Negan Walker



  • NOMBRE SERVIDOR: Negan Walker
    EDAD: 63 años
    APARIENCIA: Hombre mayor, desaliñado, canoso, de ojos marrones y estatura media.
    (El resto de información requerida consta en la propia historia)

    HISTORIA:
    La mañana que cumplía 34 años, Negan despertó con el sonido estridente de un claxon a las 6:15 de la mañana. Sin hacer mucho ruido para no despertar a Ruby, quien dormía a su lado, pero suficientemente lejos como para no tocarlo (no tenían un matrimonio de ensueño, precisamente), se levantó de la cama y se asomó a la ventana. Vio a su padre, que se asomaba por la ventanilla de su Rolls Royce con esa actitud perennemente condescendiente:

    -- Negan, baja ya. Tenemos que irnos.

    Con la pereza todavía pesando en sus párpados recordó que había prometido a su padre que iría a la reunión que tenía aquella mañana con un posible socio capitalista que podía cambiar el rumbo de su empresa, que ya entonces era exitosa. Quién iba a decirle que aquella reunión cambiaría también el rumbo de su vida.

    Durante el trayecto a la oficina, Negan oyó sin escuchar una vez más el discurso manido de su padre, lo importante que era cada paso que daba la empresa, y la responsabilidad que pesaría sobre sus hombros cuando él ya no pudiera dedicarse tanto a la gestión por la edad. Pero Negan, en su cabeza, se concentraba solamente en los acordes de “Welcome to the jungle” que sonaban por debajo del discurso de su padre, en la radio del salpicadero.

    Una vez llegaron a la oficina, Negan tuvo la oportunidad de compartir una conversación con Fred (el pez gordo al que quería pescar papá), quien era excombatiente de la guerra de Vietnam y se sentía enormemente satisfecho tanto del ejército, como de la tarea que desempeñaba y de su propia actuación en la guerra. El joven Negan quedó embelesado con el alarde de orgullo de Fred, un hombre tan seguro de sí mismo y de aquello que había defendido que habría convencido al mismísimo Gandhi de participar en cualquier guerra.

    Aunque, tal vez, lo único que hizo Fred fue despertar lo que todo su entorno habría terminado despertando tarde o temprano.

    Durante su infancia, en Boston, aunque nunca le faltó nada económicamente hablando, siempre le faltó el respaldo de una familia real. Su padre, de sol a sol haciendo florecer una empresa a la que cuidaba más que a su propia familia. Su madre, una revolucionaria convencida, más preocupada por los problemas sociales que ocurrían en aquel momento que por los que ocurrían entre las cuatro paredes de su casa. Sobre este escenario empezó a desarrollarse un Negan tímido, introvertido, que rozaba los límites del autismo, aunque sin padecer la condición. Siempre callado, imaginando que estaba en algún otro lugar, mirando hacia la nada.

    Cuando el joven Negan empezó a mostrar señas de querer ser alguien con personalidad, se encontró con las cadenas impuestas por su familia, que estiraban hacia todas las direcciones a las que él no quería ir. “A partir de ahora, hijo, por las tardes vendrás conmigo a la oficina para que empieces a aprender el oficio”, “Hijo, los problemas que tienes no son nada comparados con las pobres personas que no tienen techo, deja de preocuparte por tonterías”, “Tienes que esforzarte más en el colegio, con estas notas no podrás matricularte en la carrera que tienes que hacer para coger las riendas de la empresa”. Y así, con frases lapidarias que caían sobre Negan como losas que cada vez encogían más su propia voluntad, estudió lo que su padre quiso, se casó con quien su madre quiso y avanzó a través de los años como un autómata, en la dirección que le dejaban avanzar.

    Aquella misma tarde, después de la reunión, escuchó en la radio lo que estaba ocurriendo en el Golfo Pérsico. El conflicto que estaba sucediendo y lo mucho que estaban aportando a la comunidad los soldados que protegían el país y sus intereses. Negan, de pronto, vio claro lo que debía hacer para darle a su vida el sentido que los demás le estaban quitando.

