++ $t("links.title") ++
Your browser does not seem to support JavaScript. As a result, your viewing experience will be diminished, and you may not be able to execute some actions.
Please download a browser that supports JavaScript, or enable it if it's disabled (i.e. NoScript).
Ride Forever, Die Whenever
The Lost Motorcycle Club fue alguna vez una de las organizaciones más temidas y respetadas del mundo criminal. Fundado en 1964 en Acter, Alderney, su expansión hacia San Andreas consolidó al club como un símbolo de hermandad, libertad y caos. Desde Liberty City hasta Blaine County, The Lost se forjó entre fuego, sangre, asfalto y traición.
Sin embargo, tras la muerte del legendario Johnny Klebitz a manos de Trevor Philips, y la posterior masacre en Sandy Shores, el club entró en una espiral de decadencia. Sin liderazgo fuerte ni estructura, los capítulos se fragmentaron, los colores perdieron respeto, y la hermandad quedó quebrada. El último presidente de la costa oeste se mantuvo con lo poco que quedaba: unos cuantos hombres fieles, motocicletas oxidadas y una reputación hecha trizas.
Años más tarde, con el club reducido a una sombra de lo que fue, el viejo presidente del capítulo de San Andreas entendió que la historia de The Lost MC no podía continuar si seguían viviendo del pasado. Lo que alguna vez fue una familia, hoy era solo un recuerdo.
Fue entonces cuando tomó la decisión más dura pero más sabia de su vida: entregar el liderazgo del club a alguien que pudiera devolverle el alma al asfalto. Alguien cuya leyenda no nacía de cuentos, sino del rugido constante de su Harley. Ese hombre era Giussepe Zannotti.
Giussepe Zannotti, italiano de nacimiento, motero de corazón y guerrero de espíritu. A sus más de 60 años, Zannotti no busca fama, ni gloria, ni aplausos. Él busca respetar la ruta, vivir con lealtad y morir con honor. Su barba blanca y sus trenzas vikingas no son una moda, son una marca de guerra. Su mirada verde ha visto traiciones, muerte y libertad. Su piel tatuada lleva la historia de quien nunca abandonó la carretera, incluso cuando la vida se lo exigía.
Zannotti aceptó el desafío con una condición: reconstruir The Lost MC desde sus cimientos, pero sin borrar su esencia. Para lograrlo, convocó a dos hombres de confianza:
Lorenzo Fiore, hermano de sangre y estratega silencioso, un hombre que conoce el peso de una decisión y el valor del silencio en medio del ruido.
Diego Luna, su mano derecha, leal hasta la muerte. Criado bajo la tutela de Zannotti, Diego representa la nueva generación que aún respeta las reglas del viejo mundo.
La reconstrucción no fue inmediata. Giussepe, Lorenzo y Diego no buscaban un club de payasos vestidos de cuero. Querían un Motor Club real, con códigos, respeto, jerarquía y propósito. El nuevo Lost MC no es una imitación del pasado; es su renacer. Mantienen los colores, el símbolo y el legado, pero con una nueva mentalidad:
Lealtad, hermandad y fuego.
No buscan guerra, pero no la evitan.
No se arrastran por negocios fáciles, pero tampoco se dejan pisotear.
Bajo su mando, el club volvió a rodar por las carreteras de San Andreas, esta vez más unidos, más sabios y más letales.
Hoy, The Lost MC entra en una nueva era. Desde el polvo de Sandy Shores hasta las calles oscuras de Los Santos, el rugido de sus motores vuelve a escucharse. Ya no son los restos del pasado. Son el principio de una nueva historia.
Bajo el liderazgo de Zannotti, y con la sangre nueva de Fiore y Luna, The Lost MC resurge como una familia renovada, lista para enfrentar un mundo que los dio por muertos.
