Cappi Moreno



  • Nombre del personaje: Cappi Moreno
    Edad IC: 40
    Edad OOC: 28
    Historia completa del personaje:

    Me presento, mi nombre es Hugo Amaya y la historia que os contaré es el resultado del esfuerzo y la necesidad de alcanzar una vida mejor.

    Nací en Andalucía, en un barrio con verdaderos problemas sociales donde mi familia,
    Los Amaya, me dieron la educación necesaria para saber que nada se consigue sin esfuerzo y dedicación. Mis abuelos, Manuela y José, se trasladaron a estas tierras e hicieron todo lo posible por salir adelante. Ella vendía amuletos y echaba la suerte, mientras que él recogía chatarra, la pesaba y la vendía. Ganaron lo suficiente para poder criar a su familia y poder comprarse un piso humilde para empezar su nueva vida en la bonita ciudad de Granada.

    En esa misma ciudad vine al mundo. Mi madre rompió aguas en la parte trasera de una furgoneta cuando volvían de trabajar en el campo. Es muy común que casi todas las mujeres gitanas den a luz en sus hogares ayudadas por otras mujeres, aunque mi caso fue algo más surrealista. Si hubiera existido un premio para el bebé más guapo y lindo, sin duda me habrían concedido ese galardón. Y, teniendo en cuenta la cantidad de veces que tuve que sentarme a escuchar amablemente la historia de lo sorprendido que se habían quedado todos al verme, lo cierto es que sentía que merecía un premio. La anécdota se dio cuando mi padre, un gran boxeador reconocido, nada más nacer, lo primero que hizo fue colgarme al cuello una cadena de oro con un diminuto par de guantes de boxeo. Lo había encargado antes incluso de conocer mi sexo: un símbolo de mi futura gloria y de las esperanzas colosales que mi padre depositaba en mí. La vida de un auténtico campeón gitano no es fácil. El título tiene un precio: deberá pasar toda la vida luchando para conservarlo, puesto que siempre habrá un contrincante más joven, más ambicioso y más principiante que deseará ocupar su lugar. Con mi nacimiento unido al de mi hermano Juan tres años antes, se completaba la familia con mi padre, el patriarca Ezequiel, y mi bendita madre Candela.

    Mis padres eran, en muchos sentidos, los típicos gitanos. Mi madre, a la que le encantaba llevar pendientes en forma de monedas de oro, y su larga melena negra suelta, se dedicaba a mantener la casa limpia y digna y cuidar de sus hijos. Tuvo que dejar el campo cuando yo nací, ya que no podía con dos hijos en el mundo permitirse ese desgaste físico que significaba trabajar de sol a sol. Para ella lo más importante en su vida era que la familia siempre estuviese unida y que a ninguno de nosotros nos pasara nada. Candela amaba locamente a su marido y aunque la pasión de mi padre era el boxeo, ella nunca lo logró entender. Simplemente le quedó aceptarlo y esperar que tras cada combate apareciera sano y salvo.

    Mi padre, era una persona bastante observadora y fiel a su gente. De él aprendí la lealtad, la nobleza, la rectitud, la honradez, y la honestidad. Insistió en el compromiso que tenemos como personas de mostrar nuestros sentimientos de respeto y fidelidad a nuestros seres queridos. La necesidad que tenía de pelear por dinero había desaparecido, pero el ansia de sangre y la emoción de la victoria, no. Todos los gitanos jóvenes, audaces y sedientos de gloria venían a probar suerte contra el campeón. Y los venció a todos, hasta que un día, saliendo de entrenar en el gimnasio cerca de mi casa, le arrebataron la vida con un tiro en la cabeza. Yo solo tenía diez años, pero no se me olvidará el cuerpo de mi madre ensangrentado en el suelo agarrado a él en un fuerte abrazo. No solté ni una lágrima porque no sabía realmente el gran problema que se venía. La envidia en el barrio era muy mala, pero no sabía que podía llegar hasta este punto. Con todo lo sucedido en mi temprana edad, cambió sin darme cuenta mi forma de ver la vida: nunca volví a salir a jugar al futbol a la plaza, ni a comprar solo al quiosco los chicles que tanto me gustaban, etc... No me sentía seguro y ya no confiaba en nadie. Mi hermano, en cambio, sí logró rehacer su rutina normal y fue algo que nunca comprendí cómo de la noche a la mañana lo olvidó todo.

