudir al lugar. No podían arriesgarse a que la existencia de los teléfonos ocultos fuera descubierta, y menos aún por un desconocido.
En cuestión de minutos, los hombres de The Sacred Union llegaron al lugar y, sin titubear, secuestraron a Tyler. Lo llevaron a un almacén abandonado en las afueras de Los Santos, un lugar sombrío y apartado de toda vigilancia. Tyler fue arrojado a una silla en el centro de la sala, mientras las luces parpadeaban débilmente. Frente a él, los rostros de los mafiosos permanecían en las sombras.
La interrogación comenzó de inmediato. Tyler, nervioso pero sorprendentemente sereno, contestó cada pregunta con calma. Osuna, observando desde las sombras, no podía evitar notar una particularidad en el joven. Tyler no parecía intimidado por la situación. Había en él una frialdad, una capacidad de adaptación que no era común en alguien ajeno al mundo subterráneo. Cada respuesta suya parecía tener una segunda capa, una inteligencia astuta y una confianza inusual para alguien que, en apariencia, no tenía ninguna conexión con el crimen organizado.
Después de horas de preguntas y respuestas, Osuna tomó una decisión audaz. El potencial de Tyler era evidente, y en un mundo como el de The Sacred Union, las oportunidades de reclutar a un individuo con esas características eran raras. Sin más, Osuna decidió ofrecerle un lugar en la organización.
— ¿Por qué debería unirme a ustedes? —preguntó Tyler, con una sonrisa desafiante.
— Porque en este mundo, solo sobreviven los que se adaptan. Y tú ya has demostrado que tienes lo que se necesita —respondió Osuna.
Así, Tyler, quien había comenzado el día como un simple ciudadano errante, se encontró de repente inmerso en las profundidades de La Unión Sagrada. Lo que había comenzado como un encuentro fortuito con un teléfono descolgado, culminaba en su iniciación en una de las organizaciones más poderosas y secretas de Los Santos.
En las sombras, mientras el nuevo recluta era presentado a su destino, Osuna reflexionaba. El azar, pensó, a veces era el mejor reclutador de todos.
Era una noche despejada en Los Santos cuando The Sacred Union se preparó para una de sus operaciones más delicadas. En uno de sus almacenes discretos, oculto entre los callejones industriales de la ciudad, estaban por realizar una venta importante: un cargamento de armas destinado al Cártel de Medellín. La relación entre ambos grupos ya había sido establecida, y esta transacción era solo el primer paso de una alianza peligrosa pero lucrativa.
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Los vehículos del cártel llegaron puntuales, con los hombres colombianos bajando en silencio, todos atentos al ambiente, listos para cualquier eventualidad. El almacén estaba iluminado tenuemente, y en el interior, las cajas de armas aguardaban, cuidadosamente apiladas. Rifles de asalto, lanzagranadas, y municiones de alto calibre: todo lo necesario para armar un ejército.
El líder de The Sacred Union se adelantó, con un gesto calmado, y estrechó la mano del representante del cártel.
— Todo está aquí, tal como lo acordamos —dijo, señalando las cajas.
Uno de los hombres del cártel inspeccionó el contenido, revisando las armas con precisión militar. Tras unos minutos de evaluación, el hombre asintió, y el intercambio comenzó. Maletines llenos de dinero fueron entregados, mientras el cargamento de armas era cargado en los vehículos del cártel.
— Buen negocio, dijo el líder del cártel con una sonrisa fría. Esperamos que sea el primero de muchos.
Con el trato sellado, el cártel partió del almacén, dejando a The Sacred Union con la certeza de que el poder que manejaban solo seguía creciendo. Los negocios estaban apenas comenzando.
La tarde caía sobre Los Santos, pero en una de las mansiones más exclusivas de la ciudad, la noche apenas comenzaba a despertar con una mezcla de tensión y expectación. The Sacred Union estaba por recibir una visita de alto perfil, una reunión que podría cambiar el curso de sus operaciones en la región. El Cártel de Medellín, uno de los grupos más poderosos de Colombia, había aceptado una invitación para discutir futuros negocios de drogas y armas. Esta no era una reunión cualquiera; las implicaciones eran grandes, y tanto poder como riesgo estaban en juego.
