Michael Southgate, camino al sheriff...



  • Michael Southgate nació el 18 de diciembre de 2003 en Los Santos, una ciudad vibrante, caótica y, muchas veces, corrupta. Creció en un barrio común, sin lujos ni dramas extremos. Su familia (padre obrero, madre enfermera) siempre le inculcó valores sólidos: el trabajo duro, el respeto, y sobre todo, la honestidad.

    A diferencia de muchos chicos de su edad, Michael no soñaba con ser rico, famoso o influencer. Tampoco se sentía atraído por las tentaciones del crimen fácil que devoraban poco a poco su ciudad natal. Mientras sus amigos tomaban caminos diferentes, algunos hacia carreras universitarias, otros hacia la oscuridad, Michael tenía una idea clara y firme: él quería ser sheriff. No policía cualquiera, no un soldado del sistema sin rostro. Sheriff. Un protector de la ley con criterio, rectitud, y la cercanía suficiente para marcar una diferencia real en su comunidad.

    La idea no nació de la noche a la mañana. Desde joven, Michael observaba la decadencia en los callejones de Los Santos. Veía cómo la justicia llegaba tarde, mal, o nunca. Pero también admiraba a aquellos pocos que aún vestían el uniforme con honor. Esos eran sus héroes. Y él quería unirse a ellos.

    Con el paso de los años, su determinación solo creció. A los 21, decidió alejarse del ruido de la ciudad y mudarse a un modesto piso en Paleto Bay. No era glamuroso, pero ofrecía algo más importante: tranquilidad y enfoque. Allí, su vida se convirtió en un ritual casi militar. Se levantaba antes del amanecer, corría varios kilómetros por la costa cada día, entrenaba su cuerpo y su mente como si ya llevara placa. Luego, se encerraba horas a estudiar: leyes, procedimientos, código penal, psicología criminal... todo lo necesario para superar las duras oposiciones al cuerpo del Sheriff del condado de Blaine.

    Michael no salía mucho. No tenía tiempo para fiestas, ni ganas de distracciones. Sus vecinos lo conocían como “el chico del piso 3 que siempre corre con auriculares”. Nadie sabía bien por qué lo hacía, pero él sí: cada zancada, cada página estudiada, lo acercaba a su meta.

    En un mundo donde muchos buscaban el camino más fácil, él eligió el más largo, el más duro. No quería solo un uniforme. Quería el honor que venía con él.

    Y aunque aún no había cruzado la puerta del cuartel del Sheriff, ya llevaba consigo lo que más importaba: una convicción inquebrantable.

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