    El interior de la casa donde crecí, respondía al típico tráiler de principios de los ochenta: marrón chocolate mezclado con una capa brillante de anaranjado estilo Halloween. El sofá estaba tapizado con diferentes tonos de flores otoñales. Las paredes eran de madera y se rompían con facilidad. Debido al mal genio de mi padre, había diversas hendiduras del tamaño de su puño y en la pared que separaba la cocina del salón había una tan grande como una cabeza. Las paredes estaban llenas de fotografías familiares y de los espejos con marcos dorados que tanto les gustan a las gitanas.

    Estuve en un entorno donde las personas se ganaban el pan de cada día haciendo cosas ilegales y sin ningún control ni orden. La entrada y salida de droga era la rutina diaria en mis calles y sabía perfectamente que eso no era lo recomendable para mí. Mi familia gracias a Dios, no quería saber nada de eso y, tras la muerte de mi padre, la única salida que le quedó a mi santa madre fue la venta ambulante de ropa en los mercadillos de la ciudad. El dinero ya no llegaba a casa como antes y tuvimos que reinventarnos para poder llevar la comida a casa. Gracias a ella, nunca tuve la necesidad de ir al colegio porque ella me proporcionó la formación que necesitaba. Era una persona muy controladora conmigo, pero debo de reconocer que era su hijo favorito y sabía que todo lo que hacía por mí era por mi bien. Tenía un don de palabra, se expresaba de maravilla, pasándome horas y horas delante de ella escuchando sus historias.

    Mi juventud la recuerdo ayudando a los míos en su labor de vender lo máximo posible para poder traer el dinero a casa. Así me formé como persona. Con todo aquel que se acercaba a nuestro puesto, dialogaba para hacerle comprender que la calidad de lo que ofertaban los míos era la mejor. Sabía que era mentira, (toda la ropa procedía de la misma fábrica) pero tenía que lograr vender lo máximo posible. La calle me convirtió en aquello que soy hoy en día. Hasta que poco a poco fui creciendo y con el fallecimiento de mi madre tuve que llevar las riendas yo solo.

    Fui creciendo hasta conseguir algo muy importante para mí. Me dieron la gestión del mercadillo y la responsabilidad de planificar todas las personas que pueden montar su tienda para ganarse la vida humildemente. Con veinticinco años la gente me quería mucho, y yo notaba ese cariño. Me gané la confianza de todos. Desde ese preciso momento comprendí, que era el trabajo que siempre soñé.

    Me defino como una persona muy carismática, donde aprovecho mi actitud y hábitos para lograr enganchar a la gente como si fuera un imán. Esto no lo hago de manera voluntaria, es algo que viene con mi personalidad y es gratificante para mi persona. La popularidad en la zona me ha dado mucha seguridad a la hora de actuar o enfrentarme a cualquier problema. Confieso que el diálogo es la solución para todo en mi vida, pero si no hay más remedio, se actúa con todas las consecuencias. No me gusta la violencia, siempre la he evitado, pero uno va aprendiendo y sabe que a veces es necesario para el buen funcionamiento del transcurso de tu vida quitar de en medio los problemas de raíz para que no se envenene más de la cuenta.

