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  • Origen y desarrollo

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    En los callejones húmedos de Londres, tras la Primera Guerra Mundial, un grupo de hombres olvidados por la corona británica comenzó a gestarse en la sombra. Al frente de ellos estaba Edward Ashford, un exteniente condecorado que, tras volver de las trincheras de Francia, se encontró con un país que lo desechaba como si nunca hubiese existido.

    Junto a otros veteranos como Samuel Doyle, experto en explosivos, y Harold Grayson, un francotirador temido por los belgas en Nieuwpoort, Edward fundó un grupo clandestino que en susurros empezó a ser conocido como ATF. Nadie sabía con certeza lo que esas siglas significaban, pero todos recordaban la marca que dejaban: las tres letras grabadas en el pecho de sus víctimas.

    Al principio, sus actos eran puro odio, Edward y los suyos atacaban civiles, convencidos de que era la única forma de que la sociedad “escuchara” a quienes había condenado al olvido. Sin embargo, su brutalidad los llevó a un punto de inflexión, el asesinato público de un comandante del ejército, cuyo cadáver apareció en un callejón con las siglas ardiendo en su piel. Fue entonces cuando la prensa bautizó a ATF como EL CÁNCER DE REINO UNIDO.

    Con el tiempo, Edward murió en circunstancias nunca aclaradas, y el mando pasó a su hijo, Charles Ashford, abuelo de William y Krane. Charles tenía otra visión: comprendió que la violencia irracional no garantizaba poder ni legado, solo destrucción. Decidió transformar el grupo en algo más rentable y menos efímero.

    En la década de 1920, y la Ley Seca en Estados Unidos abría un mercado negro que podía cambiarlo todo. Charles vio la oportunidad: convirtió la organización en una red de contrabando de licor, primero en Inglaterra y luego en los puertos del Atlántico. ATF dejó de ser solo sangre y protesta; se volvió negocio y dominio.

    Charles, a diferencia de su padre, no dudaba en usar la violencia como herramienta de mercado. Mandaba asesinar a familias rivales, hundía cargamentos de competidores y sobornaba a policías y jueces para mantener limpio el camino. Bajo su mano, ATF pasó de ser un grupo de marginados a una familia criminal organizada, con el apellido Ashford en el centro de todo.

    Cuando en 1939 estalló la Segunda Guerra Mundial, el negocio se tambaleó. Las rutas marítimas se volvieron peligrosas y los beneficios del alcohol dejaron de ser suficientes. Fue entonces cuando el liderazgo pasó a su hijo, Richard Ashford, padre de William y Krane. Entre 1940 y 1945, Richard encontró una salida en medio del caos, organizó robos de reservas de oro y plata destinados al esfuerzo bélico británico. Con viejos contactos militares heredados de su abuelo, asaltó cargamentos y sobornó guardias, alimentando el mercado negro europeo. Durante aquellos años, ATF sobrevivió no por el licor, sino por el saqueo sistemático de metales preciosos.

    Al finalizar la guerra, en 1946, Richard comprendió que Inglaterra ya no ofrecía futuro para la organización. Demasiada presión policial, demasiados enemigos. Tomó entonces una decisión crucial, emigrar con su familia y varios miembros de la organización a Estados Unidos. Gracias a un viejo contacto irlandés, Patrick O’Connor, encontraron un primer refugio en la costa este.

    Entre 1947 y 1950, los Ashford lucharon por abrirse paso en un territorio dominado por familias italianas, irlandesas y judías. Eran extranjeros sin raíces, pero tenían dos ventajas, el apoyo armamentístico que aún recibían desde Inglaterra y la disciplina militar heredada de sus orígenes. Poco a poco fueron tomando control de un distrito olvidado, levantando bares y clubes nocturnos como fachadas. Allí no solo corrió el alcohol, también comenzaron a traficar drogas, introducir mujeres para prostitución y establecer redes de trata de personas.

    En 1986, el control ya era palpable, Richard instauró el sistema de cobro de deudas, todo comerciante que poseyera un local en su distrito debía pagar una cuota de seguridad. William y Krane, unos jovenes convertidos en pura acción, fueron piezas clave para imponer el miedo. Su reputación creció rápidamente, eran vistos como los herederos sin piedad de una dinastía nacida en la sangre de Europa.

