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Dante Amato nació en Nápoles, Italia, en un barrio donde la justicia se mezclaba con el miedo y el respeto se ganaba a gritos o con balas. Su madre, Luciana Amato, era jueza penal, conocida por su lucha directa contra los clanes de la Camorra. De su padre no supo mucho: se largó antes de que él aprendiera a hablar.
Desde pequeño, Dante vivió entre libros de leyes, recortes de periódicos con titulares sobre mafiosos encarcelados, y amenazas veladas escritas en papel sucio metidas bajo la puerta.
A los 11 años, su mundo se quebró. Un coche bomba explotó frente al tribunal. La víctima principal: su madre.
Tras el asesinato, Dante fue enviado a Liberty City a vivir con su tío Fabio, un exmilitar retirado, seco y disciplinado, que trabajaba como instructor de defensa personal y seguridad privada. No era cariñoso, pero lo enseñó a mantenerse firme, a pensar rápido y a golpear antes de preguntar.
En el colegio fue callado, serio, pasó desapercibido, no tenía muchos amigos pero tampoco se metían con él. Se destacó en ciencias y biología. A los 18, entró a la universidad pública con una beca parcial y se matriculó en Medicina. Quería enfocarse en el futuro en el área forense y algún día colaborar con la justicia.
Su tío le exigía colaborar con los gastos de la casa, por eso, Dante trabajó durante años como guardia de seguridad en discotecas y bares de mala muerte. Ahí se formó en la calle:
Aguantó borrachos, peleó con pandilleros, escoltó VIPs con egos inflados. No buscaba problemas, pero cuando tocaba… sabía responder. Se ganó una pequeña popularidad en la zona por saber llevar las situaciones cuando las cosas se salían de control, aunque requiriera algo de fuerza.
La noche lo curtió. Aprendió a leer miradas, detectar tensiones, calmar el ambiente o encenderlo si era necesario. Algunos lo veían como un simple portero. Otros como alguien que sabía demasiado para estar ahí.
Dante se graduó de Medicina a los 25 con notas decentes, aunque sin honores ni felicitaciones, pues empalmar su trabajo nocturno con los estudios lo agotaba mucho. Sin embargo, no le interesaban los aplausos, sino las herramientas para ejercer su profesión. Eventualmente abandonó su trabajo como guardia.
Trabajó como médico general por un año, pidió un préstamo y estudió la especialización que siempre quiso: medicina forense en la universidad de San Andreas en Los Santos. A los 29 se graduó como médico forense y trabajó mucho tiempo en el hospital de Los Santos haciendo autopsias, colaborando con investigaciones, etc. Pero Dante quería más. Quería un rol más activo, quería ayudar más, tal vez por el sentido de justicia heredado por su madre, por eso abandonó su trabajo y se propuso a entrar al FIB. La información recopilada tras años en la vida nocturna y sus conocimientos sobre medicina forense y criminalística lo hacen un perfil apto para entrar a la organización.
Con 30 años, perseguirá este nuevo objetivo y no descansará hasta lograrlo.