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En las calles de Los Santos, donde las ambiciones se cruzan como avenidas abarrotadas, reside Rubén Alonso, un alma forjada entre la disciplina militar y el dulce aroma de la fruta fresca. Su historia no es la de un niño de la ciudad, sino la de alguien que llegó a ella con una mezcla de respeto y esperanza, dispuesto a forjar su propio destino.
Rubén nació y creció a la sombra de dos pilares opuestos pero complementarios. Su padre, un veterano militar, le inculcó el valor de la disciplina, el orden y la lealtad. De él aprendió a ser recto, a analizar cada situación y a nunca rendirse, sin importar la dificultad. Pero mientras su padre le enseñaba a ser un soldado, su madre le mostraba la belleza de la vida cotidiana. Dueña de una frutería en el corazón de la ciudad, ella le enseñó a tratar a la gente con calidez, a reconocer el valor de las pequeñas cosas y a ver la vida con el optimismo que solo puede dar el sol de la mañana sobre una pila de manzanas.
Esta dualidad marcó su carácter: una mente analítica y estratégica, combinada con un corazón empático y una habilidad innata para conectar con los demás. Con esta base, Rubén llegó a Los Santos con un objetivo claro: encontrar un camino que honrara a sus dos mundos.
Su primer paso en la metrópolis fue en la industria de la seguridad. No tardó en destacar, gracias a esa mezcla de firmeza militar y trato humano. Actualmente, trabaja para una de las mejores empresas de seguridad de la ciudad, un lugar que ha pulido sus habilidades y le ha dado un propósito. Sin embargo, su espíritu inquieto no se conforma con el éxito actual. Sabe que hay más por explorar, más por aprender y más por alcanzar.
En el fondo, Rubén Alonso no busca simplemente un ascenso. Aspira a algo más grande. Quiere convertirse en un pilar de la comunidad, alguien en quien la gente pueda confiar no solo para su seguridad, sino también para su tranquilidad. La lealtad de su padre y la calidez de su madre son su brújula. Su ambición es forjar un legado que combine la fuerza y la justicia con la empatía y el servicio, un legado que haga honor a las dos personas que le enseñaron que, a veces, las mejores armas son un buen plan y una mano extendida.