    En los 2000, Richard selló alianzas estratégicas con pequeños grupos de contrabandistas locales, utilizando su experiencia europea para organizar cadenas de distribución más eficientes. Los Ashford, que alguna vez habían sido vistos como intrusos extranjeros, comenzaron a ser reconocidos como una fuerza emergente en el crimen organizado estadounidense. Aquel mismo año, William y Krane se involucraron de lleno en las operaciones, William se encargaba de la logística de los bares y las rutas de droga, mientras que Krane se volvió la mano dura de la familia, liderando a los soldados en las calles.

    Richard murió en 2004, en su propia casa, sin un disparo ni un cuchillo, sino consumido por la edad y los excesos de su vida. Para muchos dentro de ATF, fue sorprendente que un hombre como él no cayera bajo las balas de un rival. En su funeral, al que asistieron miembros leales de la organización y contactos de distintas ciudades, William y Krane juraron continuar su obra.

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  • Llegada de los japoneses

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    Durante los primeros años de la década de 2020, William y Krane habían mantenido el poder en su distrito con el tráfico de drogas, prostitución, armas y el cobro de deudas. Sin embargo, la competencia con las nuevas organizaciones latinas, europeas y asiáticas los obligó a pensar diferente. Fue entonces cuando decidieron mirar hacia atrás, hacia sus raíces, y volver a Inglaterra en busca de viejos contactos que aún recordaban a su padre Richard y al abuelo Charles.

    El viaje a Inglaterra comenzó en 2023, y allí los hermanos encontraron lo que buscaban, nuevos vínculos. William, siempre enfocado en la parte estratégica, negoció con proveedores que le aseguraban armamento de precisión suizo, cocaína de los carteles mexicanos y colombianos, y un sistema innovador para obtener oro y plata registrados legalmente en Inglaterra, fundirlos y revenderlos en el mercado negro como piezas “limpias”. Era un golpe maestro, utilizar el sistema legal contra sí mismo.

    Krane, por otro lado, encontró en Inglaterra algo inesperado, el amor. En 2024, conoció a Selinna Saori, una joven japonesa de carácter fuerte y mirada aguda. Ella no venía sola, estaba acompañada de sus hermanos, quienes tenían una reputación en las carreras clandestinas de coches JDM en Japón y Londres. Su habilidad como conductores bajo presión, llamó la atención inmediata de Krane. Lo que comenzó como un romance se convirtió en una alianza. Krane no solo se llevó a Selinna a Estados Unidos, sino también a los hermanos Saori, convencido de que podían ser una pieza clave para el futuro de ATF.

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    En 2025, de regreso en Estados Unidos, los Ashford presentaron ideas renovadas, como la adquisición de un nuevo bunker acuático donde guardarían armas de alto calibre y en donde podrían modificar las mismas. La incorporación de la familia Saori permitió modernizar el negocio criminal en un área donde pocos rivales podían competir. Los típicos sedanes negros y camionetas que solían usarse en asesinatos o transportes ilegales fueron reemplazados por máquinas JDM modificadas, vehículos veloces y ágiles, capaces de escapar de cualquier persecución policial o emboscada rival. Estos coches, preparados con motores mejorados, sistemas de comunicación encriptada y compartimentos ocultos, se convirtieron en el sello de la nueva era Ashford.

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    En la actualidad, los hermanos William y Krane Ashford ya no eran simples herederos, eran los pilares de un imperio criminal levantado durante generaciones. Lo que había nacido en las épocas de Edward Ashford, lo que Charles transformó en negocios, y lo que Richard consolidó en Estados Unidos, ahora estaba en manos de dos hombres con visión distinta, expandirse más allá de los métodos tradicionales y abrir nuevas puertas en el negocio.

