++ $t("links.title") ++
Your browser does not seem to support JavaScript. As a result, your viewing experience will be diminished, and you may not be able to execute some actions.
Please download a browser that supports JavaScript, or enable it if it's disabled (i.e. NoScript).
Leon Degrelle nació en Lieja, Bélgica, una fría mañana de invierno. Su madre decía que desde el primer día tenía los ojos de alguien que nunca se quedaría quieto. Su padre, Jean Degrelle, era un hombre de ruta, un biker de los de antes, con manos curtidas y voz grave. Pasó buena parte de su vida rodando por Europa antes de asentarse en los Estados Unidos, donde encontró su lugar entre motores, desierto y asfalto sin fin.
Leon creció entre dos mundos: la disciplina europea y la libertad salvaje del suroeste americano. Con el tiempo, obtuvo la nacionalidad estadounidense, pero en su forma de hablar y en su carácter seguía latiendo algo de aquel origen belga: una mezcla de determinación fría y pasión contenida.
Su infancia estuvo marcada por el ruido de motores y los códigos de respeto que solo los bikers entienden. A los 16 años ya pasaba las tardes en talleres, aprendiendo de los mayores y metiendo las manos en motores viejos. No tardó en destacar: tenía un oído fino y una paciencia que escaseaba entre los suyos.
A los 23 años, con dinero ganado a pulso, compró su primera moto: una Harley-Davidson Sportster 1200 del 2003. No era una máquina imponente, pero era suya, y eso bastaba. Esa Harley lo llevó a descubrir lo que su padre siempre decía: “La carretera no se explica, se vive.” Rodaron juntos cientos de kilómetros por Arizona, Nevada y Nuevo México. En esos viajes, Leon aprendió los valores que lo definirían: lealtad, respeto, palabra y hermandad.
Con el tiempo cambió la Sportster por una Dyna 1340cc, más potente, más salvaje. Fue con esa moto que empezó a ganarse un nombre entre la comunidad biker local. Algunos lo llamaban “el Tigre” por su forma de moverse — tranquilo al principio, pero letal cuando la situación lo requería. El apodo se quedó.
A los 30 años, Leon conduce una Harley-Davidson Road King, negra mate, reconstruida pieza por pieza en su garaje. No hay un solo tornillo en esa moto que no haya pasado por sus manos. Es su compañera, su orgullo y su símbolo de independencia.
Su padre sigue siendo amigo íntimo del Presidente del capítulo de San Bernardino de los Hells Angels, pero Leon eligió trazar su propio camino. En lugar de postularse en California, pidió entrar como prospect en el capítulo de Los Santos . No buscaba atajos ni favores. Quería ganarse los colores por mérito propio.
Desde que lleva el parche de prospect, Leon se ha ganado el respeto a base de hechos. No habla más de lo necesario, cumple con lo que se le pide y jamás busca protagonismo. Dentro del clubhouse es disciplinado, observador y reservado; fuera, extrovertido y carismático, capaz de romper el hielo con una broma o una mirada segura. Su apodo, el Tigre, le encaja bien: paciente, calculador y feroz cuando la situación lo exige.
Algunos dentro del club lo observan con cautela, sabiendo de quién es hijo y de qué lazos proviene. Pero nadie puede negar que Leon se ha ganado su sitio en el asfalto, kilómetro a kilómetro, run tras run. Ha demostrado que no necesita una sombra que lo proteja, solo una carretera que lo pruebe.
Hoy, con treinta años y miles de millas recorridas, Leon Degrelle sigue su camino hacia el parche completo. Sabe que el respeto se gana con tiempo, que los colores no se heredan y que cada hermano que cae deja una lección grabada en el alma.
Cuando arranca su Road King, el rugido del motor parece un eco de todo lo vivido. En el retrovisor, el pasado. Al frente, la carretera abierta.
Y entre ambos, Leon “el Tigre” Degrelle, un hombre hecho de acero, gasolina y palabra.