ACTUALMENTE THE LOST MC ES UN PROYECTO EN FORMACION, SI QUIERES FORMAR PARTE DE LA NUEVA ERA COMUNICATE AL SIGUIENTE DC: gladius743
Autor: Giussepe "El Anciano" Zannotti Ubicación: Sandy Shores, junto a la tienda de perritos calientes al lado de la comisaría
Anoche el aire del desierto venía espeso, con ese sabor a polvo y peligro que solo Sandy puede darte. Nos reunimos los dos fundadores de esta hermandad: Lorenzo y quien les escribe, Giussepe, para ponernos al día y ver en qué andaba el movimiento por este lado del mapa. A la cita se nos unieron dos rostros nuevos: Smirnov y Cisneros. Tipos callados, observadores… pero con mirada de lobo. Esa clase de mirada que no se finge.
Nos sentamos en una tiendita de perritos calientes, justo al lado de la comisaría, porque si vamos a marcar territorio, que sea donde más arda. Hablábamos de lo que se habla entre hermanos: el polvo, los motores, el club… hasta que un tipo solitario se acercó.
El sujeto portaba parches. No cualquiera… llevaba los colores de los Desert Bastards MC. Uno de los MC más pesados del condado. Viejos, organizados, con historia. De esos que no salen de casa sin saber quién manda en cada rincón por donde pisan.
Hubo silencio al principio, de esos que podrían romperse con una chispa. Pero no fue necesario. Cruzamos miradas, respetamos jerarquías y terminamos hablando como hombres. El tema central: los malditos Sureños.
Esa plaga que se infiltra entre las grietas del desierto como si les perteneciera, marcando territorio con violencia, con droga barata, con códigos que no respetan nada. Discutimos cómo eso ha empezado a afectar el equilibrio. Los Sureños no entienden de rutas ni de respeto. Solo de números y metralla.
No hubo amenazas, ni alianzas, pero sí hubo algo más importante: diálogo entre clubes serios. El tipo no vino a fanfarronear, ni a marcar territorio. Vino a oír y a ser oído. Y en este mundo, eso vale más que mil balas.
Seguimos siendo independientes.
Pero sabemos que el condado está cambiando.
Y que tal vez se acerque el momento en que los verdaderos MC tengan que mirar hacia los lados y preguntarse: ¿De qué lado del asfalto estás?
Firmado: Giussepe “El anciano” Zannotti Fundador & Presidente – The Lost MC
Fecha: Quién sabe... el tiempo no se mide igual en la carretera. Ubicación: Un rincón cualquiera del desierto, con olor a aceite quemado y silencio real.
La vida en la carretera no es para todos.
La mayoría cree que esto va de cuero, cervezas y cadenas. Que ser motero es una estética. Una pose. Un disfraz que te ponés el fin de semana para sentirte libre cuando el lunes te vuelve a meter en una oficina. Pero los que de verdad vivimos sobre dos ruedas sabemos que la libertad no es un lujo… es una condena.
El viento en la cara no siempre trae alivio. A veces trae recuerdos. Fantasmas. Cosas que dejaste atrás porque sabías que si te quedabas, te ibas a pudrir con ellas. El motor no es solo un rugido bonito. Es un grito de guerra. Una canción para los que no encuentran su lugar en ninguna parte, pero igual siguen rodando porque quedarse quieto es peor que morir.
Acá en The Lost, no somos santos, pero tampoco somos cobardes. Nos une algo que no se explica con palabras. Lo llamo "el código no escrito". Es ese momento en que ves a tu hermano con la cara partida y ni preguntás qué pasó. Solo encendés la moto y decís: ¿Dónde están? Es la regla que dice que si un bastardo te llama a las tres de la mañana porque su hija está enferma y no tiene con qué llevarla al hospital, vos no dudás. Ni por un segundo.
Nosotros no pertenecemos a este mundo moderno que cree que la fidelidad dura lo que tarda en cargar un mensaje. Venimos de otro lugar. Uno más sucio. Más real. Uno donde las promesas se sellan con aceite y sangre, no con contratos ni juramentos vacíos.
No sé cuánto tiempo más voy a rodar. Quizás mañana un idiota con una pistola me saque del camino. Quizás me agarre un infarto arreglando el carburador en mitad del desierto. Pero cuando pase, quiero que me recuerden con las manos sucias, el tanque lleno, y sin haberme arrodillado jamás ante nadie.
