Your browser does not seem to support JavaScript. As a result, your viewing experience will be diminished, and you may not be able to execute some actions.
Please download a browser that supports JavaScript, or enable it if it's disabled (i.e. NoScript).
JASON “J” REECE
Si este golpe sale bien, mañana estaré embarcando en un avión a mi nuevo destino, pero aun así no he podido evitar parar a recordar toda mi vida. He tenido mucho tiempo para pensar últimamente. Nací hace 31 años, en una pequeña localidad costera al norte de California. Mi madre, de origen jamaicano, era costurera em una pequeña sastrería del pueblo; mi padre, español emigrado a EEUU, trabajaba como mecánico, y era bastante bueno, por cierto, con las motocicletas custom.
Recuerdo poco de él, falleció cuando yo tenía apenas dos o tres años. Pero aun conservo, y he de decir que, siempre visto con orgullo, su chaleco de cuero. Mi madre me contaba, que cuando él aún vivía, se sentían espíritus libres cada vez que se subían en la Harley Davidson de mi padre y emprendían una ruta a lo largo del estado, simplemente porque podían. Es algo innato en mí, necesito libertad, no soporto sentirme apresado u oprimido.
Nunca destaqué en los estudios, me aburria demasiado en el colegio del pueblo, que además impartía una enseñanza demasiado católica a ojos de mis padres. Por no hablar del racismo, esa lacra que me persigue allá donde voy por el tono de mi piel y mi aspecto. Recuerdo que desde temprana edad siempre me posicioné del lado del débil, cuando un matón hacía algo a otro chico, yo casi siempre acababa a golpes con el abusón: “Métete con alguien de tu tamaño” No me gusta recurrir a la violencia, pero es innegable que en el mundo en el que vivimos, si alguien viene a enturbiar tu paz, no puedes permitirle tal cosa. Siempre que veía alguna película de indios y vaqueros, me posicionaba del lado de los indios. Sabia que iban a perder, pero ellos luchaban para defenderse de la invasión, y yo disfrutaba cuando los invasores caían.
Fui creciendo, y entre peleas escolares, un contacto demasiado prematuro con la marihuana y el alcohol, y un gusto (que aun a día de hoy sigue aumentando) por la música no convencional, fueron despertando en mi ese espíritu que anhelaba la libertad al igual que mis padres. Jamás le falte el respeto a mi madre ni a ninguna otra mujer, a pesar de mi comportamiento, en casa era el hijo perfecto, pero eso no evitaba que mi madre sufriera, cada vez que llegaba embriagado o apalizado a casa.
Con 16 años dejé el instituto, me gustaban las motos, pero aun no tenia edad para poder sacarme el carnet, así que decidí ponerme a trabajar en un taller, tal como hizo mi padre cuando vivía. Me encantaban, como a él, las motos, y rápido fui aprendiendo el oficio y familiarizándome con todo tipo de motos custom, sobre todo HD; y también coches clásicos americanos. Me encantaba convertirlos en lowriders.
Cuando tenia 20 años y suficiente dinero ahorrado, me saqué el carnet y me agencié una Harley Davidson 1200 de segunda mano muy barata (era, más bien, una miseria), que muy a gusto restauré y puse en funcionamiento. Yo aportaba en casa casi la mitad de mi sueldo. De la mitad restante, dejaba la mitad para mí y la otra mitad, la ahorraba. En 4 años logré ahorrar casi diez mil dólares. Aun habiendo restaurado la moto y dejarla como nueva, me sobraban unos 2.000 dólares.
Conocí varias chicas a lo largo de mi vida. Nunca llegué a mantener relaciones duraderas con ninguna. Quizá fuera porque no concibo una vida convencional sin libertad y con horarios. Pero hubo una persona que sí me marcó. Su nombre está en mi cabeza, y eso es todo lo que necesito.
Esta chica era distinta, rompía las reglas. Yo nunca había roto muchas reglas, no más allá de acabar en comisaria una noche tras una reyerta en un bar o algo por el estilo. Ella iba un paso más allá.