La mansión, ubicada en una colina con vista panorámica a toda la ciudad, brillaba con luces suaves que destacaban su opulencia. Los autos blindados del cártel llegaron puntuales, con varios hombres fuertemente armados bajando para asegurar el perímetro. La discreción era clave, pero ambos grupos sabían que este tipo de encuentros atraían atención, aunque trabajaran en las sombras. Los hombres de The Sacred Union también estaban listos, distribuidos por la propiedad, atentos a cada detalle.
Al llegar, los líderes del Cártel de Medellín fueron recibidos en el enorme salón principal de la mansión. Todo había sido preparado para darles la bienvenida: mesas decoradas con lujo, bebidas exclusivas, y una atmósfera calculadamente informal, aunque cargada de intención. Los líderes de ambos grupos tomaron asiento en un área apartada del resto, con una vista despejada hacia el océano que le daba al encuentro un toque casi surrealista.
El líder de The Sacred Union, un hombre conocido por su frialdad y astucia, fue el primero en romper el hielo.
— Nos alegra que hayan aceptado nuestra invitación —dijo con una voz baja y firme—. Sabemos que las oportunidades de negocios entre nuestros dos grupos pueden ser... muy lucrativas.
El líder del Cártel de Medellín, un hombre de presencia imponente, respondió con una leve sonrisa. Aunque su rostro no mostraba mucho, sus ojos dejaban claro que siempre estaba evaluando cada palabra y gesto.
— Nos interesa explorar esas oportunidades —respondió con el típico acento colombiano—. Sabemos que en Los Santos ustedes manejan bien las armas. Y nosotros... sabemos cómo hacer que las cosas se muevan. Drogas, armas... Son dos caras de la misma moneda, ¿no?
Ambos líderes sabían que las alianzas en este tipo de negocios no eran simplemente transacciones, sino compromisos peligrosos que podían volverse mortales si algo fallaba. El Cártel de Medellín, con su historial implacable, tenía la infraestructura para mover grandes cantidades de droga, y The Sacred Union, con su red de contrabando y acceso a armamento de alta calidad, tenía la capacidad de sostener y expandir su influencia en los Estados Unidos.
— Lo que tenemos en mente, continuó el líder del cártel, es una operación que beneficie a ambos lados. Los Santos es una ciudad clave, pero también es solo una puerta hacia un mercado más grande. Sabemos que ustedes pueden proporcionar lo que necesitamos: armas. Y nosotros podemos llenar sus calles de productos que mantendrán a sus enemigos... bajo control.
Los hombres de The Sacred Union escuchaban en silencio, intercambiando miradas. Sabían que el Cártel de Medellín no era cualquier socio. Su alcance global y su capacidad para mover cantidades masivas de cocaína lo hacía un jugador clave, pero también uno que traía consigo una enorme responsabilidad y riesgos. Sin embargo, los beneficios eran tentadores.
— Tenemos acceso a armamento que ningún otro grupo en esta región podría ofrecerles —dijo el líder de The Sacred Union, inclinándose un poco hacia adelante—. Rifles, explosivos, lo que sea necesario. Si ustedes aseguran los envíos de droga, nosotros aseguramos que esas armas lleguen a donde deben. Podemos fortalecer ambas operaciones si manejamos esto con precisión.
La conversación se tornó más técnica a medida que discutían las rutas de transporte, los puntos de entrega y cómo evitar la intervención de las autoridades. Los contactos en los puertos, las rutas aéreas discretas y la red de distribución terrestre fueron temas que se tocaron cuidadosamente. Los colombianos sabían cómo mover su mercancía, y The Sacred Union sabía cómo protegerla. Pero la verdadera pregunta era si ambos podían confiar el uno en el otro lo suficiente para mantener este acuerdo en marcha sin traiciones.
