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Zoe Martino, 22 años, nacida en Rosario, Argentina. Hija de nadie y de todos, creció en un departamento agrietado por el tiempo y el abandono. Su padre era una sombra que pasaba cada tanto a dejar promesas vacías, y su madre, atrapada entre frustraciones y silencios eternos, fue más un ruido de fondo que una presencia real. Desde muy chica, Zoe entendió que en su vida nadie iba a venir a salvarla. Las calles le enseñaron lo que no enseñan en casa: a mentir sin pestañear, a caminar sin hacer ruido, a detectar una amenaza con solo una mirada.
Los días eran largos, las noches más. Se crió entre discusiones de vecinos, timbres que sonaban a cualquier hora, y amigos que desaparecían sin explicación. A los 17 ya tenía más calle que muchos adultos, y a los 20 tomó una decisión que cambiaría todo: se fue. Vendió un celular, unas joyas que no eran suyas, y compró un pasaje solo de ida a los Estados Unidos. No buscaba el “sueño americano”, ni quería ser alguien famosa. Buscaba espacio. Un territorio nuevo donde nadie conociera su apellido, donde pudiera reinventarse sin las etiquetas del pasado.
Se instaló en un barrio donde la ley se respeta solo cuando conviene, y se mimetizó con la rutina. Camarera por necesidad, repartidora ocasional, limpia lo que ensucia sin hacer preguntas. No llama la atención, y eso es exactamente lo que quiere. Su verdadero interés está en los márgenes: donde se negocian cosas que no se registran, donde los nombres no importan, y el silencio se paga caro.
Zoe no se mete de golpe. Observa, memoriza, aprende. No es impulsiva, es precisa. Sabe que en este mundo los bocones duran poco y los discretos construyen imperios. Se ha ganado la confianza de algunos, no por lo que dice, sino por lo que calla. Sus favores no son gratis, pero tampoco imposibles de pagar. Nadie sabe bien de dónde viene, pero todos intuyen que no está de paso.
Hoy, se mueve como una pieza que todavía no encajó en el tablero, pero que pronto hará ruido. Tiene contactos, curiosidad, y algo que muchos han perdido: paciencia. No necesita correr, porque ya está en camino. Para Zoe, el crimen no es un juego ni un fin… es una forma de equilibrar la balanza. Y si todo sale como lo piensa, pronto dejará de ser una más entre la multitud.