    Unas horas más tarde, escondido de Ruby con el teléfono de casa, llamó al número que habían facilitado en la radio para todos aquellos que quisieran ayudar. Un reclutador habló con él, le agradeció mucho su valentía, y le dijo que tenía que presentarse a un examen, posteriormente hacer un entrenamiento de un poco más de dos meses y estaría preparado para ser un “ciudadano ejemplar” e ir a la guerra.
    Esperó la llamada de vuelta del reclutador para darle la fecha para el examen, con nerviosismo y en absoluto secreto. El día que la llamada llegó, Negan preparó un macuto improvisado puesto que en su interior sabía que, si aprobaba el examen, no volvería en mucho tiempo.

    Aprobó, se alistó, entrenó, y finalmente cumplió el recién proclamado “sueño de su vida”.

    Entre disparos, explosiones, muerte, miedo y las relaciones de amistad más profundas que él jamás había experimentado, sirvió a su país. Convencido de que aquello era para lo que él había nacido.

    En el año 2000, a un año de terminar la guerra, un trozo de metralla atravesó el hombro de Negan, que quedó tendido inconsciente en el campo de batalla.
    Despertó unos días más tarde en un hospital de campaña, con un dolor terrible en el cuerpo, y sin saber qué había ocurrido. Las enfermeras le contaron que había estado teniendo alucinaciones, despertándose mientras gritaba a media noche, queriendo saltar de la cama… Una vez recuperado de las heridas, aunque con notables secuelas en su hombro derecho, fue trasladado, junto a 12 compañeros más de su batallón, a un hospital psiquiátrico en el que los diagnosticaron con El Síndrome del Golfo. A algunos de ellos les afectó solamente en algunos aspectos como el cansancio, migrañas, o dolores musculares. Pudieron marcharse a casa con medicación para los dolores, y empezar de nuevo como héroes de guerra. Pero a dos de ellos, entre ellos Negan, no les dejaron salir tan fácilmente. El principal síntoma eran los ataques de ansiedad que sufría a consecuencia de su estrés postraumático, que provocaban a veces, incluso, que se hiciera daño a sí mismo intentado escapar de un peligro imaginario. Tenían que encontrar la dosis de medicina que equilibrara sus impulsos, y no podría salir del hospital hasta que no dieran con ella. Lo consideraron un peligro para él y para la comunidad. A él, que había servido como soldado al país entero. Y allí se quedó. Encerrado. Sin homenajes. Sin medallas. Sin aplausos. Y, encima, incapacitado por su síndrome.

    Durante el tiempo que pasó ingresado nunca escribió nadie, nunca recibió una visita. Supo por un celador con el que había cogido algo de confianza que el hospital se había puesto en contacto con su familia en repetidas ocasiones, pero nunca habían dado una respuesta positiva a la oferta de una visita.

    Hace apenas 3 años le dieron el alta. Parecía que por fin podía vivir sin constante monitoreo, de forma que le liberaron de lo que según su punto de vista era una prisión disfrazada de hospital. Más de 10 años encerrado en una institución que ni siquiera le respetaba como excombatiente, que le consideraba incluso una lacra débil que no había soportado la presión de la guerra. Le decían qué comer, qué vestir, qué decir, qué hacer. Después de todo, después de su servicio, de su valiente actuación en la guerra, volvía a ser aquel hombre atado con cadenas que sesgaban su libertad, solo que esta vez, al final de esas cadenas, no estaban las manos de sus padres, ni siquiera de Ruby, si no las de un estado que no le daba el respeto que merecía.

    Una vez rotas las cadenas, Negan solo tiene un objetivo: derrocar el poder. Hacer caer el sistema que permite que valientes excombatientes terminen encerrados en loqueros en lugar de en plazas recibiendo ovaciones. Que deja de lado a sus servidores, que han arriesgado su vida por aquello en lo que creen y son ahora apartados de la sociedad y considerados, literalmente, basura.

    Ahora, con ya 63 años, y todavía en plenas facultades, en su búsqueda de lo que cree será su última oportunidad de vengarse del estado, planea mudarse a una ciudad donde las actividades ilegales que hacen tambalear los cimientos del gobierno campan a sus anchas. Un lugar donde conocer a más personas que, como él, tengan un deseo profundo de desestabilizar el orden establecido por el sistema.


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