— Hay una cosa más —dijo el líder del cártel, levantando su mirada—. No solo queremos armas para proteger nuestros envíos. Queremos armas para dominar. Hay ciertos territorios que necesitamos tomar en Colombia, y si ustedes nos proveen con lo mejor que tienen, podemos garantizarles acceso a nuevas rutas. Rutas que ni la DEA ni el ejército pueden tocar.
El silencio llenó la sala por un momento. Era una oferta arriesgada. Expandir el alcance del negocio significaba entrar en terrenos más peligrosos, pero también podía convertir a The Sacred Union en un actor global en el tráfico de armas, con un acceso sin precedentes a mercados de droga.
— Si eso es lo que necesitan, entonces lo tendrán —respondió el líder de The Sacred Union, sellando el acuerdo con un apretón de manos firme y decidido—. Pero recuerden: si fallan en su parte del trato, esto no será solo un negocio roto. Será una guerra.
Ambos grupos sabían que la traición en este tipo de acuerdos no era una opción. Las consecuencias serían devastadoras, no solo para sus operaciones, sino para sus vidas. Pero por ahora, el trato estaba sellado, y ambos tenían mucho que ganar.
La reunión terminó con un brindis silencioso, sin alardes ni celebraciones. Cada uno de los presentes sabía que lo que acababan de acordar no solo fortalecería sus imperios, sino que también podría destruirlos si las cosas salían mal. Pero en el mundo de The Sacred Union y el Cártel de Medellín, ese era el precio del poder.
Con la noche ya bien entrada, los autos del cártel partieron de la mansión, dejando a The Sacred Union con la certeza de que habían sellado un acuerdo que cambiaría el juego en Los Santos. Ahora, todo estaba en marcha, y la ciudad pronto sentiría el peso de su nueva alianza.
El horizonte comenzaba a teñirse de un leve naranja cuando los miembros de The Sacred Union abordaron sus lanchas rápidas en el puerto clandestino de Los Santos. Su destino: Cayo Perico, una isla exótica y peligrosa, conocida no solo por sus lujosas fiestas, sino también por ser el centro de operaciones de uno de los cárteles más poderosos y despiadados del hemisferio. Esta vez, el objetivo no era placer, sino negocios: la entrega de un pago por un cargamento de armas que aseguraría su posición en la ciudad.
Las lanchas surcaban el océano a alta velocidad, cortando las olas mientras el viento azotaba sus rostros. La isla se encontraba a kilómetros de la costa, lejos de la ley y las autoridades. En Cayo Perico, el cártel mandaba, y cualquier negocio que se hiciera allí debía cumplir con sus reglas. El cargamento de armas que esperaban recibir sería vital para sus próximos movimientos en Los Santos, donde la guerra por el control de los territorios y el mercado de armas era feroz.
Tras varias horas de viaje, las luces difusas de Cayo Perico comenzaron a vislumbrarse en el horizonte. Rodeada de palmeras y playas blancas, la isla parecía un paraíso. Pero bajo esa fachada paradisíaca, las sombras del crimen se extendían en cada rincón. Los hombres de The Sacred Union sabían bien dónde estaban metidos, y que cualquier error en este trato podría costarles más que solo dinero.
Las lanchas llegaron finalmente a una pequeña cala oculta en el extremo sur de la isla. Allí, los recibieron unos hombres del cártel, armados y con rostros impenetrables. Ninguna palabra fue intercambiada al principio. Sabían que en este tipo de tratos, la confianza era mínima y la vigilancia máxima.
— Todo en orden —dijo el líder del grupo mientras uno de los hombres de The Sacred Union revisaba los maletines llenos de dinero.
Con la transacción aprobada, fueron conducidos a una de las antiguas bodegas de la isla, situada en el corazón de un pequeño complejo fuertemente vigilado. El líder del cártel, un hombre de aspecto sereno pero claramente peligroso, los esperaba en el interior. Sus ojos se movían lentamente, evaluando a los recién llegados, calculando cada uno de sus movimientos.
