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Rafael Lenos: El que quiso ser policía Rafael Lenos nació en Liberty City, pero creció soñando con Los Santos. Lo que veía en internet eran autos brillantes, policías en helicóptero, calles iluminadas y agentes en persecuciones como en las películas. Mientras otros soñaban con fama o dinero, Rafael soñaba con llevar una placa.
No tenía trabajo, no tenía estudios, no tenía nada. Solo un sueño y una vida difícil. Su madre murió cuando él tenía quince. Su padre, que nunca estuvo, fue solo un apellido en un acta de nacimiento. Sin nadie que lo guiara, sin un centavo en los bolsillos, Rafael decidió que se convertiría en policía… cueste lo que cueste.
A los 20 años, usó lo poco que tenía para tomar un autobús rumbo a Los Santos. Apenas llegó, supo que nada sería como lo había imaginado.
Los barrios bajos estaban peor que en los foros. La policía estaba comprada, algunos agentes vendían armas, otros trabajaban con pandillas. En Mission Row, vio a un teniente recibir dinero frente a todos. En Rancho, escuchó disparos como si fueran fuegos artificiales.
Intentó entrar a la academia, pero fue rechazado. No por su historial —no tenía antecedentes—, sino porque no conocía a nadie, no tenía padrinos, no tenía “recomendación de arriba”. La ciudad le cerró las puertas… como siempre lo habían hecho.
Sin trabajo, sin familia, sin ley, Rafael se quedó en un pequeño motel cerca de El Burro Heights. Empezó a caminar por los barrios, a observar, a aprender los códigos que no se enseñan en ninguna escuela. Conoció a tipos como “El Chino”, un ex-policía que ahora vendía armas en la oscuridad del canal de Vespucci. Conoció a Damián, un taxista que también era corredor clandestino por las noches. Y conoció a Paloma, una mujer que le dijo una frase que no olvidaría nunca:
“Aquí la ley no está en los cuarteles, está en quién tiene el control del miedo.”
Esa noche, Rafael dejó de querer ser policía.
Comenzó a moverse entre sombras. Primero entregas. Luego vigilancia. Después, decisiones. Nunca alzó la voz. Nunca fue el más violento. Pero todos sabían que con Rafael no se jugaba. En menos de un año, su nombre comenzó a sonar en los callejones de Davis, en las radios de los policías corruptos, en los informes que nadie quería firmar.
Hoy, cuando alguien entra a Los Santos preguntando quién manda en el sur, no mencionan al alcalde. No mencionan a un comisario.
Mencionan a Rafael Lenos. El que quiso ser policía... Y terminó escribiendo su propia ley.