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NOMBRE COMPLETO: Sasha Banks
EDAD: 21 años de edad.
LUGAR DE NACIMIENTO: Estados Unidos de América.
NACIONALIDAD: Americana.
SEXO: Femenino.
Marcus Banks, conocido en las calles como Ghost, fue un pandillero de los años noventa que creció en la guerra de bandas entre Chamberlain y Grove. Desde joven, vivió rodeado de disparos, sirenas policiales y funerales de amigos. Nunca tuvo un trabajo formal: se ganaba la vida como "soldado" para una pandilla del sur de Los Santos, participando en robos, extorsiones y tráfico de armas.
Elena Cruz era una joven nacida en East Los Santos, de familia inmigrante, que nunca logró escapar del círculo de la miseria. A los 16 años dejó la escuela y se sumergió en el consumo de metanfetaminas y crack, que rápidamente la atraparon. Para sobrevivir, se dedicó al trabajo sexual y a pequeños encargos para distribuidores de drogas.
En ese ambiente conoció a Marcus. Su relación nunca fue de amor verdadero, sino de necesidad: él buscaba una mujer que no lo cuestionara y ella buscaba protección en alguien temido por la calle. Elena se volvió dependiente tanto de Marcus como de sus vicios.
Sasha es una joven de 21 años, de 1,63m de altura, con una figura delgada pero con curvas marcadas y notables, que transmite un aire callejero y provocador. Su piel es morena clara, aunque presenta algunas cicatrices pequeñas en brazos y muslos, marcas de peleas y descuidos.
Sasha Banks es una joven marcada por la calle, desconfiada y con una actitud desafiante que utiliza como escudo. Con los desconocidos es fría, sarcástica y agresiva, siempre midiendo a los demás para no mostrar debilidad. Con quienes logran ganarse su confianza puede ser leal y protectora, aunque arrastra un miedo constante al abandono. Vive rápido, buscando dinero fácil y adrenalina, sin pensar en el futuro, lo que la hace impredecible y explosiva. Bajo esa fachada dura oculta una fuerte soledad y una rabia contenida contra el mundo que la vio crecer.
Maze Bank Arena | Los Santos.
La infancia de Sasha Banks estuvo marcada por el caos y la falta de cariño. Creció en una casa donde las drogas, las armas y las peleas eran parte del día a día. Desde pequeña vio a su madre consumirse en la adicción y a su padre entrar y salir de problemas con la policía, lo que convirtió la violencia y el descontrol en algo cotidiano para ella.
A los 10 años ya estaba acostumbrada a escuchar disparos por la ventana y a ver fiestas interminables en su propio hogar. A los 12 probó drogas por primera vez, curiosa y sin que nadie se lo prohibiera, y a los 14 comenzó a manipular armas como si fueran juguetes. Nunca tuvo una infancia inocente; en lugar de juegos y escuela, tuvo noches de miedo, carencias y una madurez forzada que la obligó a aprender a sobrevivir antes de tiempo.
Durante su juventud, Sasha Banks siguió el mismo camino torcido que le marcó su infancia. En la adolescencia dejó la escuela sin terminar y comenzó a pasar más tiempo en la calle que en casa. A los 15 ya se movía entre pandillas, probando distintas drogas y experimentando con la sensación de poder que le daban las armas. Su entorno la fue moldeando: aprendió rápido a desconfiar de todos y a usar su aspecto y actitud para sacar ventaja.
A los 16 empezó a frecuentar fiestas, bares clandestinos y círculos de delincuencia menor. Descubrió que podía sobrevivir vendiendo su imagen, y poco a poco se fue adentrando en la prostitución como forma de ganar dinero fácil. Cada billete que conseguía lo gastaba en drogas, ropa llamativa o noches de desenfreno, sin pensar en el mañana.
Entre los 18 y 20 años ya estaba completamente sumergida en la vida nocturna de Los Santos. Alternaba entre clientes, drogas y pequeños encargos ilegales para sobrevivir. Su juventud estuvo marcada por la búsqueda constante de adrenalina y dinero rápido, con la ilusión de llenar el vacío que arrastraba desde niña. Sin embargo, lo único que consiguió fue profundizar en un estilo de vida donde la soledad, la desconfianza y el peligro eran sus únicas compañías.
A los 21 años, Sasha Banks ya no es solo una joven marcada por la calle: ahora forma parte activa de la 94 Hoover Criminals, una de las sets más peligrosas asentadas en Chamberlain Hills. Encontró en la pandilla la familia que nunca tuvo, un grupo que la respalda, pero que también la obliga a vivir bajo un código de violencia y lealtad inquebrantable.
En la actualidad, Sasha se mueve como una pieza útil dentro de la organización. Su papel suele girar en torno a la prostitución, la venta de drogas y pequeños trabajos de inteligencia callejera, usando su apariencia y su astucia para obtener información o atraer a quienes la pandilla quiera tener cerca. No dispara tan seguido como otros miembros, pero aprendió a manejar pistolas y no duda en usarlas cuando siente que su vida o su respeto están en juego.
La vida dentro de la 94 Hoover Criminal la hizo endurecerse aún más. Sus días transcurren entre las esquinas de Chamberlain, las casas-trampa del barrio y los constantes conflictos con pandillas rivales y la policía. Vive con la idea de que no hay futuro fuera de la calle: lo único que le queda es ascender dentro de la pandilla y asegurarse de que nunca más la vean como una víctima.
Sasha, a los 21, es la suma de su infancia rota, su juventud perdida y su presente pandillero: una mujer que aprendió a sobrevivir en el caos y que ahora lleva tatuado en la piel y en la mente que su vida le pertenece a la calle.
La educación de Sasha fue mínima y prácticamente inexistente. Creció en un entorno caótico donde la escuela era secundaria frente a la supervivencia diaria; las peleas, las drogas y la violencia del hogar y del barrio ocupaban su tiempo y atención. Asistió de manera irregular a la primaria, pero nunca desarrolló hábitos de estudio ni logró terminar la secundaria.
A los 14 años dejó de asistir con regularidad, y para los 16 ya estaba completamente enfocada en la calle, las pandillas y sus propios métodos de supervivencia. Nunca recibió educación formal más allá de lo básico y lo que aprendió “en la calle”: tácticas de supervivencia, manipulación, defensa personal y el manejo de armas y drogas. Su conocimiento del mundo se basa más en experiencia que en libros, y toda su formación académica fue reemplazada por lecciones duras de la vida urbana.