Biografía: Eduardo Tabares



  • Nombre completo: Eduardo Alejandro Tabares Ruiz
    Edad: 25 años
    Lugar de nacimiento: Culiacán, Sinaloa, México
    Ocupación actual: Supervisor de Seguridad Privada en AND Segurity
    Historial: Ex-agente de la Policía Federal Mexicana
    Estado: Reubicado en Los Santos, bajo identidad reservada

    Historia:

    Eduardo Tabares nació en las entrañas de Culiacán, un lugar donde el silencio de la noche solo lo rompen los disparos y los gritos. Desde que tiene memoria, vivió rodeado de violencia. Su calle estaba partida por dos bandos: los que mandaban con miedo, y los que aprendían a agachar la cabeza para sobrevivir.

    Creció entre carencias, entre vecinos que desaparecían de un día para otro, y entre un gobierno que solo aparecía para levantar muertos. Su padre desapareció cuando Eduardo tenía seis años. Nadie preguntó, nadie habló. En esos barrios, el silencio es una forma de seguir vivo.

    La figura que lo sostuvo fue su hermano mayor, Matías. Un mecánico de manos rotas pero alma firme. Nunca se metió con nadie, pero tampoco se dejaba pisotear. Matías creía en el trabajo honesto, en la palabra, en que aún había esperanza incluso en un lugar como ese. Y eso… fue su condena.

    Un día, agentes corruptos de la policía, coludidos con contrabandistas locales, llegaron a su taller. Querían usar su espacio como punto de paso. Le ofrecieron dinero, protección, poder. Pero Matías no se vendía. Les dijo que no. Les dijo que ahí no se movía ni un clavo que no fuera legal. Les escupió la verdad en la cara.
    Y lo pagó caro.

    Al día siguiente, lo encontraron dentro del taller, con las puertas cerradas por dentro y el fuego devorando todo. Dijeron que fue un “accidente”. Que “algo explotó”. Pero Eduardo sabía lo que era. Fue un mensaje. Y lo entendió claro.

    Desde ese día, algo dentro de él se rompió. Dejó atrás los robos y las tranzas menores. Se enlistó en la Policía Federal, con solo 18 años, decidido a hacer justicia desde adentro. Quería cambiar el sistema. O al menos, enfrentarlo de frente.

    Durante un tiempo, lo logró. Se ganó el respeto de muchos y el odio de los demás. No aceptaba sobornos. No vendía expedientes. No callaba cuando algo olía mal. Y eso, en ese mundo, es jugar con fuego.

    No tardaron en ponerle el dedo. Le sembraron pruebas, lo acusaron de filtraciones. Amigos de uniforme lo traicionaron. La misma institución que juró defenderlo le dio la espalda. Entendió que en México, ser recto no basta. Te desaparecen, te entierran, y luego te olvidan.

    Eduardo no esperó su turno.

    Con ayuda de un contacto de confianza, salió del país. Cruzó con documentos falsos, cambió de identidad y llegó a Los Santos llegando a la ciudad busco ser legal, obtuvo la ciudadanía después de unos meses de estar con un conocido que lo ayudo y lo impulso para ser independiente, apadrinándolo.

    Hoy trabaja como supervisor en ADN Security, una empresa de seguridad privada. Coordina operaciones, protege a empresarios, escolta a gente que jamás conocerá la calle como él la conoció. Vive tranquilo… o al menos, lo intenta. Pero en el fondo, Eduardo no ha cambiado.

    Sigue siendo el mismo morro que vio morir a su hermano por no agachar la cabeza. El mismo que no olvida, que no perdona.
    Y aunque ya no lleve placa, aún carga con un código:
    el suyo.

    Porque la justicia no siempre se da en un juzgado…
    A veces, llega con los puños cerrados y el alma rota.

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