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Las luces titilaban en las calles mojadas de la ciudad, donde las sombras se alargaban como brazos que atrapaban a aquellos desprevenidos. Para Hannibal y Leo Blake, esas sombras habían sido su refugio, su hogar desde que tenían memoria. Dos hermanos huérfanos, solos en un mundo que no tenía lugar para ellos, aprendieron rápido que la supervivencia era una habilidad que se perfeccionaba a través del dolor y la desesperación.
Hannibal, el mayor, siempre había sido el protector. Con tan solo 14 años cuando murieron sus padres, tomó a Leo bajo su ala y, juntos, recorrieron los rincones más oscuros de la ciudad. Al principio, solo robaban para comer: panes viejos, frutas marchitas. Pero pronto, Hannibal entendió que el hambre no era lo único que los consumía; el poder, el control sobre su entorno, era la verdadera necesidad.
Leo, más joven y menos endurecido por la vida, seguía a su hermano en silencio. Admiraba la fuerza de Hannibal, pero detrás de sus ojos oscuros brillaba una tristeza profunda, una duda constante sobre lo que estaban convirtiéndose.
Años después, los hermanos Blake ya no eran niños asustados. Hannibal, ahora de 24 años, era alto, imponente, con ojos fríos que analizaban todo a su alrededor. Leo, con 19, había crecido a su sombra, más ágil y reservado, pero con un talento natural para moverse entre las calles sin ser detectado. La ciudad los conocía bien, aunque nadie pronunciaba sus nombres en voz alta.
Una noche, mientras se encontraban en su refugio habitual, una vieja fábrica abandonada en paleto, Hannibal fue contactado por un hombre misterioso de nombre anonimo el cual les entrego una carta con un trebol. Llevaba tiempo observando a los hermanos y estaba impresionado por su capacidad para evadir la ley, para manipular el sistema a su favor. El hombre no trabajaba solo, pertenecía a un grupo clandestino conocido como La Hermandad Arya, una organización criminal con tentáculos en todas las esferas del poder: política, económica y social.
"Ustedes tienen potencial", dijo el hombre, con una sonrisa apenas perceptible. "La Hermandad puede ofrecerles algo más grande que solo sobrevivir."
Un día, durante una visita rutinaria a uno de los talleres que controlaban, Hannibal conoció a Davinia. Ella era una mujer de carácter fuerte, con manos hábiles que habían aprendido a arreglar todo tipo de maquinaria en aquel taller. Su mirada no se desviaba ante la presencia imponente de Hannibal, algo que sorprendió al líder de la Hermandad. En un mundo donde el miedo era la norma, Davinia era una excepción.
—¿Tienes algo que decirme? —preguntó Hannibal, su voz cortante como de costumbre, al verla reparar una motocicleta que habían dejado para un ajuste.
Davinia, sin inmutarse, se levantó y lo miró directo a los ojos. —Solo si tienes alguna queja sobre mi trabajo —respondió, limpiándose las manos con un trapo sucio.
La respuesta lo tomó por sorpresa. Nadie solía dirigirse a él con esa franqueza. Hannibal sonrió, aunque fue más una sonrisa de respeto que de burla. —Eficiente. Me gusta —dijo, y empezó a caminar hacia la salida, pero sus ojos no se apartaron de ella.
Aquella primera conversación fue breve, pero la presencia de Davinia dejó una marca en Hannibal. En las semanas siguientes, encontró excusas para volver al taller, a veces para verificar detalles triviales, otras veces solo para verla trabajar. A pesar de que no era un hombre dado a las emociones, Hannibal sentía algo diferente en su interacción con Davinia. Ella no lo temía, no lo admiraba como los demás. Lo veía como era, sin la fachada de poder que solía usar para mantener su dominio.
Leo notó el cambio en su hermano. Las constantes visitas al taller no pasaron desapercibidas. Aunque nunca había visto a Hannibal mostrar interés por nadie, algo en Davinia había atravesado la coraza de hielo que su hermano había construido a lo largo de los años.
Para Leo, la situación era complicada. Mientras su hermano encontraba una especie de humanidad en Davinia, él se hundía cada vez más en su propia oscuridad. Las drogas le ofrecían un alivio momentáneo, pero sabía que no podía seguir así por mucho tiempo. Estaba atrapado entre su lealtad a Hannibal y su deseo de escapar de la vida que ambos habían construido.