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Hahn Woodz nació y fue criado en las calles de Davis, una zona dura, conocida por su historia de violencia, pandillas y abandono institucional. Desde muy joven, Hahn en absoluto entendió que sobrevivir y permanecer en ese entorno no era suficiente, había que avanzar a algo mejor.
Su madre, enfermera de turno nocturno, siempre fue su ejemplo. Su padre, ausente desde que tenía tres años, fue una lección silenciosa sobre lo que no quería ser. Aunque Hahn creció rodeado de códigos callejeros y amistades peligrosas, se ganó el respeto del barrio no por seguir esos caminos, sino por mantenerse firme, leal y correcto.
En la secundaria fue el tipo que arreglaba computadoras viejas de los maestros, hacía tareas por trueque y ayudaba a sus vecinos con trámites en línea. Nunca se metió en problemas graves, aunque alguna vez tuvo que pararse firme para que lo respetaran. Davis lo vio crecer con los pies en la tierra, pero con la mente clara: quería algo mejor, sin renegar de sus raíces.
Gracias a su esfuerzo y a una beca de una fundación local, estudió Técnico en Sistemas y redes. Actualmente tiene un pequeño taller dentro del garaje de su casa, donde arregla equipos, instala cámaras, configura redes y hasta arma PCs por encargo. Es también voluntario en una organización juvenil donde enseña informática básica a morros del barrio, con la idea de que aprendan algo que les abra puertas.
Hahn camina por Davis con la cabeza en alto. No es un santo, pero tampoco un farsante. Su nombre pesa, no por miedo, sino por respeto.