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josele tenía apenas 16 años cuando decidió dejar su casa. Vivía en un barrio humilde, en una casa donde los gritos eran más frecuentes que las risas. Su madre trabajaba todo el día limpiando casas ajenas, y su padre, cuando no estaba borracho simplemente no estaba. Cansado de la violencia, el hambre y la indiferencia josele tomó una mochila vieja, metió tres mudas de ropa, una libreta y unos cuantos billetes que había ahorrado ayudando en una tienda del barrio, y se fue sin mirar atrás La primera noche la pasó en un parque, cubriéndose con cartones. Al día siguiente, encontró un albergue juvenil donde podía dormir a cambio de ayudar con algunas tareas. Durante meses vivió de lo que podía: algunos días barría en tiendas, otros ayudaba en mudanzas. Pero pronto, la ciudad mostró su cara más dura. No tener identificación, no tener un domicilio estable, y no tener estudios más allá del primer año de secundaria lo convirtió en invisible para el sistema A los 17 años,josele ya era parte de un pequeño grupo de jóvenes que se dedicaba a robar. Empezó con carteras en el metro y mochilas de turistas. Rápido, ágil, y con un rostro aún inocente, pasaba desapercibido. Lo hacía, según él, solo para sobrevivir. Pero pronto, ese mundo lo absorbió. Empezaron a robar tiendas, luego casas. Conoció a “El Chaka”, un tipo de 25 años que se convirtió en su guía en ese mundo torcido Por un tiempo, josele sintió que era libre. Tenía ropa nueva, comía bien, incluso empezó a alquilar una habitación en un edificio viejo. Pero la vida en la calle cobra su precio. Vio a amigos caer en las drogas, a otros ser traicionados por quienes consideraban hermanos. Y finalmente, él también cayó Una noche, durante un robo a una joyería en una zona poco vigilada, la policía apareció por sorpresa. josele corrió, pero lo atraparon en una calle sin salida. Tenía 18 años. Lo condenaron a cinco años por robo agravado. En prisión, conoció lo que era el verdadero infierno La cárcel no fue fácil. Lo golpearon, lo humillaron, y aprendió que en ese lugar la ley del más fuerte era la única que importaba. Pero también encontró pequeñas luces: un bibliotecario del penal, don Leandro, le prestaba libros; una psicóloga joven lo escuchaba sin juzgarlo; y un taller de limpieza industrial le enseñó a usar máquinas, productos y técnicas de aseo profesional. josele empezó a cambiar. No lo decía en voz alta, pero ya no quería volver a robar. Anhelaba una vida tranquila, aunque no supiera cómo conseguirla. A los 23 años, salió con libertad condicional y una carta de recomendación del jefe del taller de limpieza del penal josele volvió a la ciudad, pero esta vez no con la arrogancia de un joven que se creía invencible, sino con la humildad de quien ha visto lo peor y quiere algo mejor. Buscó trabajo durante semanas, sin suerte. Muchos no querían a alguien con antecedentes. Otros simplemente no respondían. Hasta que un día, una pequeña empresa de limpieza llamada “Brillo Urbano” lo aceptó. El dueño, don Rogelio, también había estado preso en su juventud. Empezó limpiando oficinas de noche. Era duro, silencioso, pero honesto. Nadie lo miraba con desprecio, nadie lo juzgaba. Poco a poco fue ganando confianza. Lo ascendieron a supervisor. Luego lo mandaron a capacitar a nuevos empleados. Comenzó a estudiar por las noches para terminar la secundaria A los 26, josele ya tenía un lugar propio, modesto pero limpio y aunque su relación era tensa, estaban sanando. En la empresa lo respetaban. Había aprendido a vivir con dignidad. No era una historia perfecta, pero era suya. Forjada con errores, caída tras caída, pero también con voluntad de levantarse. josele , parado frente a un ventanal de una oficina que acaba de dejar impecable, mira la ciudad iluminada por la noche. No olvida su pasado, pero tampoco lo arrastra. Lleva la escoba con orgullo, como un guerrero lleva su espada. Porque él, en su propia guerra, había aprendido que la verdadera batalla es contra uno mismo… y esa, la estaba ganando.