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Conocí a Alexia en una de esas cenas familiares que mis padres organizaban cuando llegaba alguien nuevo a la ciudad. Era una "sobrina de los Sanz", recién llegada de Argentina. Para ser sincero, no esperaba gran cosa; esas reuniones solían ser largas y aburridas, llenas de conversaciones que no me interesaban y hasta cierto punto no entendía.
Cuando apareció, lo primero que noté fue que no se parecía en nada a las personas que suelen llegar a este tipo de reuniones. Tenía una actitud directa, como si ya supiera cómo iba a ser todo y no le importara demasiado impresionar a nadie. Apenas nos presentaron, me preguntó: “¿Vos sos Juan? Dicen que sos bastante hincha”.
Me causó gracia, aunque no lo admití en el momento. Esa noche, después de los saludos y las charlas incómodas con los adultos. Alexia y yo, terminamos conversando sobre nuestras familias, y los negocios que había de por medio entre ellas, pronto nos dimos cuenta de que teníamos más en común de lo que cualquiera podría imaginar. Yo le conté que mi familia, aunque era colombiana, tenía muchas costumbres japonesas, una herencia que venía de mi abuelo. Ella me miró como si acabara de decir algo que no esperaba escuchar. “En mi casa también es así”, dijo, casi como si le sorprendiera. “Aunque ahora parece que nadie se acuerda de esas cosas”. La conversación siguió fluyendo. Hablamos de nuestras familias, de cómo nos criaron, y hasta de las cosas que no eran tan fáciles de contar, cómo los negocios complicados en los que estuvieron metidos algunos parientes. No era algo que normalmente compartiera con alguien, pero con Alexia fue diferente. Ella no juzgaba, simplemente entendía.
Desde ese día, nos llevamos bien. No fue como si nos hiciéramos mejores amigos al instante, pero con el tiempo, nos dimos cuenta de que éramos un buen equipo, casi que como una hermana. Ninguno de los dos era de andar con vueltas, y eso hacía que todo fuera más fácil. Alexia no es del tipo que se guarda las cosas, y yo tampoco. Por eso nuestra amistad funciona: no hay drama, solo respeto y un montón de discusiones sobre cosas que a nadie más le importan. Así nos conocimos, de manera simple y sin grandes historias. Pero desde entonces, no nos hemos soltado. Y aunque a veces discutimos por alguna tontería, sé que Alexia siempre está ahí, y yo para ella. Nada más.
Cuando Alexia y yo decidimos armar Blood Ronin, sabíamos que no iba a ser fácil. La idea era rescatar las tradiciones que nuestras familias compartían, esas que parecían desaparecer entre tanto cambio y que solo algunos todavía respetaban. Queríamos algo que fuera más que una simple banda. Blood Ronin tenía que ser un grupo basado en honor, lealtad y raíces, pero también adaptado al presente.
El nombre surgió después de muchas conversaciones. “Ronin” representaba a los samuráis sin señor, aquellos que no se subordinaban a nadie más que a sus propios valores. Eso era justo lo que queríamos: un grupo que no dependiera de los viejos esquemas, pero que mantuviera los principios que valían la pena. Lo de “Blood” era porque todo venía de nuestras familias, de la sangre que compartíamos con los que nos criaron y con los que nos entendían.
Desde el principio, sabíamos que no cualquiera podía formar parte. Teníamos que elegir a las personas correctas, gente que no solo entendiera nuestras raíces, sino que también pudiera aportar algo. Fue entonces cuando pensamos en la familia Jordan-Lin, especialmente en Roberto Jordan. Habíamos escuchado de ellos a través de un primo de Alexia, y sabíamos que compartían muchas de las tradiciones que queríamos preservar.
Roberto Jordan fue uno de los primeros en unirse. Era alguien que imponía respeto sin necesidad de levantar la voz. Trajo consigo no solo su experiencia, sino también su compromiso con mantener vivas las costumbres que nuestros ancestros habían pasado de generación en generación. Con su ayuda, el grupo empezó a tomar forma. No se trataba solo de sumar números, sino de asegurarnos de que cada miembro entendiera y respetara nuestras reglas.
Al principio, nuestros movimientos fueron pequeños. Nos reuníamos en lugares alejados para discutir cómo organizarnos y establecer un código claro. Cada decisión era tomada con base en las tradiciones que compartíamos, desde los valores del Bushido hasta las prácticas que habíamos heredado de nuestras familias. Roberto fue clave en este proceso, aportando ideas para estructurar el grupo y asegurarse de que todos estuviéramos alineados.
Cuando Alexia y Juan hablaron conmigo por primera vez sobre lo que querían construir con Blood Ronin, entendí que sería un desafío enorme. Aunque teníamos ideas claras y un propósito definido, también sabíamos que empezar desde cero en un entorno como el nuestro era casi imposible. Por eso, decidimos dar un primer paso estratégico: unirnos a una organización pequeña, no muy conocida en la ciudad, que nos permitiera ganar experiencia y establecer contactos.
