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NOMBRE COMPLETO: Dereck Gordon EDAD: 25 Años LUGAR DE NACIMIENTO: Estados Unidos, Chicago NACIONALIDAD: Argentino. SEXO: Masculino.
Michael y Dereck Gordon, que crecieron en un pequeño pueblo donde la tranquilidad y la paz eran el pan de cada día. Sin embargo, al llegar a la adultez, decidieron mudarse a la gran ciudad de Los santos, un lugar que, aunque prometía oportunidades, estaba plagado de delincuencia y corrupción. La ciudad era un caos: bandas rivales controlaban las calles, y la violencia se había convertido en algo cotidiano.
Michael, el más joven, siempre había admirado a su hermano Dereck. Era un hombre de pocas palabras, pero con una convicción férrea de lo que era correcto. Dereck había sido como un segundo padre para él, enseñándole disciplina y el valor de la justicia. Desde que llegaron a la ciudad, ambos se dieron cuenta de que no podían quedarse de brazos cruzados ante el sufrimiento y el miedo de los ciudadanos. Así nació en ellos el deseo de unirse a la fuerza policial para devolverle la seguridad a las calles.
Una tarde, después de ver un violento altercado en la esquina de su nuevo barrio, Michael le dijo a Dereck:
— Tenemos que hacer algo. No podemos seguir viviendo así.
Dereck asintió con la cabeza, serio, pero con una chispa de determinación en sus ojos.
— Lo sé. No podemos esperar que alguien más arregle esto. Si queremos un cambio, tenemos que ser parte de él.
Decididos, se presentaron en la comisaría central de la ciudad. Ambos, con sus actitudes serias y rectas, llenaron los formularios para postularse como reclutas. Sin embargo, la corrupción que habían escuchado y visto en las calles también parecía haber permeado dentro de la fuerza policial. Algunos oficiales se les acercaron, insinuando que las cosas no eran tan simples como pensaban.
— Muchachos, ¿están seguros de que quieren estar aquí? Este no es el lugar para héroes —les advirtió un veterano policía con una sonrisa irónica.
Pero Dereck, el hermano mayor, no se dejó intimidar. Con su mirada firme, respondió:
— No vinimos aquí para ser héroes. Vinimos para hacer nuestro trabajo.
Michael, aunque más joven, compartía esa misma convicción. Sabía que la ciudad necesitaba personas con moral firme, dispuestas a enfrentarse a la oscuridad sin perder su humanidad.
Tras superar el entrenamiento, los hermanos Gordon fueron asignados a patrullas diferentes. Mientras Michael se enfrentaba a pequeños casos de robos y peleas callejeras, Dereck fue asignado a una unidad de investigación que se ocupaba de las bandas más peligrosas de la ciudad. Con el tiempo, ambos comenzaron a descubrir la magnitud del problema: la corrupción no solo afectaba a las calles, sino también a las más altas esferas del gobierno local y la policía misma.
Una noche, Dereck, agotado tras una larga jornada de trabajo, encontró a Michael esperando en la puerta de su departamento.
— Encontré algo, Dereck —dijo Michael, con preocupación en su voz—. Algo grande. Creo que hay oficiales trabajando para las bandas.
Dereck asintió, su semblante más sombrío que de costumbre.
— Yo también lo he visto, pero tenemos que tener cuidado. No sabemos en quién podemos confiar.
A partir de ese momento, los hermanos Gordon comenzaron a trabajar en conjunto, aunque en secreto, para desmantelar las redes de corrupción y detener la ola de violencia en la ciudad. Sabían que no sería fácil y que cada paso que daban los ponía en peligro. Pero lo que los mantenía firmes era su deseo de ver una ciudad más justa, un lugar donde las familias pudieran caminar por las calles sin miedo.
Con el tiempo, su esfuerzo comenzó a rendir frutos. Poco a poco, más policías honestos se unieron a su causa, inspirados por la valentía de los hermanos. Aunque el camino era largo y peligroso, Michael y Dereck nunca flaquearon. Sabían que, aunque la lucha fuera dura, valía la pena si lograban restaurar la paz en la ciudad que ahora llamaban su hogar.
Los hermanos Gordon se convirtieron en un símbolo de integridad y esperanza en una ciudad que, durante mucho tiempo, había olvidado lo que significaba tener héroes de verdad.
Llegar a la ciudad fue como entrar en otro mundo. Las luces, los edificios altos, y el ruido constante. Para Michael, mi hermano menor, era una aventura, pero para mí, no podía dejar de pensar en lo diferente que era todo. Crecimos en un lugar donde la peor travesura era un grupo de chicos peleando por una pelota de fútbol. Aquí, sin embargo, las peleas eran por poder, dinero y territorio.
Desde que llegamos, vi en los ojos de Michael la misma chispa que yo sentía cuando tenía su edad: esa sensación de querer cambiar el mundo. Yo, en cambio, ya había vivido lo suficiente como para saber que el cambio no llegaba tan fácil. Pero después de ver lo que pasaba en las calles, los rostros asustados de los ciudadanos, supe que no podíamos seguir siendo solo espectadores. Teníamos que hacer algo.
Michael fue el primero en decirlo, pero yo ya lo sabía: queríamos unirnos a la policía.
Al principio, fue complicado. Los oficiales más veteranos nos miraban con desconfianza, como si fuéramos unos ilusos. Lo que no entendían es que no éramos ingenuos, solo estábamos decididos. Sabía que el trabajo sería duro, pero estar al mando de un escuadrón que lidiaba con las bandas más peligrosas de la ciudad era más de lo que esperaba. Las cosas que vi y las personas con las que tuve que tratar me hicieron dudar muchas veces de si habíamos tomado la decisión correcta.
Michael, por su parte, parecía encontrar su camino en la patrulla diaria. Mientras yo lidiaba con redes criminales y la política corrupta de los altos mandos, él veía lo que pasaba en las calles, las verdaderas víctimas de la violencia.
Una noche, Michael vino a verme, y me dijo que había encontrado algo grande. Había descubierto que algunos oficiales trabajaban para las bandas. No fue una sorpresa, para ser honesto. Yo también lo había visto, pero saber que mi hermano estaba metido en todo eso me preocupó. Michael era más joven, más idealista. Temía que esa pureza que lo definía fuera aplastada por el peso de la corrupción y el crimen.
Le dije que teníamos que ser cuidadosos, que no sabíamos en quién podíamos confiar. La ciudad era una trampa, y un paso en falso podría costarnos la vida. Pero a pesar de mis advertencias, no podía detenerlo. Teníamos la misma sangre y, aunque no lo decía en voz alta, me enorgullecía ver en él esa misma convicción que me había mantenido firme todos esos años.
Juntos empezamos a trabajar en secreto. Reunimos pruebas, buscamos aliados entre los pocos policías honestos que quedaban. Cada día era una batalla, pero sabíamos que estábamos luchando por algo más grande que nosotros. La ciudad merecía una segunda oportunidad, y nosotros éramos los que podíamos dársela.
Miraba a Michael y, aunque lo quería proteger de todo, sabía que ya no era el niño que solía ser. Era un hombre, y estaba listo para enfrentar lo que fuera necesario. Y mientras lo tuviera a mi lado, sabía que podíamos cambiar las cosas.