Porque el hombre que cabalga libre, muere de pie. Y eso, hermano… eso no lo pueden decir muchos.
– Giussepe “El Anciano” Zannotti
Fundador & Presidente de The Lost MC
"La carretera no perdona, pero al menos es honesta."
Fecha: Cuando el tiempo dejó de importar. Hora de convocatoria: 23:50 Ubicación inicial: Ruta estatal del norte Destino: Viejo galpón a las afueras de Harmony
La noche tenía ese aire denso que sólo se respira en el desierto cuando algo importante está por pasar. A las 23:50, como lo marcaba el escueto comunicado enviado por Giussepe Zannotti, las máquinas comenzaron a rugir una tras otra en la carretera. No hubo explicaciones, ni discursos motivacionales. Solo una hora, un destino, y un llamado silencioso que los hombres correctos supieron entender sin que se lo explicaran.
La ruta fue testigo de una fila de motores bramando hacia el oeste. Bajo el cielo abierto y sin estrellas, rodábamos sin hablar, pero sabíamos todos hacia dónde íbamos. Uno a uno, nos fuimos sumando a la marcha como piezas que encuentran su lugar en el engranaje de algo más grande.
El destino: un galpón oxidado a las afueras de Harmony, olvidado por los mapas, pero perfecto para lo que estaba por nacer.
Cuando las motos se apagaron, el silencio se volvió espeso. Solo se escuchaban las botas contra la gravilla y algún perro ladrando a lo lejos. Se bajaron los cascos. Se cruzaron miradas. No éramos muchos, pero éramos los justos.
Ahí, en medio de la nada, con olor a caucho quemado y aceite viejo, Giussepe —el que todos ya empezaban a llamar “El Anciano”— se adelantó sin ceremonia ni rodeos. No traía papeles, ni promesas. Traía algo más fuerte: la certeza de que lo que iba a empezar esa noche no se iba a romper fácil.
Se habló poco. Se dijo lo necesario. Que el club no era para cualquiera. Que este camino no era de ida y vuelta. Que acá no hay jefes, hay hermanos. Y que la traición se paga más caro que la sangre.
Fue ahí, entre sombras y polvo, donde se dejaron claros los primeros pilares de The Lost MC:
Lealtad como estilo de vida.
Respeto por el orden del club.
La carretera por encima de todo.
Y los colores… jamás en el suelo.
No hubo brindis. No hubo fotos. Sólo un grupo de hombres marcando el inicio de algo que ya se sentía eterno.
Esa noche no fundamos solo un club. Fundamos un código. Una forma de respirar. Una hermandad para tipos que hace tiempo dejaron de confiar en el mundo, pero que encontraron en el rugido del motor algo parecido a la verdad.
Desde ese punto perdido cerca de Harmony, comenzamos a rodar. Y desde entonces, nunca más paramos.
Fecha: No importa el día. En la carretera, todos los días huelen igual: a libertad y a gasolina.
Hay un momento… justo entre el rugido del motor y el silencio que deja cuando se apaga… donde uno entiende todo.
No importa cuántos años tengas sobre el asiento, ni cuántas veces te hayan puesto una pistola en la cabeza por cruzar un condado que no era tuyo. Tampoco importa cuántas mujeres te han olvidado ni cuántos amigos has enterrado. Lo que importa, hermano, es que sigues ahí… con las manos llenas de grasa, el cuerpo reventado y el corazón latiendo al ritmo de un V-Twin.
Esta vida no la elegimos porque sea fácil. La elegimos porque el mundo allá afuera está podrido de reglas y sonrisas falsas. Porque el sistema cría hombres dóciles, con camisas planchadas y almas rotas.
Nosotros no. Nosotros nacimos para tragar polvo, para comernos los kilómetros con el pecho abierto y el cuchillo listo por si hace falta marcar territorio. Nosotros no firmamos contratos, marcamos lealtades en la piel. Y cuando algo nos duele… aceleramos más fuerte.
