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Jacob Salazar nació el 25 de abril de 2003 en Houston, Texas, bajo circunstancias difíciles y trágicas. Su madre, María Rodríguez, huyó embarazada desde Bogotá, Colombia, buscando refugio en Estados Unidos después de que su esposo, Sebastián Salazar, fuera asesinado por un grupo terrorista que operaba en su país natal. Sebastián era periodista y había dedicado su vida a exponer la corrupción y los vínculos entre carteles de drogas y grupos armados ilegales. Su valentía le costó la vida, dejando a María sola y con un hijo por venir.
Desde joven, Jacob mostró un carácter fuerte y una empatía inusual. En la escuela, se destacaba por su lealtad y su habilidad para ayudar a sus compañeros a resolver conflictos. Sin embargo, debajo de esa exterioridad tranquila, había un fuego encendido por el dolor de una pérdida que nunca llegó a superar por completo.
A los 16 años, un evento en su comunidad le marcó profundamente. Durante un ataque en una manifestación local, Jacob ayudó a organizar a los heridos y guiar a las personas hacia un lugar seguro, demostrando un temple más allá de su edad. Este momento fue decisivo para él. Comprendió que quería dedicar su vida a proteger a los demás y luchar contra las fuerzas que destruyen vidas inocentes.
Al cumplir 23 años, Jacob tomó una decisión que transformaría su vida: postularse en el ejército de los Estados Unidos. Su madre, aunque temerosa, entendió que Jacob no solo buscaba una carrera militar, sino una causa. En su despedida, ella le entregó un viejo reloj de su padre, con las palabras grabadas en la parte trasera: “La verdad no se rinde.”
Aunque viva en un país lejano a los horrores de su tierra natal, Jacob sentía el peso del pasado en cada relato que su madre le contaba sobre su padre. Sebastián no solo era un nombre o una foto enmarcada; era un símbolo de integridad, lucha y, sobre todo, un modelo a seguir...