— Ustedes siempre cumplen, eso me gusta —dijo con una sonrisa apenas perceptible—. El cargamento está listo para ustedes. Pero espero que estén preparados, porque lo que les traigo no es cualquier armamento.
Las puertas metálicas de la bodega se abrieron, revelando cajas de madera con inscripciones en ruso, chino y varios otros idiomas. Dentro de ellas, rifles automáticos, lanzacohetes y municiones de alto calibre descansaban esperando ser transportadas a Los Santos. El arsenal era más que suficiente para mantener a The Sacred Union bien armada durante meses, incluso ante la creciente competencia en la ciudad.
Uno de los hombres de The Sacred Union se acercó para inspeccionar el contenido de las cajas, verificando la calidad del armamento. No se dejaban llevar por promesas, especialmente cuando se trataba de un cártel tan volátil como el de Cayo Perico. El líder del cártel observaba en silencio, confiado en que su mercancía hablaría por sí misma.
— Todo está en orden —dijo el inspector finalmente, asintiendo con la cabeza.
El líder del cártel se inclinó hacia adelante, con los ojos brillando bajo la luz tenue de la bodega.
— Es bueno hacer negocios con ustedes. Pero recuerden, aquí en Cayo Perico, cualquier trato que se rompa tiene consecuencias, ¿entendido?
Los hombres de The Sacred Union asintieron. No había necesidad de explicaciones largas. En el submundo criminal, las amenazas no eran necesarias cuando ambos lados sabían lo que estaba en juego.
La transacción fue rápida y eficiente. Los maletines con dinero cambiaron de manos, y las armas fueron cargadas en las lanchas con la misma precisión. El aire estaba cargado de una tensión sutil, el tipo que siempre acompaña a los tratos importantes. Una vez asegurado el cargamento, las lanchas se prepararon para zarpar nuevamente hacia Los Santos.
Con las primeras luces del amanecer reflejándose en las aguas del Caribe, The Sacred Union abandonó Cayo Perico con la mercancía asegurada. El trato había sido exitoso, y ahora tenían en sus manos un arsenal que no solo les permitiría defender su territorio, sino también expandir su control en la ciudad.
El regreso a Los Santos fue silencioso, cada uno sumido en sus propios pensamientos. Sabían que lo peor había pasado, pero que la verdadera batalla estaba por comenzar. Las armas que llevaban en sus lanchas no solo eran una promesa de poder, sino también un recordatorio de que en este mundo, cada trato podía ser el último.
Mientras la ciudad aparecía a lo lejos, envuelta en el brillo de las luces urbanas, sabían que estaban listos para lo que fuera. Y si alguien en Los Santos quería desafiar su posición, pronto descubriría que The Sacred Union estaba más preparada que nunca para defender lo que era suyo.
La noche era oscura y tranquila, pero la mansión de The Sacred Union brillaba bajo la luz de la luna, aislada en lo alto de las colinas que rodeaban Los Santos. Los miembros de la organización se habían reunido en la sala principal, un espacio opulento decorado con muebles de cuero y paredes adornadas con obras de arte caras. Esta no era una reunión cualquiera; el ambiente era tenso. Había rumores de que los rusos comunistas que operaban en la ciudad estaban tramando algo grande, algo que podía amenazar la estabilidad del país, y The Sacred Union quería averiguar más.
Sentados en torno a una larga mesa de madera, los líderes de la organización discutían el próximo paso. El líder, con su expresión siempre firme, tomó la palabra.
— Nos reuniremos con los rusos mañana en uno de nuestros almacenes —dijo en tono bajo pero autoritario—. Quieren discutir sus ideales y un posible acuerdo. Pero todos sabemos que estos tipos tienen algo más en mente.
