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Renzo: Libertad en la Sombra
Desde que tengo memoria, Japón fue mi mundo y mi prisión. Mis padres adoptivos no eran simples personas; sus nombres susurraban respeto y miedo en los callejones más oscuros de Tokio y Osaka. Crecí entre reglas estrictas y lealtades que se pagaban con sangre. Las calles en las que jugaba de niño eran un laberinto de neón, humo y peligro: grafitis que gritaban historias de pandillas, autos quemados, motos que rugían como bestias salvajes, y hombres con cicatrices que te miraban como si pudieran leer tu alma. Allí, aprender a sobrevivir no era una opción: era ley.
Mis padres me entrenaron en disciplina, estrategia y control, pero también en obediencia absoluta. Cada vez que veía un motor rugir o un coche acelerar en las calles, sentía cómo algo dentro de mí despertaba: un fuego de libertad que siempre me estaba prohibido. La velocidad era mi sueño, pero también mi castigo, porque en esa familia, el placer no tenía lugar.
Recuerdo una noche lluviosa en Shinjuku, cuando un anciano me contó la historia de Seiryu, el dragón azul del Este. Me dijo que Seiryu no era solo un símbolo; era el protector de los cielos, el guardián del Este y de la justicia, y al mismo tiempo, un guerrero implacable que siempre busca equilibrio entre poder y libertad. Me explicó que Seiryu nunca se dejaba atrapar, siempre se movía entre tormentas y vientos violentos, y que quienes tenían su espíritu dentro podían enfrentarse a cualquier opresión sin perder su esencia.
Aquella historia me marcó. Seiryu se convirtió en mi guía invisible: el dragón azul representaba todo lo que yo quería ser. Fuerza, control, estrategia… pero sobre todo libertad. Cada vez que sentía que la familia me encadenaba, recordaba el rugido del dragón y me prometía que algún día crearía mi propio camino, uno donde nadie pudiera dictarme mis límites.
Cuando llegó la noticia de que sería ascendido dentro de la familia, supe que mi tiempo para decidir había llegado. La promoción significaba poder, sí, pero también ser propiedad de la familia para siempre. Esa noche, bajo la lluvia que empapaba los techos y el aroma a humo de los callejones, decidí que me iría.
Escapé de Japón con un solo equipaje: un par de chaquetas de cuero, recuerdos de mi infancia y el fuego de Seiryu dentro de mí. Llegué a Los Santos, una ciudad de oportunidades y peligros, donde las reglas se escriben sobre el asfalto y la ley es solo una sugerencia. Por primera vez, sentí que podía respirar.
Cada kilómetro en mi moto, cada acelerón por las avenidas iluminadas de Los Santos, me recordaba por qué luchaba: libertad. No olvidaré nunca lo que aprendí en Japón, pero tampoco permitiré que nadie me ate de nuevo. Quiero construir mi propia organización, fuerte y respetada, basada en las lecciones de mi infancia, pero también en la libertad que Seiryu me enseñó a buscar.
Mientras rugía mi motor por la autopista, con luces de neón reflejándose en mi casco y el viento cortando mi rostro, comprendí que todo lo que había vivido me preparó para esto. Un día, mi organización sería leyenda, y como Seiryu, mi espíritu nunca sería atrapado, siempre libre y dominante, dueño de su propio destino.