Anoche me senté frente al fuego con los muchachos. Algunos nuevos, otros viejos. Vi en sus ojos lo mismo que vi en mí cuando tenía veinte años: esa hambre de pertenecer… ese deseo de encontrar un lugar en el mundo donde no haga falta hablar para ser entendido.
El Motor Club no es solo un grupo de tipos rudos con chaquetas de cuero. Es una forma de vida. Es un código. Es sangre que no se hereda, se gana.
Y si mañana me caigo en una curva, que me entierren con la moto, el chaleco y una sonrisa. Porque, al final, lo único que me hizo sentir verdaderamente libre en esta vida… fue haber sido un hombre sobre ruedas, con hermanos al lado y el viento golpeando fuerte la cara.
Nos vemos en la siguiente curva. — Zannotti
Un relato del norte... donde el metal ruge y el mar guarda secretos.
Era un mediodía caluroso, de esos que hacen que el asfalto huela a goma quemada y los pensamientos se derritan como el cromo al sol. Estábamos sentados en el taller de Marina Drive, entre cigarrillos apagados y una radio vieja que escupía rock oxidado, cuando el teléfono vibró como si tuviera vida propia.
Mensaje cifrado. Remitente anónimo. Solo decía:
“Mercancía llegó. Oculta. Hay que encontrar la lancha antes que otros lo hagan.”
No había firma, pero sabíamos de dónde venía: un contacto interno, uno de esos que no tienen rostro, pero sí precisión militar. El cargamento venía por mar... lo difícil no era interceptarlo, sino encontrar la jodida lancha.
Sin perder tiempo, Marco Mascarone, Daniel Schmurda y yo, Giussepe, montamos las motos. La idea era clara: partir la ciudad en zonas. Cada uno se haría cargo de una parte del litoral. Si esa lancha estaba allí, la íbamos a encontrar. Porque la hermandad puede perdonar un error, pero no perdona perder algo que ya es nuestro.
Punto por punto... Daniel partió rumbo al canal de Vespucci, peinando las zonas más turísticas y sospechosas. Marco bajó por Del Perro y luego giró hacia el puerto viejo, un nido de ratas donde todo se compra por peso. Yo tomé rumbo a los muelles industriales de Elysian, con el chaleco ajustado y los ojos bien abiertos.
El viento silbaba como una advertencia. Los canales estaban más vacíos de lo normal. O eso, o alguien más ya estaba buscándola. La ciudad entera parecía contener la respiración.
Daniel reportó:
“Nada en Vespucci. Puro turista y basura flotando.” Yo le respondí con lo mismo. El puerto estaba limpio, demasiado para mi gusto.
Y fue entonces cuando Marco, con esa voz medio rasposa y ese temple de animal callejero, gritó por el canal:
“¡La tengo! Distrito de pesca, bajo el puente ferroviario. Está escondida entre dos barcazas viejas. El motor todavía está caliente.”
No hubo tiempo para alegrías. Nos vimos en el punto en diez minutos. Tres motos llegaron como el trueno, derrapando entre el óxido y el olor a marea rancia. La lancha estaba ahí, negra como una noche sin luna, cubierta por una lona manchada de sal y gasolina.
Sin preguntar mucho, cargamos las cajas en silencio. Pesaban lo justo. Lo que sea que había dentro... valía la pena.
El viaje hacia la boca del lobo... Con la mercancía asegurada, partimos en caravana. Las motos abrieron el camino, la lancha fue remolcada por una pick-up que conseguimos gracias a un favor viejo. El destino era claro: una sede oculta en el sur de Los Santos, abandonada desde hacía años. Un viejo almacen en La Mesa. Nadie miraba hacia allí… y los que miraban, no hablaban.
La noche cayó como una manta oscura. La ciudad dormía, pero nosotros no.
Al llegar, cerramos el portón, encendimos una linterna y bajamos al almacen. Las cajas estaban frías por fuera, calientes por dentro. Abrimos la primera con una palanca... Y ahí estaba:
armas, componentes, droga, hasta incluso unos quimicos.
