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Mateo Ponce, un joven de complexión atlética con rastas negras y ojos marrón oscuro, tenía una presencia imponente que reflejaba su vida en las calles. A los 17 años, junto a su mejor amigo Agustín Mussetto, tomó la decisión que cambiaría su destino para siempre: unirse a la Money Way, una pandilla pequeña y sin mucho reconocimiento en Grove Street, pero con la ambición de ser la más temida. En ese momento, nadie imaginaba el dolor y la violencia que vendrían, ni cómo el cuerpo de Mateo se convertiría en un mapa de cicatrices imborrables.
Desde el inicio, la vida en la pandilla fue implacable. Las calles no perdonaban errores, y Mateo rápidamente aprendió que la única forma de sobrevivir era endureciéndose, tanto física como emocionalmente. La Money Way, aunque pequeña, tenía una visión clara de expansión y poder. Mateo, con su habilidad táctica y su voluntad de hierro, ayudó a guiar ese crecimiento. Con el paso del tiempo, comenzaron a dominar el barrio. El violeta, el color de su pandilla, se convirtió en un símbolo de miedo y respeto en las calles de Grove Street.
Los enfrentamientos con pandillas rivales se intensificaron. Con cada batalla, las cicatrices de Mateo aumentaban. Al principio, solo eran cortes menores, rasguños de balas que rozaban su piel. Sin embargo, a medida que los conflictos escalaban, sus heridas también lo hacían. Las quemaduras empezaron a acumularse en su piel, una tras otra. Los tiroteos eran implacables, y aunque Mateo esquivaba las balas con maestría, siempre había alguna que lo alcanzaba. Las quemaduras se convirtieron en una constante: balas que rozaban su piel y dejaban marcas que ardían como un recordatorio de la violencia diaria.
Pero las cicatrices más profundas llegaron cuando la Money Way se convirtió en una amenaza real para las pandillas más grandes de la zona. La ambición de Mateo y su capacidad para planear movimientos estratégicos no pasaron desapercibidas. La Money Way estaba ganando terreno rápidamente, y con ese éxito vinieron enemigos más peligrosos.
Una noche, mientras Mateo se encontraba solo en un callejón, fue emboscado. No vio venir el ataque hasta que fue demasiado tarde. Un grupo de hombres de una pandilla rival lo secuestró, llevándolo a un almacén abandonado en los límites de Grove Street. Allí, lo esperaban. Lo golpearon brutalmente, intentando romper su espíritu. Sabían que matar a Mateo desencadenaría una guerra de la que no podrían salir victoriosos, así que optaron por algo más cruel: torturarlo. Cuando vieron que las palizas no eran suficientes para quebrarlo, tomaron una decisión aún más violenta: lo prendieron fuego.
Atado a una silla, Mateo sintió cómo las llamas comenzaban a devorar su piel. El dolor era insoportable, como si cada segundo de su vida lo estuviera quemando desde adentro. Las llamas le envolvieron el torso y los brazos, y durante un momento, pensó que aquel sería su final. Sin embargo, la suerte estaba de su lado. Agustín, su mejor amigo, irrumpió en el lugar justo a tiempo. Disparó a los hombres que retenían a Mateo y apagó las llamas, pero no antes de que el fuego dejara quemaduras profundas y permanentes en su cuerpo.
Esa noche, Mateo dejó de ser solo un miembro más de la Money Way. Se convirtió en Burnout, el hombre que había sobrevivido al fuego, un símbolo de la resistencia en las calles. Las quemaduras en su pecho, espalda y brazos lo acompañarían el resto de su vida, recordándole cada día lo cerca que estuvo de perderlo todo.
A pesar del dolor y las cicatrices, Mateo continuó luchando. La Money Way estaba en su apogeo, y él y Agustín eran los líderes indiscutidos. Las calles de Grove Street estaban bajo su control, pero la violencia nunca daba tregua. Fue durante una de las operaciones más importantes de la pandilla cuando la tragedia finalmente alcanzó a Mateo. La Money Way estaba transportando un cargamento de armas, un golpe crucial que consolidaría su poder en el barrio. Mateo y Agustín lideraban el convoy, pero lo que no sabían era que una pandilla rival los estaba esperando.