Al principio, esa decisión funcionó bien. La organización tenía sus propios códigos, y aunque no eran exactamente como los nuestros, eran lo suficientemente sólidos como para que pudiéramos trabajar dentro de ellos. Nos mantuvimos en un perfil bajo, observando cómo se movían las cosas y entendiendo los detalles del entorno. Alexia se encargó de construir relaciones importantes dentro del grupo, mientras Juan y yo nos ocupábamos de los temas operativos. Fue una etapa de aprendizaje que nos ayudó a crecer.
Con el tiempo, sin embargo, las cosas empezaron a cambiar. La organización fue ganando más reconocimiento en la ciudad, pero junto con ese crecimiento llegó una transformación en sus valores. Lo que antes era un grupo con cierto respeto por sus reglas y principios se convirtió en algo mucho más ambicioso, enfocado únicamente en el poder y el beneficio personal. Esa pérdida de identidad empezó a chocar con lo que nosotros queríamos construir.
Mientras todo esto pasaba, Alexia estaba lidiando con sus propios problemas. Durante este tiempo, se supo que había quedado embarazada, pero las cosas no fueron sencillas para ella. En un momento, el bebé dejó de estar con Alexia, y nadie sabía bien qué había pasado. Por lo que ella misma dijo, había problemas familiares complicados que estaban afectando a todos en el país. Fuera lo que fuera, el hecho era que su hijo ya no vivía con ella y, según comentó, estaba en Argentina con unos familiares en Santiago del Estero. Aunque ella intentaba seguir adelante como siempre, estaba claro que la situación la afectaba más de lo que dejaba ver.
Unos años mas tarde...
Mientras tanto, dentro de la organización, las tensiones seguían creciendo. Juan fue el primero en hablar abiertamente sobre lo que pensábamos todos. "Esto ya no tiene nada que ver con nosotros, Roberto. Estamos perdiendo el tiempo acá”. Y tenía razón. Todo lo que la organización hacía era por conveniencia, sin ningún respeto por las tradiciones o los códigos que queríamos mantener.
Pero tomar la decisión de alejarnos no fue fácil. Habíamos invertido años trabajando dentro de esa estructura, construyendo relaciones y ganando experiencia. Sabíamos que romper con ellos significaría empezar desde cero otra vez, pero también sabíamos que era necesario.
La conversación final fue tensa. Alexia se encargó de hablar con los líderes directamente. “Ustedes se olvidaron de lo que los hacía diferentes”, les dijo con esa firmeza que la caracteriza. “No vamos a seguir siendo parte de algo que no respeta ni sus propias reglas. Esto termina acá”. Su declaración dejó claro que no había vuelta atrás.
Separarnos fue un riesgo enorme, pero era el único camino. Habíamos aprendido lo suficiente en esos años para saber qué queríamos y, sobre todo, qué no queríamos. Con la experiencia y los contactos que habíamos ganado, estábamos listos para finalmente construir Blood Ronin desde nuestras raíces, con los valores que siempre habíamos defendido.
En la actualidad...
Ese momento marcó el inicio de nuestra verdadera independencia. Dejamos atrás algo que ya no representaba lo que éramos, y aunque sabíamos que no sería fácil, también estábamos seguros de que ahora teníamos todo lo necesario para hacer de Blood Ronin lo que siempre habíamos soñado.
Te meo ATT: Samanta Klein ahora conocida como Carlo Albertos
Desde que dejamos la antigua organización, Blood Ronin ha crecido más allá de lo que cualquiera esperaba. Cada victoria refuerza nuestro legado, pero el último logro marcó un punto de inflexión: ganamos el control de un dealer estratégico en la ciudad, un lugar clave para el comercio de armamento y drogas.
No fue una decisión fácil. Varias organizaciones competimos por demostrar quién merecía el control, y la tensión estuvo presente en cada paso. Johnny, quien se unió a nosotros cuando dejamos la antigua organización, fue crucial en este proceso. Aunque en ese entonces era solo un seguidor decidido, con el tiempo se convirtió en nuestro sublíder. Johnny se ganó nuestra confianza con su mente estratégica y su lealtad inquebrantable. Ahora es un pilar fundamental en nuestra estructura, alguien en quien Roberto, Juan y yo confiamos sin reservas.
Recientemente, mi hijo Tomás volvió a la ciudad después de años lejos. Su regreso fue un momento importante para mí. Aunque apenas tiene 17 años, ya observa con atención cómo nos movemos, cómo dirigimos y cómo luchamos por lo que es nuestro. Sé que Tomás tendrá un papel clave en el futuro de Blood Ronin.
La victoria sobre el dealer no solo nos aseguró una nueva fuente de ingresos, sino que también consolidó nuestra posición en el territorio.