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Amanda Brown siempre había tenido un sueño claro: convertirse en médica. Desde que era una niña, pasaba horas jugando a ser doctora con sus muñecas, utilizando un viejo maletín de su padre lleno de herramientas de jardinería como si fueran instrumentos quirúrgicos. Su madre, enfermera de profesión, le contaba historias sobre su trabajo en el hospital, y Amanda escuchaba con atención, fascinada por la idea de ayudar a las personas y hacer una diferencia en sus vidas.
A medida que crecía, su pasión por la medicina solo se intensificó. En la escuela secundaria, se destacó en biología y química, y se unió al club de ciencias, donde participó en proyectos sobre salud y bienestar. Sus amigos la llamaban "la pequeña doctora", y ella se sentía orgullosa de ese apodo. Sabía que su camino no sería fácil, pero estaba decidida a seguirlo.
Después de graduarse, Amanda se inscribió en la universidad para estudiar medicina. Los años de estudios fueron desafiantes, llenos de largas noches de estudio y prácticas en hospitales. Sin embargo, cada vez que se ponía su bata blanca y entraba en el hospital, sentía que estaba un paso más cerca de cumplir su sueño. La emoción de ayudar a los pacientes, escuchar sus historias y brindarles atención la llenaba de energía.