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Nombre: Pablo Chile Nacido: 18/09/2003 Edad: 22 años Nacionalidad: Chileno
Actitudes:
Pablo es de esos que tienen la mirada densa, como si ya hubiera visto más de lo que debería. Es un adicto a la weed y a la Ketamina, y eso define gran parte de su día a día. Cuando está volando, se vuelve introspectivo, callado, hasta profundo. Se le nota en la forma en que habla lento, como si cada palabra le pesara. Pero cuando no tiene lo suyo, se pone irritable, ansioso, con una tensión que puede explotar en cualquier momento.
Niñez:
Pablo creció en La Pincoya, rodeado de blocks, calles gastadas y una rutina marcada por la falta. Su madre trabajaba todo el día para mantener la casa en pie, y él pasaba gran parte del tiempo en la calle, donde la realidad se aprendía rápido o se pagaba caro.
Desde niño fue callado, observador, siempre atento a lo que pasaba a su alrededor. Veía cómo los autos sin patente llegaban y se iban, cómo algunos vecinos desaparecían y otros volvían con los ojos vacíos. La presencia del narco, el control territorial y la desconfianza eran parte del paisaje.
A los 11 empezó a fumar Marihuana, más por curiosidad que por necesidad. Pero con el tiempo, se transformó en parte de su rutina. No pasó mucho antes de probar la Ketamina, que le ofrecieron como “algo piola pa bajar revoluciones”. Lo que comenzó como un escape se volvió costumbre.
Pablo no era malo en el colegio, pero tampoco encontraba sentido. Su cabeza estaba en otra parte. Mientras otros soñaban con salir de la población, él empezó a escribir lo que veía y sentía. No hablaba mucho, pero todo lo que callaba lo dejaba en sus letras.
Adolecencia:
La adolescencia de Pablo estuvo marcada por la rutina dura de La Pincoya. El barrio era terreno conocido, pero nunca seguro. A esa edad ya entendía cómo funcionaban las cosas: los pasajes tenían dueño, los que mandaban no se mostraban mucho, y los errores se pagaban caros. No era raro ver retenes llenos, velorios improvisados, o gente desapareciendo sin dejar rastro.
A los 14 empezó a moverse con algunos cabros mayores. No hablaban de lo que hacían, pero todos sabían. Pablo hacía encargos chicos, entregas, siempre con perfil bajo. Sabía que si te mostrabas mucho, durabas poco. Nunca fue de meterse en peleas, pero tampoco se dejaba pasar a llevar. Callado, observador, sin confiar en nadie.
En paralelo, se juntaba a veces con los amigos del sector a grabar temas. Tenían un mic viejo, un notebook prestado y ganas de soltar lo que llevaban dentro. Para Pablo no era más que una distracción. Le gustaba el ambiente, pero no lo veía como una salida. La música era solo eso: un desahogo entre el humo y el ruido de fondo.
Ya estaba metido en la weed desde chico, pero en esa etapa la ketamina se volvió parte de su rutina. Decía que lo calmaba, que lo hacía pensar menos. Para muchos era vicio; para él, costumbre.
A los 17, todo se complicó. Un operativo fuerte terminó con varios del barrio presos y con otros arrancando. Él sabía que si se quedaba, era cuestión de tiempo. Usando un contacto que se movía entre Chile y el extranjero, consiguió papeles falsos y un pasaje a Los Santos, San Andreas.
Llegó sin mucho. Al principio se mantuvo al margen, adaptándose a un lugar distinto pero con la misma lógica de calle. Con el tiempo, por medio de conocidos, terminó cruzándose con Derek Brooklyn, uno de los líderes de LUXURIA. No fue una amistad inmediata, pero Pablo sabía cómo moverse. Entendió las reglas, mostró lealtad sin hablar de más, y eso le abrió la puerta.
Ahí empezó otra etapa. Nueva ciudad, mismos códigos.