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  • Compra de casa

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    Los altos cargos de ATF. comprendieron que era el momento de expandirse hacia el norte. El bullicio de la ciudad, con su constante vigilancia policial y la presión de las familias rivales, comenzaba a convertirse en un riesgo. William decidió que la solución era establecer una casa estratégica en una zona tranquila como Sandy Shores o Paleto Bay, un lugar que funcionara como fachada para secuestros, extorciones, negocios, étc.

    Las primeras gestiones se hicieron con discreción, publicaciones en la DarkWeb, bajo perfiles falsos, contactos con inmobiliarias fuera de los registros y llamadas a viejos socios de confianza. Entre todos ellos apareció un nombre clave, el viejo Bregman, su contacto de confianza de la fundidora. Fue él quien, moviendo sus influencias y conectó a los Ashford con los pueblerinos correctos. Con la información en mano, William no fue personalmente, prefirió mover a un grupo de confianza, comandado por uno de sus hombres más leales.

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    La noche del 8 de septiembre de 2025, envió a Nate al frente de una pequeña comitiva integrada por Viktoria, Sana y Sebastian. Su misión era clara, viajar al norte para encontrarse con el dueño de la propiedad y cerrar el trato que serviría como nueva base de operaciones.

    Cuando llegaron, la luna iluminaba tenuemente la fachada de la propiedad, a simple vista parecía una casa común, perdida en medio de la nada, pero para ellos representaba mucho más, era el futuro escondite, el nuevo bastión de ATF. Esa noche, en silencio y bajo el resplandor del norte, el grupo reclamó lo que pronto sería el nuevo centro de poder para sus negocios ilegales.

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  • Negocios, tratos y alianzas.

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    Para septiembre de 2025, la maquinaria de ATF ya se encontraba en plena expansión, los primeros frutos de las relaciones internacionales de William comenzaron a llegar en forma de llamadas cifradas desde Suiza. El mensaje era claro, los cargamentos de armas estaban listos para entrar en circulación.

    El proceso era meticuloso, cada cierto número de noches, pequeños grupos designados por William y Krane salían en caravanas discretas, siguiendo rutas previamente marcadas, en puntos de entrega ocultos, recogían cajas de madera reforzada y barriles metálicos cargados con rifles, pistolas, ametralladoras y piezas de repuesto. Todo se transportaba con cuidado hasta el búnker marítimo de los Ashford, el corazón oculto de la organización, construido en viejas instalaciones cercanas a la costa, bajo una luz tenue y un aire cargado de pólvora y sal marina, los hombres de confianza se encargaban de limpiar cada arma, desarmarla, comprobar su funcionamiento y, lo más importante, confirmar que todos los números de serie habían sido borrados para imposibilitar cualquier rastro.

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    Mientras las armas tomaban forma en su arsenal privado, otro frente de negocios se desplegaba. William coordinó reuniones con grupos del sur, interesados en la entrada de oro y plata. El plan era ambicioso, utilizar las piezas registradas en Inglaterra para fundirlas, manipularlas y redistribuirlas sin dejar huellas. Estos encuentros se llevaban a cabo en lugares neutrales, donde las miradas desconfiadas y las manos sobre las pistolas eran la norma, pero poco a poco los acuerdos comenzaron a cerrarse, y los lazos de alianza y comercio con el sur se consolidaron.
    Al mismo tiempo, la propiedad en Paleto Bay, adquirida semanas antes, empezó a mostrar su verdadero valor estratégico, gracias a su fachada de vivienda común, los miembros de ATF podían moverse con naturalidad hacia el norte. Desde allí, desplegaron una red de ventas que alcanzó a los residentes de Sandy Shores, quienes, pese a su estilo de vida precario, siempre estaban dispuestos a pagar por aquello que el mercado negro ofrecía, armas, piezas mecánicas y ciertos componentes químicos destinados tanto a laboratorios clandestinos como a talleres improvisados.

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    En poco tiempo, los Ashford habían transformado la región en un tablero de expansión, el búnker marítimo lleno de armas suizas, las alianzas del sur con el oro y la plata y la presencia en el norte con las ventas a Sandy Shores marcaron el inicio de una nueva era para ATF, una etapa en la que los negocios ilegales se multiplicaban con la misma frialdad que las balas descansaban en sus cargadores.

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