La emboscada fue rápida y letal. Las balas volaban de todas direcciones, y en el caos del enfrentamiento, Agustín fue alcanzado. Mateo lo vio caer, su cuerpo derrumbándose mientras las balas continuaban silbando a su alrededor. Corrió hacia él, intentando detener la hemorragia, pero era demasiado tarde. Agustín murió en sus brazos, justo como Mateo siempre había temido. La muerte de su mejor amigo fue el golpe más fuerte que había recibido. Sentir cómo la vida se escapaba del cuerpo de Agustín, sabiendo que no podía hacer nada para salvarlo, lo rompió por dentro de una manera que ninguna bala o quemadura había logrado.
A partir de ese momento, Mateo cambió. Las cicatrices en su cuerpo eran profundas, pero el dolor emocional de perder a Agustín fue mucho más devastador. Tenía 22 años, y la violencia que antes alimentaba su ambición ahora lo consumía lentamente. Empezó a participar cada vez menos en las actividades de la Money Way. La pandilla seguía creciendo, pero Mateo ya no estaba presente. Se había convertido en una sombra de lo que había sido, arrastrado por la culpa y el dolor.
Finalmente, llegó el día en que Mateo decidió alejarse. Las calles de Grove Street, que antes habían sido su hogar, ahora le parecían una prisión. Las cicatrices en su cuerpo eran un recordatorio constante de la brutalidad de la vida pandillera, pero fue la muerte de Agustín lo que lo llevó a tomar la decisión de apartarse. Sabía que si seguía por ese camino, la violencia lo consumiría por completo.
Fue en ese momento, cuando la desesperación lo envolvía, que su primo, Mateo Daniel, lo llamó. Su primo vivía en Los Santos, una ciudad que representaba una nueva oportunidad, un lugar donde Mateo podía empezar de nuevo, alejado del fuego que había arrasado su vida en Grove Street. Mateo Daniel le ofreció mudarse a Los Santos, asegurándole que tendría un lugar donde quedarse y, si lo deseaba, una nueva forma de vida, aunque eso no significaba dejar el crimen por completo. Su primo le dio la opción de continuar con su vida criminal, pero con un perfil más bajo, una oportunidad para escapar de la tormenta que lo perseguía.
(Audio del primo ofreciéndole venir a Los Santos)
Apenas llegó a Los Santos, Mateo no tenía nada. Ni siquiera su ropa violeta, ese color que lo identificaba como miembro de la Money Way, lo acompañaba. Se sentía como un extraño en una ciudad que, aunque nueva para él, vibraba con la misma violencia que había experimentado en su pasado. No obstante, en esta ocasión, su único objetivo era mantener un perfil bajo.
Mateo Daniel, su primo, lo recibió. Daniel, a primera vista, podía parecer un tipo serio y duro. Tenía una mirada penetrante y una presencia intimidante que exigía respeto, pero había algo en su tono, una especie de carisma sutil, que lo hacía accesible. Había prosperado en Los Santos a pesar del peligro constante, y ahora, le ofrecía a Mateo una oportunidad para reconstruir su vida bajo nuevas reglas. Sin embargo, detrás de esa fachada ruda, Daniel era un hombre leal y dispuesto a hacer cualquier cosa por la familia, especialmente por Mateo.
En una de sus primeras conversaciones, Daniel le ofreció un collar. Era un gesto simbólico, un objeto que representaba la promesa de estar siempre a su lado, pase lo que pase. Junto con el collar, también le entregó algo de dinero, lo suficiente para empezar sin levantar demasiadas sospechas.
