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Nombre: Luis Acasio Lugar de nacimiento: Puerto Ordaz, Venezuela Edad: 25 años
Familia y Personajes Secundarios
Madre: Marta Rivera Padre: Jorge Acasio Madre de su hijo: Ana Beltrán. Amigo de infancia: Óscar “El Nano” Ramírez. Vecina Cercana: Doña Rosa.
Luis Acasio nació en los barrios de San Félix, Puerto Ordaz, Venezuela, en un entorno donde la violencia y la pobreza eran rutina y la confianza en las instituciones, casi inexistente. Su madre, Marta Rivera, y su padre, Jorge Acasio, trabajaban duro para mantener a flote a la familia, pero el dinero nunca llegaba suficiente y las necesidades básicas marcaban el día a día. En la cercanía de su casa, Óscar “El Nano” Ramírez era su amigo de infancia, un compañero de calle que ejercía una influencia fuerte y, a veces, peligrosa: aquello que parecía un juego rápido terminaba dejándole cicatrices en la reputación y en la conciencia. Doña Rosa, vecina cercana, aparecía como una figura de apoyo precario, capaz de facilitar pequeños favores cuando la familia estaba al borde del límite. En la infancia, Luis aprendió a leer el entorno para no meterse en problemas: ocultarse cuando la policía pasaba, esquivar los conflictos, y aguantar el hambre con una reserva de paciencia que pocos tenían.
La pobreza y la desconfianza hacia las instituciones moldearon su visión del mundo. Los trámites parecían interminables y humillantes; acudir a un hospital o a una oficina pública era entrar a un juego de resistencia, donde los pasos se sentían pesados y las respuestas, insuficientes. Sus primeros trabajos fueron precarios: jornadas largas por salarios que apenas cubrían el alquiler, y la constante sensación de que una mala decisión podría desencadenar una caída irremediable. El peso de la responsabilidad empezó a pensarlo cuando tenía sólo 19 años: nació su hijo, un motivo que, lejos de traer alivio, intensificó el miedo a reproducir el mismo entorno para otro ser humano. La alegría se mezcló con la exigencia de un futuro mejor, y la visión de la migración se convirtió en la salida más plausible.
Decidió emigrar a Estados Unidos para trabajar y asegurar un sostén mínimo para su familia. En la llegada, la realidad golpeó con crudeza: días de jornadas agotadoras, trabajos duros y salarios bajos, horas que parecían interminables y una barrera de idioma que complicaba todo. El dinero que enviaba a Venezuela apenas alcanzaba para cubrir necesidades básicas, y la logística de las remesas añadía una capa de cansancio que no se iba. Observaba, con una mezcla de resignación y culpa, cómo la crisis en su país seguía deteriorándose, como si el tiempo entero hubiera sido movido a un ritmo más cruel. Aun con una red de apoyo limitada, la ausencia de familiares cercanos y la distancia física entre él y su hijo hacían que cada remesa fuera un acto de resistencia emocional: un intento de sostener a una vida que dependía de su esfuerzo, a costa de su propia paz.
El pasado no se liberaba con facilidad. Las viejas conductas, esas impulsivas ganas de controlar el entorno cuando todo se volvía inseguro, resurgían en momentos de estrés. Luis sabía que reincidir en viejos atajos podía terminar en un costo mayor del que ya pagaba, pero la presión lo empujaba a considerar vías rápidas para asegurar el sustento. Aún evitando deliberadamente volver a los caminos de antes, la precariedad lo obligaba a vivir con el temor constante de que las decisiones equivocadas lo devuelvan a un pasado que no quería mirar de frente. En su vida diaria, la distancia emocional con su hijo y con Ana Beltrán, la madre de su hijo, se volvía más pronunciada; la migración, si bien necesaria, cortaba hilos que parecían irreparables.
Luis debido toda la presión que vivía día a día no tuvo otra opción más que regresar a su pasado, buscando en la delincuencia mejores oportunidades para sobrevivir en este mundo tan cruel...