Ruben Guzman



  • Rubén Guzmán nació en el año 1990 en una ciudad mediana del interior del país. Su infancia estuvo marcada por las limitaciones económicas de su familia: su madre trabajaba en limpieza en una escuela pública, y su padre era chofer de colectivo. Pese a eso, nunca les faltó un plato de comida ni una palabra de aliento. Desde chico, Rubén repetía que quería ser “alguien que ayude a los demás, pero de verdad”. Su madre decía que algún día lo vería con traje y corbata en una oficina del gobierno.

    A diferencia de muchos de sus compañeros, Rubén no soñaba con ser rico o famoso. Él quería entrar al Estado. No por poder, sino porque creía que desde ahí podía hacer las cosas bien, sin “roscas” ni acomodos. “Un tipo que haga lo correcto”, decía.

    Estudió ciencia política en la universidad pública. Tardó más de lo esperado en recibirse porque trabajaba medio tiempo como administrativo en un archivo municipal. Allí conoció la burocracia desde adentro: expedientes que dormían años, trámites innecesarios, favoritismos. A veces salía frustrado, pero también aprendió cómo funcionaba el sistema. Y más importante aún, vio cómo cambiar las cosas —aunque fuera de a poco.

    Con su título en mano, Rubén se postuló a un concurso público para entrar al Ministerio de Desarrollo Social. No tenía contactos, solo un currículum prolijo y una carta de presentación escrita con el corazón. Contra todo pronóstico, lo llamaron. Comenzó como técnico de campo en programas de asistencia barrial. Iba a villas, tomaba datos, hablaba con vecinos, y se quedaba horas extra redactando informes.

    A lo largo de los años, fue creciendo. No por acomodo, sino porque quienes lo rodeaban notaban que no buscaba figurar, sino resolver. Siempre fue claro: “Prefiero un trámite bien hecho que una foto en redes”. Se ganó enemigos también —colegas que no entendían su ética, jefes que lo veían como un obstáculo para “mover favores”. Pero él se mantuvo firme.

    En 2022, lo invitaron a coordinar un programa nacional de integración urbana. Su tarea no era sencilla: trabajar con municipios, ONGs, movimientos sociales y funcionarios que no siempre se llevaban bien. Pero Rubén era un tipo paciente. Escuchaba, mediaba, ponía los números sobre la mesa, y hacía que las cosas avanzaran.

    Hoy, Rubén Guzmán sigue trabajando en la administración pública. No tiene chofer ni despacho con vista. Vive en un departamento alquilado y viaja en transporte público. No da entrevistas, no hace alarde de nada. Pero hay barrios donde la gente lo recuerda como “el único que vino, escuchó, y volvió”.

    Y para él, eso es suficiente.


Accede para responder