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Manny Peralta emigró a los Estados Unidos desde México cuando apenas tenía ocho años. Su familia se asentó en un pequeño pueblo de Texas, buscando oportunidades que en su tierra natal eran escasas. Para Manny, el cambio fue drástico: el idioma, la cultura y la vida diaria en el nuevo país lo desafiaron desde joven. Sin embargo, su espíritu trabajador y la dedicación que vio en su familia lo impulsaron a superarse a sí mismo.
Desde que era adolescente, Manny tuvo que enfrentarse a la dura realidad de ser un inmigrante en un país donde el racismo aún estaba presente. A pesar de las miradas de desconfianza y los comentarios despectivos que recibía a menudo, Manny mantuvo la cabeza en alto. Después de terminar la preparatoria, trabajó en lo que pudo para ayudar a su familia: desde albañilería hasta en una tienda de comestibles. Pero siempre tuvo una ambición más grande. Quería servir a su comunidad, proteger a la gente. Fue así como encontró un empleo en una empresa de seguridad privada, donde pensó que podría empezar a construir una carrera en el ámbito de la seguridad.
Manny comenzó como guardia de seguridad, y su dedicación pronto lo llevó a ascender a supervisor. Era el empleado que siempre llegaba temprano, trabajaba duro y trataba a todos con respeto. Sin embargo, a medida que pasaba el tiempo, empezó a notar una constante preocupante: su jefe, tenía una actitud racista hacia los empleados latinos. Al principio, eran comentarios disfrazados de bromas, pequeños desaires que muchos, incluido Manny, intentaban ignorar. Pero con el tiempo, esos comentarios se volvieron más directos y ofensivos.
Su jefe siempre encontraba una forma de menospreciar a Manny y a sus compañeros mexicanos. Les asignaba los turnos más duros, las zonas más peligrosas y, sin importar qué tan bien hicieran su trabajo, los pasaba por alto para promociones o mejores beneficios. Ya no estaba dispuesto a permitir que alguien lo humillara por su origen.
Esa misma tarde, Manny renunció. Sabía que su valor como persona y trabajador no dependía de la opinión de un racista. Aunque dejó la empresa, no dejó su deseo de servir y proteger a los demás. Había pasado años observando el trabajo de los agentes del sheriff en su condado y siempre había sentido admiración por su labor. La idea de convertirse en un sheriff, alguien que pudiera hacer justicia y ser un ejemplo positivo, comenzó a tomar fuerza en su mente.
Decidió dar un paso más audaz y se inscribió en la academia policial con la meta de unirse a la oficina del sheriff. No fue una decisión fácil; Manny sabía que en ese camino también encontraría prejuicios, que habría personas que lo juzgarían por su origen, pero también sabía que, con su experiencia y su determinación, podría superar esos obstáculos. Ser mexicano no era una desventaja; era su mayor fortaleza. Entendía mejor que nadie las dificultades de los inmigrantes, y quería demostrar que los latinos podían ser grandes servidores públicos.
Durante su tiempo en la academia, Manny destacó no solo por su fortaleza física, sino por su capacidad para mantener la calma bajo presión y su habilidad para liderar. Ganó el respeto de sus compañeros, muchos de los cuales veían en él a alguien que realmente entendía lo que significaba proteger y servir. Sabía que el deber de un sheriff era, en última instancia, cuidar de todas las personas, sin importar su origen o situación.
A punto de completar su formación, Manny está más decidido que nunca a unirse al equipo del sheriff del condado. Su objetivo no es solo ser un buen oficial de la ley, sino también ser un ejemplo para otros jóvenes latinos, para mostrarles que, sin importar de dónde vengas, puedes alcanzar cualquier meta si trabajas duro y no permites que los prejuicios te detengan.
Manny Peralta ahora se prepara para una nueva etapa, donde no solo luchará por la justicia, sino también por representar a su comunidad con orgullo. Para él, unirse a los sheriffs no es solo un trabajo, es una forma de demostrar que los inmigrantes como él pueden marcar una diferencia positiva en los Estados Unidos.