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El proceso de convertirse en guardabosques era largo y exigente. Hank comenzó como aspirante, un joven con muchas ganas, pero poca experiencia. Se encontró con desafíos que nunca había anticipado: las interminables horas de entrenamiento, el aprendizaje de leyes y regulaciones, y la disciplina física necesaria para mantenerse alerta en los terrenos más difíciles. Pero su amor por la naturaleza lo mantuvo firme.
A medida que progresaba de cadete a ranger, Hank aprendió que ser guardabosques no solo se trataba de cuidar árboles o guiar excursiones. Era ser la primera línea de defensa en incendios forestales, lidiar con rescates de emergencia, y mantener la seguridad de miles de personas. El trabajo era demandante, pero cada día le recordaba por qué lo hacía.