Siempre llevaba una ganzúa encima. Tras una larga conversación a la luz de la luna, y preguntarme si me gustaba la adrenalina, me confesó que era ladrona. No era una gran profesional, pero le gustaba el riesgo y eso la hacia sentir viva. Al principio dudé, pero como era joven y loco, le dije que estaría con ella en todo momento. Sacó su ganzúa y forzó un todoterreno oxidado, le hizo un puente y me dijo que subiera. Se puso un pasamontaña y me dijo que usara la camiseta a modo de máscara, así hice. Nos acercamos a la primera licorería que encontramos abierta, y entramos a saco. Ella cogía el dinero de la caja registradora, yo apuntaba con una navaja al tendero, para que no hiciera ninguna tontería, pero mi intención no era hacerle daño. El corazón me latía en la misma boca, la adrenalina me estaba haciendo sentir vivo, y de repente ella me aviso que estaba lista, salimos corriendo y nos dimos a la fuga en el todoterreno antes de que ningún Sheriff apareciese. Hicimos el amor en ese todoterreno y lo abandonamos en un parking a las afuera de la ciudad. Nos repartimos el botín y nos separamos. Yo me sentía más que vivo, y me temblaban las piernas tras la tensión del atraco.
Al llegar a casa, serían las 2 de la madrugada, una vecina estaba esperándome, llorando como alma en pena. No sabía que pasaba, pero sabía que no era bueno, y fui corriendo a dentro de la casa. Mi madre no estaba, cosa que era impropio de ella a esta hora y ella me dijo que unos pandilleros, en un intento de robarle su bolso, la tiraron al suelo y su cabeza impactó contra el bordillo, muriendo en el acto.
Todo mi mundo se desmoronó, la pena, la ira y el odio me invadieron. Nadie sabía quiénes eran los asaltantes porque era de noche y no había luz las farolas. Ningún local cercano tenía cámaras, y esos negros mataron, por un bolso, a una mujer negra y pobre y dormirían tranquilos esa noche, sin saber las vidas que acababan de destrozar. Siempre seguiré de luto, pero he aprendido a convivir con el dolor, y he recuperado, con mucho trabajo, aquellas ganas de vivir que tenía. Ella fue un pilar importante, me ayudó a decidir entre estar muerto en vida o sentirme libre. Un año y medio después de la muerte de mi madre, dejé el taller y los pocos ahorros que tenia los invertí en lo básico para subsistir. El resto, lo conseguía junto a ella. Fueron varios años de adrenalina, sabiendo que, si me pasaba algo, ya no podría herir a mi madre. Recorrimos cada estado, asaltando pequeñas licorerías de pueblo y durmiendo en moteles de mala muerte en mitad de la carretera, nunca mas de dos noches seguidas. La moto no era un medio de transporte, era uno más en el grupo. Se sucedieron los meses y los atracos, algunos sin consecuencias graves, algunos con persecuciones intensas. Pero siempre lográbamos escaparnos. En el último golpe, ella no ha corrido tanta suerte. No entraré en detalles, pero digamos que… si yo estoy aquí, es porque ella está dentro, y la han condenado a perpetua. He gastado todo mi dinero en abogados que no han podido hacer nada. Ella me ha pedido que siga adelante. Y se lo debo.
Así que aquí estoy, me dispongo a ponerme la camiseta a modo de máscara, como la primera vez. Saco el cuchillo y lo escondo bajo la manga de la sudadera. Acerco la moto a la licorería y entro en una carrera al falso grito “DAME TODA LA PASTA SI NO QUIERES ACABAR SOBRE UN CHARCO DE SANGRE”
Mis primeros dias en la ciudad
Todo está yendo bastante tranquilo. Procuro no levantar sospechas y hablar con la menos gente posible. Aun así, he conocido varias personas ya. Algunas parecen de fiar, otras, como es de esperar, NI DE COÑA.
Demasiada gente en La Torre, necesito encontrar algo más alejado del bullicio.
Y necesito encontrar buen equipo para llevar a cabo mi objetivo: sacarla a ella de Federal.
Mientras voy conociendo esta ciudad, me he buscado un curro (asqueroso, por cierto) de minero. No lo soporto pero no pagan mal. Ya consegui mi moto y todo va sobre ruedas
Varios tatuajes decoran ahora mis brazos, mi torso y mi cara. Le dije adiós a las rastas y me hice trenzas. Algun dia volveré a dejarmelas crecer, supongo.
Hay un par de tipos, Arthur y Cappi, a los que me interesa conocer más a fondo, creo que tienen bastante que aportar y que podrian ser utiles en mi propósito.
Mientras tanto, sigo observando y conociendo esta ciudad y sus entresijos. Y, cada vez lo veo mas claro, tengo que conseguir un arma cuanto antes.