Cintia Cooper



  • Hola, soy Cintia Cooper. Nací el 13 de febrero de 2001 en Tampa, Florida, pero siempre he llevado a Canarias en el corazón. Mis padres, Isabel y José, vinieron desde Las Palmas buscando una vida mejor, y aunque a veces les cuesta hablar de casa, siempre me contaron historias de las Islas: el mar, las montañas, la brisa. Para ellos, aunque estuvieran lejos, nunca dejaron de ser canarios, y a mí me lo transmitieron con mucho amor.

    Crecí en un barrio sencillo, rodeada de familia que, aunque no tenía mucho, siempre fue rica en valores: trabajo duro, honestidad, y sobre todo, el respeto a uno mismo y a los demás. Mis padres me decían que, no importaba lo que la vida me trajera, lo que siempre debía hacer era ser honesta, nunca rendirme y nunca olvidar de dónde vengo. "Cintia, hija, el mar te enseña a ser paciente, pero también te enseña a luchar", me decía mi madre.

    Desde pequeña me di cuenta de que quería hacer algo que marcara una diferencia. Veía a mi madre ayudar a los demás, y no solo a la familia, sino también a los vecinos, a las personas que lo necesitaban. Yo quería hacer lo mismo, así que decidí que quería ser enfermera. Lo supe a los 15 años, cuando vi a un médico ayudar a mi padre, que tuvo una pequeña operación. Fue como un clic en mi cabeza. Quería estar en ese lado, el que puede hacerle la vida un poco más fácil a las personas.

    Fue difícil. Trabajaba en una tienda para ahorrar para la universidad, y las jornadas eran largas. Pero mis padres nunca dejaron que me rindiera. Mi madre me decía siempre: "El camino es largo, hija, pero al final, todo esfuerzo tiene su recompensa". Y sí, al principio no lo entendía del todo, pero con el tiempo, esas palabras me acompañaron. Los fines de semana, cuando regresaba a casa, mi madre me preparaba los guisos de siempre: ropa vieja, gofio, y mientras tanto, mi padre tocaba la guitarra. Ese pequeño momento de calma me recordaba por qué lo hacía. Por ellos, por todo lo que se sacrificaron, por todo lo que me dieron.

    Finalmente, me gradué. Fue uno de los momentos más felices de mi vida, no solo porque lo logré, sino porque pude ver en los ojos de mis padres lo que significaba para ellos. Después comencé a trabajar como enfermera, y aunque los días son largos y a veces pesados, cada vez que ayudo a alguien, recuerdo que lo hago porque quiero que mi comunidad se sienta cuidada, porque mi gente me enseñó a ser así.

    No olvido nunca mis raíces. Siempre trato de viajar a Canarias, de reconectar con la tierra que me vio nacer, a pesar de que nunca viví allí. El mar de las Islas, ese mismo mar del que me hablaron tanto mis padres, me sigue enseñando algo cada día: que la vida es dura, pero siempre hay belleza en el esfuerzo y la perseverancia. Todo lo que soy, lo debo a ellos, a mis padres, a esa familia humilde pero llena de amor, y a esas islas que, aunque estén lejos, siempre estarán conmigo.


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