Jacob Malamadre


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    Historia breve de Jacob_Malamadre
    fue un niño que su infancia estuvo más relacionada con la vida que lleva un delincuente veterano que con la de un niño de su edad. Amedrentaba, robaba y maleaba por las calles con sus colegas. Era un renacuajo que no tenía par, era único. Conoció al “tio bumpy” quien fue su dios en la tierra, quién le cambió la vida y le llevo por el buen camino. En la actualidad estudia para ser un hombre de provecho

    Historia completa de

    Jacob_Malamadre
    nació en un hospital del sur de los santos. Nació como el primogénito de una familia de clase media-baja de los santos. Un municipio periférico como tantos otros . donde emigrantes de todas partes amordazan su vida en el tajo, de sol a sol, para poner el pan sobre el mantel. Barrio obrero, pobreza . El salario de su padre, frank lucas, obrero, trabajador de todo y de nada, apenas da para alimentar a la familia. Cinco niñas, mujer, y jacob. El mayor de todos sus hermanos que se crio sin la sombra de su padre y su madre le consintió demasiado. Fue creciendo y haciéndose más independiente ya que no tenía casi figura de padre.

    Un renacuajo de 1,87 metros con melena de color castaño, ojos marrones y color de piel oscura. A él ya no le gustaba ir con su padre a ver al ‘los santos fc’ y que ya no se dejaba vestir con la camiseta del" rancho fc"que le regalaron por Reyes. Iba al cole a apenas 100 metros de su casa, al C.P. los santos. Ir, iba, pero en cuanto su madre le dejaba en la entrada y desaparecía, él desaparecía también.

    Sus profesores del los santos college le recuerdan como un “líder nato, uno de esos chicos que tenía que ser el jefe”. Repitió varios cursos. Sus notas estaban llenas de Insuficientes. Conchita, todavía profesora en el colegio, le tuvo como alumno en una clase especial para chicos revoltosos, potenciales delincuentes. “Estaba desnutrido, con el pelo revuelto. Era listo. Apenas sabía leer, pero siempre quería repartir los cuadernos. Le daba codazos a sus compañeros para que le dijeran qué cuaderno era el suyo”.

    Con seis años llevó a cabo sus primeros robos en un campamento juvenil de paleto. A los siete, mangaba en el ‘super’ de la época, el badu. A los ocho, amedrentaba al barrio y los alrededores en busca de ‘chupas’ y bicicletas, en verdad de todo aquello con un poco de valor. Las tiendas y los coches eran su objetivo a los nueve. A los diez se atrevió con los bancos. Siempre con las armas descargadas. Era su norma. De ser ‘trincados’, sería menor la penitencia. Puso en jaque a la Policía del sur de la capital. A los 11 tenía ya 150 antecedentes policiales. “Vivía al filo de la barbarie”, dice ahora. Era una espiral maldita. “Nosotros pensábamos que era imposible rehabilitarlo. Robaba coches e iba a toda velocidad por el barrio. Como era tan pequeño, no se le veía”, recuerda su padre de él cuándo era jovencito.

    Amedrentaba, robaba, maleaba por las calles con sus colegas, todos mayores que él, algunos con 20 años. Pero él era el líder. Nadie conducía como ‘malamadre’. Todos sus planes salían bien. Robar era su manera de gritar esperanza. “Yo no entendía por qué la gente tenía abrigos buenos, coches, motos, bicicletas y yo no. Yo era un chorizo, creía que todo era mío, por eso cogía las cosas prestadas”.

    Mientras a finales de los 80, el muro en Berlín era tirado abajo por el pueblo, en los santos un crio hacía de las suyas. Jacob_Malamadre, con apenas nueve años, tabla en el asiento del conductor para llegar a los pedales, se aleja de los coches de los policias con un futo robado en el sur de los santos. La autoridad acaba de pillar a su banda en unas chabolas de chamberri. Trapicheaban con unos relojes robados. Se oye ulular de sirenas, volantazo a izquierda, volantazo a derecha. la policias pisándole los talones. Su pandilla, con los mismísimos de corbata. ¡’malamadree’, que nos pillan!

    Una marcha de menos, una frenada de más, y se podría ir todo al carajo. Los alrededores de adams , llenos de coches. ¿Qué hacemos, ‘jacob’? Al chaval no le atenaza el miedo. Atisba una posibilidad. Es una locura, pero mete quinta y tira millas por el bulevar. Las sillas de las terrazas vuelan, la gente grita. Ya en davis, no hay policias en el retrovisor. Camino libre al sur, a su casa.

    ¿Fuiste niño alguna vez? ‘malamadre’ duda. “Yo creo que sí, al menos hasta los seis. Ahí me convertí en adulto”, responde.

    En 1990, el teléfono sonó una noche cualquiera en la casa de los malamadre, un segundo piso alquilado de la calle palomino . Es la policia. Preguntan por los padres de jacob . frank se viste y va a la comisaría resignado. “Era incorregible. No sabíamos qué hacer con él. Yo les decía a los policías que tenían que hacer algo con mi hijo, pero era menor. Ningún castigo servía. Le compré una vez un balón y me prometió que iba a ser bueno, pero a los dos días ya estaba otra vez”, dice jey, ahora jubilado. Alguna vez, lleno de rabia, les llegó a espetar a los agentes: “Ojalá os lo encontréis algún día muerto”.

