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Luna nació en una fría mañana de invierno en San Petersburgo, Rusia. Desde su llegada, fue rodeada por la belleza de la ciudad: los majestuosos palacios, los canales iluminados por la luna y el aire fresco que traía consigo el invierno. Sus padres, Igor y Tatiana, eran una pareja amorosa que trabajaba arduamente para brindar una vida cómoda a su única hija.
Desde pequeña, Luna mostró curiosidad y una sed insaciable de aprender. Pasaba horas explorando el vecindario, haciendo amigos y creando aventuras imaginarias. La historia de su padre, un oficial de policía, resonaba en su mente. Él a menudo le contaba sobre su trabajo y las vidas que tocaba, relatando historias de valentía y justicia. Luna escuchaba con atención, soñando con ser como él algún día. La escuela era un lugar donde Luna brillaba. Era una estudiante aplicada, le encantaba leer y escribir, y tenía una especial pasión por las historias de héroes. Participaba en actividades extracurriculares, como teatro y deportes, siempre con una sonrisa en el rostro. Su maestra, Svetlana, la animaba a seguir sus sueños, reconociendo su potencial y amor por ayudar a los demás.
Sin embargo, su infancia no fue solo risas y aventuras. Luna también enfrentó desafíos. En el colegio, había un grupo de niños que a veces se burlaban de ella por su acento y sus raíces. En lugar de dejarse desanimar, Luna encontró la fuerza en sus enseñanzas. Su madre le había enseñado a ser resiliente y a no dejar que las palabras de otros afectaran su autoestima. Así que, en vez de rendirse, comenzó a hacer amistades con otros niños que se sentían como ella, creando un fuerte vínculo de apoyo. Una de sus mejores amigas era Anya, una niña con una imaginación tan viva como la de Luna. Juntas pasaban horas jugando en los parques, creando mundos fantásticos y soñando sobre lo que querían ser cuando crecieran. En las largas noches de invierno, se sentaban frente a la chimenea y hablaban sobre sus sueños. Luna siempre mencionaba que quería ser policía, seguir los pasos de su padre y ayudar a las personas.
Cada año, Luna esperaba con ansias la visita de su padre a casa después de su turno. Él siempre traía consigo historias sobre su día: cómo había ayudado a resolver problemas y cómo había protegido a quienes lo necesitaban. Esas narraciones alimentaban el deseo de Luna de hacer algo significativo en la vida. Un día, incluso fue con su padre a una jornada de puertas abiertas en la comisaría, donde pudo conocer a otros oficiales y ver las herramientas que utilizaban. Esa experiencia quedó grabada en su corazón. La vida familiar de Luna estaba llena de amor y tradiciones. Sus padres le enseñaron a valorar la amistad, el respeto y la importancia de hacer lo correcto, incluso cuando era difícil. Las noches familiares estaban llenas de risas, juegos de mesa y relatos de la abuela sobre las viejas tradiciones rusas. Luna siempre sintió que pertenecía a algo más grande, un legado que quería honrar.
A medida que crecía, su amor por la justicia y el deseo de ayudar a los demás solo se fortalecían. Aunque había desafíos en su camino, Luna aprendió que la valentía no siempre se medía por acciones heroicas, sino también por la capacidad de levantarse después de una caída y seguir adelante con un corazón valiente.
Esta base de amor, resiliencia y determinación marcaría su vida, guiándola en su viaje hacia el futuro que siempre había soñado. Con cada experiencia vivida en su infancia, Luna se estaba preparando para convertirse en la policía que siempre había querido ser, dispuesta a enfrentar cualquier obstáculo que se interpusiera en su camino. A los 25 años, Luna era una joven rusa que había llegado a Los Santos, Estados Unidos, con un sueño claro: convertirse en policía. Desde pequeña, había admirado a su padre, un policía en su ciudad natal de San Petersburgo, y había crecido escuchando sus historias sobre la justicia y el deber. Atraída por la idea de proteger a los demás, decidió que quería llevar su pasión por la ley a un nuevo país.
Tras un arduo proceso de inmigración, Luna se estableció en Los Santos. La vibrante ciudad, conocida por su diversidad y dinamismo, ofrecía muchas oportunidades, pero también presentaba desafíos. Aunque el idioma y la cultura eran diferentes, Luna se sentía emocionada y decidida a adaptarse. Se inscribió en una academia de policía local, donde comenzó su entrenamiento.