(Audio del primo entregándole el collar arcade)
Una de las primeras cosas que hizo Daniel fue llevarlo a su garaje. Allí, le mostró su colección de vehículos, y con una sonrisa, le ofreció a Mateo la oportunidad de elegir uno.
(Audio del primo regalándole un vehículo personal)
Mateo eligió la moto Powersurge. No era solo una elección pragmática, sino una declaración silenciosa de su deseo de moverse con agilidad por la ciudad, sin ser visto. La moto representaba su nuevo enfoque: ser rápido, preciso y, sobre todo, invisible.
Sabía que necesitaría más que velocidad para sobrevivir en Los Santos, y Mateo Daniel lo entendía perfectamente. A pesar de su apariencia dura, Daniel tenía un conocimiento profundo de los entresijos criminales de la ciudad. Fue él quien contacto con un grupo poderoso que operaba en las sombras: el motorclub Valhalla Outlawz. Este club de motociclistas era conocido por sus actividades clandestinas y su capacidad para moverse sin ser detectados, algo que resonaba con la nueva visión que Mateo tenía para sí mismo.
Daniel usó sus contactos para organizar una entrevista entre Mateo y los líderes del club. Sin embargo, había un problema: Valhalla no tenía ni idea de quién era Mateo Ponce. Para ellos, él era un desconocido. No sabían nada sobre su pasado en Grove Street ni de las cicatrices que su cuerpo llevaba, testimonio de una vida marcada por la violencia. Mateo tendría que demostrar su valía por sí mismo, sin el peso de su reputación anterior.
La entrevista sería su primera gran prueba en Los Santos. A diferencia de Grove Street, donde la violencia era directa y visible, en Los Santos las cosas eran más complejas. Aquí, se necesitaba sutileza, estrategia y paciencia. Sabía que si quería que Valhalla lo aceptara, tendría que mostrar que no solo era fuerte, sino también inteligente y confiable.
Mientras se preparaba para el encuentro con los líderes de Valhalla, Mateo montó en su Powersurge y recorrió las calles de Los Santos. Las luces de la ciudad iluminaban su camino mientras sentía el sutil ruido del motor bajo él. En ese momento, no era solo un pandillero más. Era Burnout, un hombre que había sobrevivido a las llamas, a los tiroteos y al dolor, y que ahora se enfrentaba a una nueva oportunidad. Los Santos representaba un renacimiento para él, pero el peligro seguía siendo real. Sabía que cada decisión que tomara a partir de ese momento definiría su futuro.
Con una mezcla de determinación y calma, Mateo se dirigió a la sede de Valhalla. La entrevista estaba por comenzar, y él estaba listo para lo que viniera...
El día de la entrevista, Mateo llegó al garaje de Valhalla, un espacio modesto pero acogedor, donde los motores de las motocicletas descansaban como bestias adormecidas bajo la luz cálida de las lámparas colgantes. Aunque no había lujos, el lugar irradiaba una sensación de pertenencia, como si cada rincón guardara una historia compartida entre hermanos. No era la imagen fría de un club criminal sin alma; más bien, se sentía como un santuario para aquellos que habían jurado lealtad a algo más grande que ellos mismos.
Dentro del garaje, solo estaban tres personas, miembros de Valhalla, esperando la llegada de Mateo. Su primo le había advertido que la entrevista sería pequeña y discreta, solo con los líderes esenciales. A medida que Mateo avanzaba hacia ellos, pudo sentir cómo lo observaban con ojo crítico, midiendo su postura, su calma y, sobre todo, su potencial para ser parte de su hermandad.
La conversación comenzó casi de inmediato. No hubo preámbulos ni saludos elaborados, solo preguntas directas. Querían saber si Mateo era alguien confiable, si podía mantener la cabeza fría bajo presión, y, sobre todo, si entendía lo que significaba ser parte de algo más grande que él mismo. A diferencia de otros clubes o pandillas que Mateo había conocido, Valhalla tenía un código de respeto y lealtad, algo que resonaba en él como un eco de los tiempos pasados en Grove Street junto a su amigo Agustín.
