Augusto_Fernandes



  • Sebastián Ospina y Augusto Fernández siempre fueron inseparables. Desde su niñez en Colombia, compartieron todo: juegos, aventuras y sueños. Ambos sabían que su futuro no estaba en las calles polvorientas de su ciudad natal, sino en un lugar donde pudieran construir algo grande, un lugar donde el esfuerzo y la determinación fueran recompensados. Ese lugar, creían, era Los Santos, el destino soñado por muchos.

    Después de mucho hablar y planear, decidieron dar el salto. Llegaron a Los Santos con la esperanza a cuestas y los bolsillos ligeros. Los primeros meses fueron duros, trabajando en lo que fuera necesario: desde la construcción hasta limpiar oficinas, siempre con la cabeza alta y el corazón lleno de esperanzas. Sebastián y Augusto eran un equipo, una fuerza imparable, o al menos eso creían.

    Pero no todo en Los Santos era tan prometedor como parecía. Mientras Augusto mantenía firme su convicción de trabajar honestamente, Sebastián empezó a impacientarse. La vida legal no daba los frutos que él esperaba, y las largas jornadas parecían no llevar a ningún lado. Fue entonces cuando apareció la tentación. Un conocido le ofreció a Sebastián una oportunidad que cambiaría todo: ganar grandes sumas de dinero, rápidamente, pero a través de negocios turbios.

    Augusto se enteró de la oferta y se lo dijo claro a Sebastián: "No quiero saber nada de eso. Podemos salir adelante de manera legal, solo tenemos que ser pacientes". Pero Sebastián no quiso escuchar. La idea de ganar mucho dinero sin el esfuerzo que le costaba cada día era demasiado tentadora. Los primos, que siempre habían estado en la misma página, ahora estaban en un cruce de caminos.

    Sebastián tomó su decisión y se adentró en el mundo de lo ilegal. Al principio, todo parecía ir bien para él; el dinero fluía y llevaba una vida de lujos que ambos habían soñado. Sin embargo, para Augusto, esos lujos no valían el riesgo ni la traición a sus valores. Siguió trabajando de manera honesta, subiendo poco a poco, sin prisa pero sin pausa.

    Con el tiempo, las diferencias entre ellos se hicieron más profundas. Sebastián comenzó a distanciarse, y la vida peligrosa que llevaba empezó a pasarle factura. Mientras tanto, Augusto, aunque con menos dinero, vivía en paz, sabiendo que había hecho lo correcto. Hoy, años después, Augusto sigue firme en su camino, recordando con nostalgia los días en que él y su primo eran inseparables, pero también sabiendo que cada uno eligió su destino.

    Lo que Sebastián no sabía era que el sueño americano no solo se trataba de dinero, sino de construir algo que durara, algo que naciera del esfuerzo y la integridad.


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