Biografía de Victor Villar



  • Biografía de Victor Villar

    Nombre completo: Victor Villar
    Fecha de nacimiento: 07 de Enero de 1999.
    Nacionalidad: Argentino.
    Edad: 26 años.
    Residencia: Los Santos, Paleto Bay
    Profesión:Mecanico
    Club: Mayans MC

    Víctor siempre recordaba el día en que su padre se fue. Aunque era pequeño, solo tenía seis años, la imagen de su padre subiendo a su camioneta con una mochila al hombro estaba grabada a fuego en su mente. “Te quiero mucho, hijo, cuídate”, fueron las últimas palabras de Alejandro antes de irse, y lo decía con la misma frialdad con la que se despedía de una tarde cualquiera. Desde entonces, la casa quedó vacía no solo de su presencia, sino también de los sueños que alguna vez había tenido. Su madre, Laura, luchó siempre por mantener a la familia unida, pero en el fondo, sabía que Víctor nunca lograría sanar la herida que había dejado el abandono.

    Creció en el sur de Buenos Aires, en un barrio donde las oportunidades eran pocas y los problemas, muchos. Los días transcurrían en medio de la pobreza, la violencia juvenil y la falta de horizontes. Sin embargo, a pesar de la adversidad, Víctor siempre mostró un talento para algo que jamás pudo desarrollar en su tierra natal: la mecánica. Desde pequeño, le fascinaba ver a los viejos coches en el taller de su abuelo, un hombre que también había sido mecánico, aunque ya no estaba presente para enseñarle más que los secretos de un motor o el sonido metálico de una herramienta golpeando el metal.

    A los 16 años, tras perder a su madre en un accidente de tráfico, la vida de Víctor se volvió aún más oscura. Ya no quedaba nada que lo anclara a Buenos Aires. Un amigo de la infancia le habló sobre las oportunidades en los Estados Unidos: "Allá hay trabajo, todo es más grande, más fácil. Y si sabes de autos, te puede ir bien".

    Decidió embarcarse. Sin muchos recursos, pero con la determinación de dejar atrás su pasado y encontrar algo que le diera sentido a su vida, Víctor tomó un vuelo a La ciudad de los santos, dejando atrás las ruinas de su vida en Argentina. Lo único que le quedaba era un par de fotos, unas pocas ropas y la esperanza de que, al menos allí, las cosas podrían ser diferentes.

    La llegada a Estados Unidos fue mucho más difícil de lo que imaginaba. El inglés roto, la falta de experiencia laboral y la soledad lo abrumaron. Los primeros días fueron una sucesión de trabajos temporales en garajes, limpiando pisos y reparando motores en condiciones precarias. No sabía cómo iba a salir adelante, pero lo que sí sabía era que lo único que le mantenía cuerdo era la mecánica. Durante sus momentos libres, en su pequeño departamento de paleto bay, pasaba horas buscando tutoriales en línea, reparando cualquier cosa que pudiera encontrar, y soñando con tener su propio taller algún día.

    Un día, mientras caminaba por un barrio diferente, se vio atraído por el rugir de los motores. Unos tipos en chaquetas de cuero, montados sobre motos de gran cilindrada, se encontraban fuera de un pequeño taller. El olor a gasolina y a metal recién trabajado lo hizo acercarse sin pensarlo. Era un motor club: Mayans Mc.

    Un tipo de mirada severa y tatuajes, se acercó a Víctor.

    “¿Te gustan las motos, amigo? ¿Sabes algo de mecánica?”

    Víctor, sin saber por qué, respondió sin pensar: “Sí, me gustan. Y algo sé de motores, aunque no he trabajado mucho con motos.”

    “¿Te interesa unirte a nosotros?”, preguntó el hombre, dándole una palmada en la espalda. “Nosotros no solo somos un club, somos una familia. Y si te gustan las motos, siempre hay espacio para alguien con buenas manos.”

    No sabía exactamente por qué, pero la invitación sonó como una oportunidad. Tal vez era la sensación de pertenecer a algo después de tanto tiempo de soledad, tal vez la posibilidad de aprender algo nuevo. Decidió dar el paso y unirse a Mayans Mc.

    En el primer encuentro, Víctor se dio cuenta de que el club no era solo un grupo de motociclistas; era una familia, un refugio para aquellos que habían tenido un pasado complicado. Sin embargo, lo que realmente lo sorprendió fue encontrar a alguien entre ellos que no esperaba: Michael, un amigo de su infancia en Argentina.

    Michael había sido su compañero de escuela, un chico que, al igual que él, había crecido con la falta de un padre, con una madre que luchaba por sacar adelante a la familia. Habían jugado juntos, compartido risas y secretos, pero después de la partida de Víctor a Estados Unidos, sus caminos se separaron. Nunca imaginó que lo encontraría allí, en ese club.

    “¿maiky? ¿Sos vos?” exclamó Víctor, casi sin creer lo que veía.

    michael se giró, con una gran sonrisa en el rostro, al escuchar su nombre. “¿Víctor? No puede ser... ¿Qué haces aquí?”

    Ambos se abrazaron, sorprendidos por el reencuentro, como si el destino hubiera decidido reunirlos después de tantos años.

    “¿Quién diría que nos encontraríamos en medio de todo esto, no?” dijo michael mientras miraba alrededor. “Yo también terminé aquí después de un tiempo complicado. Pensé que nunca volvería a ver a alguien de mi vieja vida.”

    El reencuentro no solo les trajo una ola de nostalgia, sino también una nueva motivación. Michael, al igual que Víctor, había tenido sus propios problemas y desafíos, pero las motos le habían dado una nueva razón para seguir adelante. En Mayans Mc encontró una familia que lo aceptaba, y ahora, a través de Víctor, podía ver que el club también podría ser el punto de partida para su amigo.

    Víctor, con el paso del tiempo, se fue integrando al grupo. Aprendió sobre mecánica de motos, desde el funcionamiento de los motores hasta el arte de personalizar las máquinas. La vida en el club le dio un propósito renovado. En sus viajes por la costa, en las largas noches de charla junto al fuego, Víctor dejó de sentirse como un extranjero. Encontró en Michael a alguien con quien compartir los recuerdos de su niñez, y en el club, una familia que lo había aceptado sin reservas.

    Un día, después de una larga ruta por las carreteras de Los Santos, mientras las luces del atardecer iluminaban el horizonte, Víctor miró a su alrededor. La sensación de pertenecer, de finalmente estar en el lugar correcto, lo invadió. Recordó a su padre, a su madre, a la vida que había dejado atrás en Buenos Aires, y comprendió algo que nunca antes había visto con claridad: la vida no se trata de encontrar el lugar perfecto, sino de encontrar el camino que te permita ser quien realmente eres.

    El rugido de las motos a su alrededor, el viento en su cara y la sonrisa de Michael a su lado lo hicieron sentir, por primera vez en muchos años, que estaba en casa.

    Aunque el pasado seguía pesando en su memoria, Víctor entendió que, tal vez, el viaje nunca había sido sobre escapar, sino sobre regresar a uno mismo. Y ahora, en esa carretera interminable, había encontrado lo que tanto había buscado: un futuro, una familia y, sobre todo, un propósito.


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