A lo largo de la entrevista, Mateo se mostró sereno, hablando lo necesario y sin revelarlo todo. No necesitaba explicar quién había sido en la Money Way; aquí, era Burnout, un hombre dispuesto a aprender las reglas del nuevo juego. Los tres miembros lo escuchaban con atención, y aunque el ambiente no era hostil, había una tensión silenciosa que hacía que cada palabra contara.
Finalmente, los tres dieron el voto positivo. "Te daremos un periodo de prueba de 15 días. No necesitamos héroes ni estrellas, solo alguien que haga el trabajo y siga las reglas". Mateo asintió con calma. Sabía que había pasado la primera barrera, pero la verdadera prueba recién comenzaba.
Durante los siguientes 15 días, Mateo se mantuvo en las sombras, cumpliendo sus tareas sin llamar la atención. Lo que más apreciaba de Valhalla era el ambiente familiar que rodeaba a los miembros del club. Aunque su estructura estaba firmemente basada en el respeto y el orden, también había un sentido de pertenencia, una camaradería que le recordaba los días dorados junto a Agustín en la Money Way. Sin embargo, a diferencia de su pandilla anterior, aquí todo parecía estar mejor controlado. Las operaciones eran precisas, calculadas, y los miembros sabían exactamente cuál era su lugar.
A lo largo de esas semanas, Mateo participó en diversas actividades del club: desde rutas con bicicletas hasta encuentros con otras organizaciones. Nada destacaba demasiado, pero eso era exactamente lo que él necesitaba. Su objetivo no era sobresalir, sino integrarse, demostrar que podía ser un engranaje silencioso en una maquinaria mucho más grande.
Cuando los 15 días llegaron a su fin, Mateo fue convocado nuevamente. Esta vez, el ambiente era diferente. Lo citaron a la sede, pero ahora había más miembros presentes, todos esperando a que Mateo diera el siguiente paso. Uno de los líderes del club se acercó, sosteniendo algo entre sus manos. "Has pasado la prueba", dijo con voz firme, pero amigable. "Bienvenido oficialmente a Valhalla Outlawz, Burnout".
Le entregó una chaqueta completamente blanca, un gesto que significaba mucho más que la simple prenda. La chaqueta representaba la hermandad, la confianza y la aceptación de Mateo como uno de los suyos. Mateo Ponce se la puso con orgullo, sintiendo el peso simbólico sobre sus hombros. Ahora formaba parte de algo más grande que él mismo, un grupo donde la lealtad y el respeto eran las reglas de oro.
Pero aún faltaba un paso más. Lo llevaron a tatuarse, donde el tatuador de confianza de Valhalla lo esperaba. Cada miembro oficial llevaba un tatuaje que simbolizaba su lealtad al club, y Mateo no sería la excepción. Se sentó en la silla del tatuador mientras este comenzaba a trazar las líneas sobre su cuello, añadiendo un nuevo símbolo a su cuerpo, ya marcado por cicatrices y quemaduras.
A diferencia de las heridas que había acumulado en Grove Street, este tatuaje no era un recordatorio del dolor, sino un símbolo de renacimiento. Mientras sentía el ardor de la aguja, comprendió que su vida había cambiado. Ya no era solo un pandillero de los bajos fondos; ahora era Burnout de Valhalla, un hombre con una nueva familia, una nueva misión y, sobre todo, una nueva oportunidad.
Cuando todo terminó, se miró en el espejo. La chaqueta blanca y el tatuaje en su piel eran símbolos de su nueva identidad en Los Santos, y por primera vez en mucho tiempo, sintió que estaba en el lugar correcto. Los miembros de Valhalla lo felicitaron, dándole palmadas en la espalda y sonrisas de aprobación. Había ganado su lugar en la hermandad, y desde ese día, Mateo Ponce dejaría una nueva huella en el mundo del crimen de Los Santos, esta vez con el apoyo de Valhalla Outlawz a su lado.