Todo estaba envuelto con precisión quirúrgica. Todo estaba preparado para quien supiera cómo moverlo. Y nosotros sabíamos.
Esa noche no brindamos. No hubo fiesta. Solo miradas de complicidad. Porque sabíamos que esto era solo el inicio. La ciudad estaba latiendo… y nosotros teníamos el pulso.
La mercancía estaba a salvo. La hermandad, más unida que nunca.
Este fin de semana, los motores se apagaron por un momento… pero los puños hablaron más fuerte que nunca.
Los hermanos respondieron al llamado, y nos reunimos todos atrás del Yellow Jack, donde el polvo, las risas y el olor a cerveza se mezclaron con el sonido seco de cada golpe bien dado.
Organizamos una serie de peleas callejeras —no por odio, sino por respeto. Para probar el temple, para medir la sangre y el coraje de quienes dicen querer portar el parche.
Los prospectos se lanzaron sin dudar, uno tras otro. Se sacudieron el miedo, tragaron tierra y se pusieron de pie cada vez que cayeron. Eso es lo que buscamos. Valentía. Lealtad. Resistencia. No es sobre ganar, es sobre no rendirse nunca.
Terminamos la jornada con la frente en alto, unas buenas carcajadas y la certeza de que los que se quedaron lo hicieron por algo más que la moda. Lo hicieron porque quieren ser parte de la familia.
The Lost MC sigue firme. Y con cada puño, más fuerte.
Durante las últimas semanas, The Lost MC ha enfrentado una etapa difícil: algunos miembros se alejaron, y el club se vio obligado a hacer ciertos ajustes internos importantes.
Entre ellos, se comunica que Lorenzo Fiore ha sido destituido de su cargo dentro de la estructura, por decisiones que ya no representaban los intereses ni el compromiso del club. No se trata de un castigo, sino de una reestructuración necesaria para seguir adelante con firmeza.
Sabemos que estos golpes duelen, pero también sabemos cómo responder: trabajando, rodando y reconstruyendo.
No estamos desapareciendo. Estamos afinando motores.
Esta es solo una nueva etapa más dentro del camino que elegimos: la hermandad sigue en pie, con los que realmente suman.
Seguimos activos, seguimos firmes, y sobre todo: seguimos siendo The Lost.
—
Comunicado oficial de Giussepe "El Anciano" Zannotti The Lost Motorcycle Club
En días recientes, The Lost MC sostuvo una reunión con una organización que se ha ganado respeto por su presencia en los canales oscuros, particularmente por su capacidad de movimiento de armamento y cargamentos diversos: el Cartel Del Norte.
La cita fue coordinada cuidadosamente y se concretó en una colina alejada de San Chianski, al este del condado. Por parte de The Lost, asistieron los miembros:
Giussepe Zannotti (Fundador)
Rky Stanford (Presidente)
Ezequiel Cisneros (Sargento De Armas)
Brian Zancudo (Prospecto)
El encuentro transcurrió de forma fluida, manteniendo el respeto y la seriedad que requiere este tipo de acercamientos. Durante la conversación, se establecieron líneas claras sobre futuros negocios, especialmente en lo relacionado a armamento, donde se manejaron precios competitivos y logística posible.
En representación del MC, también se propuso y acordó el precio de venta de la cocaína en $3,500 por kilogramo, sujeto a cantidades y frecuencia de pedidos.
Antes de dar por finalizada la reunión, y como gesto de cortesía de parte del club, El Anciano entregó un presente especial: un whisky añejado, producido artesanalmente por locales del condado, como símbolo de gratitud y respeto.
Los representantes del Cartel Del Norte fueron:
Julio
Mosco
El Mudo
Todos ellos llegaron en vehículos de alto valor, reforzando su imagen de estructura organizada y firme en el mercado.
Con esto, se abre una puerta de colaboración que podría traer beneficios para ambos bandos, siempre bajo las condiciones y códigos que respetamos.
Seguimos avanzando. Seguimos marcando presencia. Seguimos siendo The Lost.