    Gracias a su hijo, conoció comisarías y garitas de la policia no sólo de los santos .Un día desapareció seis días y seis noches. Habían robado en una casa. Los tenían detenidos. Ninguno de la banda quería cantar, pero al final un agente los oyó cuchichear y consiguieron un número de teléfono. Tuvimos que ir a buscarlo allí en autobús de línea. Lo hemos pasado muy mal. No es contarlo, eso hay que vivirlo”, recuerda frank.

    Desde los seis a los once fueron cinco años de lágrimas en el café del desayuno, de gritos a la hora de la cena, de cuchicheos en el barrio. Mira, por ahí anda la madre de jacob. Una familia destrozada. No había solución. “Yo entonces hubiera sido feliz con que se convirtiera en una persona normal. Obrero, electricista, me daba igual, pero que fuera normal”.

    Antes de la redención del CEMU, la Ciudad de los Muchachos de los santos, jacob se cobró su venganza. Su banda habitualmente trabajaba al mandato de un comisario de una garita cercana a su barrio. Él marcaba los robos en los sitios con menos seguridad, y luego arramblaba con casi todo el botín. Hasta que un día se la jugó a los chavales. Les tendió una trampa en strawberry donde varios todoterrenos del fbi le esperaban. Lograron salir de allí porque ‘malamadre’ era ‘malamadre’, pero uno de sus compañeros recibió un tiro en un hombro. Se rompió la alianza.

    Hasta que un día, cuando jacob tenía 11 años, apareció dereck, que dirigía el CEMU, un centro experimental para chicos desahuciados, huérfanos y delincuentes para los que los correccionales se quedaban pequeños. frank, el ‘tío frank’ como le llama ‘jacob’, le cogió de la pechera y suavemente, sin grandes broncas, le hizo ver la luz al final del túnel, aquella que a 200 por hora no habría logrado siquiera intuir. “Era un niño de 11 años con mirada de 20 y vida de 50”, recordaba frank.
    En la ciudad, en cuya garita de entrada hay todavía un poema clavado en la pared con las palabras “Puedes confiar en mí” subrayadas, le dieron cariño, se sentía parte de algo grande, fuera de la delincuencia y frank le dejó hacer lo que mejor sabía hacer: conducir. “frank fue mi Dios en la Tierra”, asegura bumpy.

    Iba a clase, aprendió a leer, a escribir, pero sobre todo aprendió mecánica y valores. A los dieciséis años ya sabía desmontar un motor pieza por pieza. “Recuerdo que en clase de mecánica competía con mis compañeros para ver quien desmontaba y montaba antes un motor, pero era competición sana”, sabía del potencial de él al volante y como regalo de su dieciocho cumpleaños lo inscribió en una carrera de KARTS. Su afán de superación y su destreza al volante le sirvieron para ganar la carrera. Fue la primera de muchas. La metamorfosis imposible de un pillo incorregible se hacía realidad.

    Con veintiuno años le llego la oportunidad de su vida, “Recuerdo perfectamente el día en que el tio frank apareció por el taller de la escuela y me dijo que un equipo de competición puntero en los santos. me queria para ocupar un asiento como tercer piloto”. El primer día que se subió al monoplaza en unos test oficiales, no solo brilló por su manera de conducir, sino que marcó el mejor tiempo del día por delante de los mejores de la competición. “Simplemente hice lo que mejor se hacer, conducir”, comentó a la prensa al finalizar la sesión. Se ganó por derecho propio tener un asiento como piloto oficial esa temporada.

    Su tesón y su cabezonería le llevarían por fin a la gloria cuando con veinticuatro años se proclamó campeón de la Formula zion. “El camino ha sido duro, pero mi equipo ha realizado un trabajo impecable durante toda la temporada, esto se lo debo a ellos”, fueron las palabras de un ‘jacob’ que en trece años había dado un vuelco a su vida. Por el retrovisor ya no había agentes de la policia, ni siquiera había ya retrovisor, solo rivales y a veces ni eso. La cota más alta a la que llegó fue piloto probador de un Fórmula Uno, pero la escasez de patrocinadores y la edad ya eran un obstáculo muy grande el cual superar.

    En una de las galas anuales del motor que se celebran en los santos conoció al director general de la policia Pablo Arras Fuenmayor, el gran jefe del circo policial al que trajo en jaque décadas atrás. Nada más verle, jacob con esa chulería del barrio por los aires capitalinos, le espetó: “Yo sé quién es usted, pero usted no sabe quién soy yo”. Arras quedó desconcertado. Pidió que le investigaran. Horas más tarde, Arras se le acercó: “Ya sé quién es usted. De pequeño ha sido un niño malo”. Y cosas de la vida, se convirtió en su asesor personal y comenzó a dar clases de conducción evasiva a miembros del Instituto Armado.

    A la pregunta que le hice, ¿Qué espera de su vida ahora?: “Me apetece conocer mundo, aquí no me falta de nada, pero me reconcome por dentro descubrir cosas nuevas fuera”. Estoy seguro que donde vaya será capaz de realizar cualquier cosa, lo veo muy preparado para la vida.

    Miedos:
    Volver a ser el mismo que fue en su mala época y recaer en la mala vida.
    Aspiraciones:
    seguir viviendo.


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