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Cuando pequeña crecí en una familia muy humilde, a duras penas si lograron costearme los estudios en la universidad. Cuando les planteé la idea de estudiar criminología, sabían que esencialmente era aquello que me motivaba, combatir todo aquello que veía en los barrios de mi pueblo. Sin embargo, siempre, siempre me apoyaron. Son parte fundamental de mi crecimiento como persona. Gracias al trabajo duro, logré concentrarme en obtener una beca para la universidad de California. La cual me permitiría a mis padres alivianarles la carga universitaria que ello suponía.
Aún recuerdo como si fuera ayer el primer momento en el que pise el campus de la universidad. Estaba muy emocionada, todo era muy grande, diferente y sobre todo como lo había soñado. Decidí especializarme en lo que me gustaba, así que empecé a entender como podía prevenirlos y ayudar a las víctimas en el proceso. Para mí es muy importante retribuir a la comunidad lo que me brindó en protección cuando lo necesité de pequeña.
En la universidad, a penas con tiempo de tener actividades fuera del programa estudiantil, me dediqué al deporte. Mi gran válvula de escape. Aquello que fuera, podía ser solucionado con un par de horas de gimnasio y lo que sea podía desaparecer en unos minutos. Me ayudaba a decirme a mí misma que todo lo que quisiera, podría ser real.
He aprendido a lo largo de la vida que siempre hay que ser agradecidos. Aún más con las personas que se dieron el tiempo de enseñarle a las personas que el bien siempre triunfa ante el mal. Por ello, a aquella Sheriff que en algún momento me dio ese reloj para aprender a controlar mi respiración en momentos difíciles, hoy te dedico esto. Gracias por todo,
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