Los miembros asintieron en silencio. Todos compartían la desconfianza hacia los extranjeros que traían ideologías radicales y planes oscuros. Los rusos no eran conocidos por ser amigos de nadie. Su historia y sus métodos eran tan fríos como las tierras que los habían criado. El grupo se preparó para lo que podría ser un encuentro tenso, pero con la convicción de que cualquier amenaza sería eliminada si se presentaba.
A la mañana siguiente, las camionetas de The Sacred Union partieron en silencio desde la mansión, recorriendo las serpenteantes calles hasta llegar a un almacén oculto en la periferia de la ciudad. Este lugar había sido usado antes para transacciones clandestinas, lejos del escrutinio de las autoridades y los ojos curiosos. Hoy, sería el escenario de un encuentro que decidiría el destino de ambos grupos.
Los rusos ya estaban allí cuando llegaron, un pequeño grupo de hombres serios y siniestros. Vestidos con abrigos largos y cigarrillos colgando de sus labios, se mantenían en silencio, observando cada movimiento. Sus líderes se adelantaron para iniciar la conversación, mientras los hombres de The Sacred Union se acomodaban a su alrededor. El líder ruso, con un fuerte acento, comenzó a hablar de su visión para el país.
— Nuestra misión es simple —dijo en voz baja pero clara—. Queremos derrocar al gobierno actual, eliminar a los políticos corruptos que controlan este país y establecer un régimen que realmente represente a la clase trabajadora. No más capitalismo. No más opresión. Solo un nuevo orden basado en nuestros principios comunistas.
Las palabras resonaron en la sala, y los miembros de The Sacred Union escucharon atentamente, aunque pronto comenzaron a intercambiar miradas. Lo que al principio parecía una simple alianza para eliminar ciertos enemigos comunes se estaba transformando en algo más oscuro. Los rusos no solo querían acabar con los políticos, sino que planeaban destruir el sistema entero, dejando el país en ruinas para instaurar un gobierno radical.
— No estamos aquí solo para hablar de negocios —continuó el líder ruso, con una sonrisa que apenas ocultaba su frialdad—. Queremos que se unan a nosotros en esta revolución. Juntos podemos tomar el control total de este país.
Fue entonces cuando The Sacred Union comprendió la verdadera amenaza. Los rusos no buscaban una alianza; querían que su país cayera para instaurar un régimen de terror. No había lugar para el compromiso, ni para los negocios. Se trataba de una cuestión de supervivencia, y The Sacred Union no podía permitir que estos ideales comunistas destruyeran todo por lo que habían trabajado.
La decisión se tomó en silencio, sin necesidad de palabras. Los líderes de The Sacred Union intercambiaron una última mirada, y con una señal sutil, los hombres sacaron sus armas. Los rusos apenas tuvieron tiempo de reaccionar. En un instante, el sonido de los disparos resonó por todo el almacén. Cada miembro del grupo ruso fue abatido sin piedad. No era un acto de venganza, sino de supervivencia.
Los cuerpos de los rusos yacían en el suelo, y el silencio volvió a llenar el almacén. The Sacred Union había tomado la única decisión posible. No se trataba de negocios, sino de proteger su país, su territorio y su poder. No permitirían que ningún grupo extranjero, con sus ideales radicales, destruyera lo que habían construido.
Con los rusos eliminados, los miembros de The Sacred Union se retiraron del almacén en silencio, dejando atrás el caos y la muerte. Sabían que este era solo el principio de algo más grande, pero también sabían que estaban listos para cualquier cosa. El mensaje estaba claro: no permitirían que nadie, ni siquiera una potencia extranjera, desafiara su control sobre el futuro de su país.
Solo hay una mafia la cual da a conocerse en la ciudad y es The Sacred Union no hay competición no hay termómetro para medirnos. Solo con dedo movemos sus mundos. Aquí somos dueño de tu vida y la del resto de los Santos. The Sacred Union.
Solo la droga y armas llegaran si nosotros decimos.
Estamos desde el Sur al Norte.
En los barrios el dinero lo movemos nostros.