    Me casé con Lola, una mujer con cuerpo pequeñito y esbelto y su voz calmada, con un carácter especial. Me dijo: - ¿Vas a pedirme salir o qué? Si es que no, ¡vete a la mierda! Recuperé el habla y la invité a salir. Y eso fue todo. Después de un año de cortejo, mi madre aceptó nuestra relación y nos casamos. Llevaba un vestido de boda blanco que, para variar, no era tradicional. Colores intensos, telas brillantes, adornos llenos de perlas y para rematar, una corona. Se quedó embarazada a los pocos meses y nació nuestro querido hijo Manuel.

    Realmente con mi trabajo no vivíamos mal. Teníamos ropa limpia y buena, todas nuestras necesidades estaban cubiertas y no nos faltaba comida. La cocina nunca fue mi punto fuerte. Lo hacía lo mejor que podía, eso sí: las tostadas con ajo, aceite, tomate y jamón me salían para chuparse los dedos. Además de los intentos ocasionales de arroz los domingos, las únicas veces que preparaba una gran comida era cuando coci-naba la receta que me enseñó mi madre: un brazo de gitano relleno de mermelada. En resumen, los armarios de la cocina estaban repletos de comida fácil de preparar: cereales Krispies, paquetes de sopa instantánea, patatas fritas y una gran variedad de pizzas congeladas de todas las marcas de los supermercados.

    Mi vida cambiaría por completo cuando un grupo de moteros aparecieron en mi recinto preguntando por mí. Se hacían llamar “Los ángeles de la ciudad” y eran en torno a 50 hombres corpulentos y sin ganas de hacer amigos. El mensaje que venían ha transmitirme era claro: o usted hace un pago semana a nuestro club de 5000 euros o en las próximas semanas el recinto de su mercadillo no será para nada seguro. Debido a los beneficios que yo obtenía semanalmente era inviable hacer frente a ese pago por eso no me quedó mas remedio que hablar con ellos y llegar a una solución. Me dieron un número de contacto y no dudé en llamarlo. Me citaron en su bar de carretera, a las afueras de la ciudad a las 00:00 cuando el establecimiento cerraba.

    Ellos sabían perfectamente quién era y como actuaba por eso me andaban buscando. Les expliqué que era imposible hacer ese pago, lo que me sorprendió es que ellos ya sabían que no podía. Donde vivía, con quien me juntaba, el nombre de mi mujer y mi hijo hasta dónde compraba el periódico todas las mañanas… lo sabían todo de mi y no tenía escapatoria. Buscaban ampliar su marca como motoclub en la otra orilla, concretamente en Los Santos, y necesitaban una persona con mis cualidades para conseguir el auge de la banda en esa isla.

    La afición desde bien jovencito a la Harley Davidson fue un hobby que mi padre me involucró cuando se compró una con las ganancias de sus peleas. Nunca pude tener una, y sería un sueño para mí adquirirla. El encargado del club me dijo una cosa clara: si haces tu trabajo como es debido y como esperamos, tú y tu familia seréis muy bien recompensados. Mi mujer y mi hijo son mi vida y daría lo que fuera por verlos crecer en un entorno mucho más acorde a ellos. No quiero que estén rodeados de la misma miseria. Estaba dispuesto a trabajar para “Los ángeles”

    Todo lo que siempre he querido estaba al otro lado del miedo, por eso he conseguido la mayoría de las metas que me he propuesto. ¿Yo miedo? Muy pocas cosas amigos. Pero debo confesaros que el miedo se apodera de mi cuando de mi familia se trata. Tienen que pasar por encima de mi cadáver para tocar a los míos. Soy creyente, por eso le rezo a Dios todas las noches para pedirles por ellos, y si algo les tiene que pasar, que yo lo pague.

    Ahora tengo 40 años y mi único propósito de estar allí es poder brindar un futuro mejor a los míos y llevar el nombre del MC a cotas nunca antes vistas.

    Personalidad:

    • Carismático
    • Desconfiado
    • Protector
    • Ambicioso
    • Sociable
    • Vengativo
    • Presumido

    Sus miedos:

    • Hacer peligrar la vida de su familia
    • Al fracaso
    • A la soledad
    • Fobia a la caída capilar


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