Registro oficial de Giussepe "El Anciano" Zannotti The Lost Motorcycle Club
El día de ayer recibimos una invitación... especial. Uno de mis chicos, Rky Stanford, actual presidente del club, conoció a un tal Darwin, quien se presentó como miembro de los Desert Bastards. Nos extendieron la invitación a un evento organizado por ellos, cuando la noche ya había caído.
A la hora pactada, llegamos al lugar señalado. Nos presentamos como corresponde y pudimos apreciar un establecimiento bastante bien ambientado, con detalles que delataban orden y estilo. Tomamos asiento, compartimos algunas palabras, y cruzamos mirada con varias muchachas del lugar.
Fue entonces cuando Darwin se nos acercó y soltó la propuesta con naturalidad:
“Tendremos una pelea callejera. ¿Tienen algún miembro que los represente?”
De inmediato miré a Stanford. No se negó. Estaba claro que alguien del club daría la cara. Y no solo él: también se le dio la oportunidad al prospecto Brian.
Al llegar al ring, se respiraba tensión y entusiasmo. Se dieron batallas reñidas, entre rugidos, aplausos y miradas intensas. Le llegó el turno a Stanford: su oponente, nada menos que Tanner, un viejo conocido del club. Ambos dieron espectáculo, pero fue Stanford quien se alzó con la victoria, dejando claro lo que representamos.
Luego subió Brian, quien lamentablemente no logró llevarse la pelea. Aún así, demostró ganas, y eso también se respeta.
Y justo cuando pensábamos que todo había terminado… Un hombre, tan viejo como yo, me propone una pelea. Acepté.
Fue una contienda pareja, con técnica y golpes certeros, pero un par de aciertos bien conectados me dieron la ventaja. Cerramos así una jornada intensa y memorable.
Nos llevamos una buena experiencia, tanto yo como mis muchachos. Agradecidos con los Desert Bastards por la hospitalidad y el espacio. Aquí estamos, vivos, presentes y representando a The Lost MC como se debe.
Registro oficial de Giussepe "El Anciano" Zannotti
The Lost Motorcycle Club
ACTUALMENTE THE LOST TIENE LAS PUERTAS ABIERTAS PARA NUEVOS MIEMBROS, LISTO PARA FORMAR HISTORIA?... DC: gladius743
El camino de The Lost no siempre estuvo lleno de gloria. Poco a poco, las traiciones, las mentiras y los resentimientos comenzaron a corroer la hermandad que alguna vez fue sólida como el acero. Algunos se alejaron sin mirar atrás, otros perdieron la fe, y lo que en su momento fue un refugio de motoristas se fue debilitando hasta quedar en un punto crítico.
Giussepe Zannotti, “El Anciano”, hizo lo posible por mantener vivo el club, pero hasta los más duros saben que hay batallas que no se ganan con los puños ni con la voluntad. Tras un paso breve por los Desert Bastards, recibió una noticia que selló su destino: debía saldar viejas cuentas con la mafia italiana en su ciudad natal.
Era un peso que no podía esquivar, una deuda de sangre y honor. Y con ello, Zannotti entendió que debía dejarlo todo atrás: The Lost, sus hermanos, su familia, su parche. La decisión fue dura, quizá la más difícil de su vida, pero eligió desaparecer.
Aun así, Giussepe sabía que no podía dejar que el esfuerzo de tantos años muriera con él. Tenía que confiar en alguien para mantener vivo el nombre de The Lost. Ese alguien fue León Vergara, un viejo conocido. No eran amigos cercanos, pero la historia y la experiencia de León lo convertían en el indicado.
Una mañana, sobre la mesa del club, los miembros encontraron un sobre dirigido a Vergara. Dentro, Giussepe dejaba todo en sus manos: la responsabilidad, el peso y el honor de continuar el camino.
No hubo despedidas, no hubo palabras. Solo una carta y un legado. Desde ese día, la historia de The Lost ya no pertenecía a Giussepe, sino a León, y con él, el renacer del club quedaba escrito en la carretera.