Lewis Brooks



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  • Retomando los hobbies.

    Lewis, un poco más acomodado económicamente luego de varios trabajos con los alemanes, se encontraba rendido por la nostalgia de sentir el dolor de cabeza al armar un motor o rearmar un vehículo desde cero. Decidió iniciar un proyecto nuevo que lo devolviera a sus raíces. A través de un contacto confiable, logró comprar un Kanjo en mal estado, con la chapa picada y todo roto.

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    El auto estaba fuera de la ley, con patentes truchas, pero a Lewis no le importó. Sabía que le esperaba mucha mano de obra, pero ese era precisamente el desafío que buscaba.

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    Para repararlo, Lewis necesitaba muchas cosas, pero lo principal era un taller. Como buen mecánico y amante de los autos, rápidamente se hizo de uno en Murrieta. Era pequeño, pero bastaba para sus propósitos. Comenzó por comprar los materiales necesarios: algunas herramientas, modificaciones estéticas y poco más. Para esto, visitó el Mega Mall de Davis.

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    Sin embargo, lo más importante era el motor, y en eso lo ayudó su viejo amigo Mosley, del autoservicio de Chamber. Mosley, aunque parecía un tipo avejentado, conseguía los mejores motores de Los Santos. Juntos pasaron varias tardes discutiendo sobre cuál sería el mejor motor para el Kanjo, revisando catálogos y haciendo llamadas a viejos contactos de Mosley.

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    Con todas las piezas reunidas, Lewis arrancó por lo básico: modificaciones al motor, arreglo de válvulas, bujías, y demás detalles necesarios para que el motor arranque y funcione. Sabía que luego lo cambiaría por uno a la altura del proyecto. Cada paso lo acercaba más a revivir su pasión por los autos y la mecánica. Mientras trabajaba, la satisfacción de ver cómo el Kanjo comenzaba a cobrar vida bajo sus manos le devolvía la alegría y el propósito que había estado buscando. Pasó días enteros en su taller, a veces hasta altas horas de la madrugada, completamente absorto en su trabajo. Sus manos se llenaban de grasa y sus músculos se tensaban con el esfuerzo, pero nada podía compararse con la sensación de ver el progreso tangible de su esfuerzo.

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    El taller de Murrieta se convirtió en su santuario, un lugar donde podía escapar del mundo y sumergirse en su pasión. Cada vez que lograba solucionar un problema, por pequeño que fuera, sentía una oleada de satisfacción. El rugido inicial del motor del Kanjo, aunque aún no perfecto, fue música para sus oídos. Sabía que el camino por delante era largo, pero eso no lo desanimaba. Al contrario, lo motivaba a seguir adelante. Con cada pieza que colocaba, con cada ajuste que hacía, sentía que estaba reconstruyendo no solo el coche, sino también una parte de sí mismo.

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    Poco a poco Lewis fue resolviendo los problemas que se le presentaban en el Kanjo, renegó mucho, pero un día pudo sacarlo a la calle...


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