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Esta es mi historia. Mi nombre es Declan Liam Murphy Collins, tengo 25 años y nací en Dublín, Irlanda, el 4 de julio del 2000. Mis padres fueron Liam Collins y Sara Murphy. Mi padre era estricto, pero nunca llegó a reprimir mi libertad creativa ni mis propios pensamientos, aunque fueran distintos a los suyos; siempre fue un hombre presente y muy recto para criar a sus hijos. Mi madre, en cambio, siempre fue cariñosa y cercana; de ella aprendí la empatía hacia el prójimo y el deseo de ayudar a los demás de manera desinteresada. Soy una persona caucásica, de 1.80 m de estatura, cabello negro y ojos cafés.
Me considero alguien responsable, comprometido con su labor, empático y con valor para defender al indefenso. En cuanto a lo negativo —porque nadie es perfecto— diría que soy muy rígido con mis ideales; me cuesta cambiar opiniones sobre cosas que tengo arraigadas desde pequeño. Podría definirme como una persona “chapada a la antigua”.
Mi infancia fue bastante común. Como muchos niños en Irlanda, disfruté de una niñez con seguridad y libertad; mis padres me permitían salir a socializar con confianza. Recuerdo que desde pequeño desarrollé un gran gusto por las películas y documentales, me encantaba aprender sobre temas curiosos. Durante esa etapa fui muy social y tenía muchos amigos en mi barrio.
A los 12 años comenzaron los cambios hormonales y también nació mi pasión por el deporte. Desde pequeño siempre fui más alto que la media; aunque después mi crecimiento se estabilizó, la ventaja de altura me facilitaba destacar en el baloncesto. Me uní al equipo del colegio y allí desarrollé habilidades valiosas para la vida adulta, como el compañerismo y la aceptación de la derrota. Siempre he creído que el deporte es fundamental para el desarrollo personal de los jóvenes.
Al llegar a la mayoría de edad dejé de lado el deporte y me enfoqué en mis estudios. Ingresé a la carrera de Comercio Exterior, más que nada por presión familiar y social, ya que todos mis amigos y compañeros estaban comenzando sus carreras profesionales. Sin embargo, tras tres años de estudios decidí abandonarla y buscar una nueva vida en la nación de las oportunidades: Estados Unidos. Viajé solo, con miedo, pero también con muchas ganas de salir adelante.
Al llegar trabajé en todo lo que pude: fui taxista, pescador y, actualmente, me desempeño como jornalero en las minas.