Daniela Sánchez



  • Daniela Sánchez se caracterizó desde su infancia por dos cosas. La primera y más importante, su carácter. Dulce y amable, nunca nadie desconfiaba de ella. Y eso era lo que más le beneficiaba. La gran habilidad que tenía a la hora de relacionarse con las personas y manipularlas a su antojo. Y la segunda, pero no por ello menos importante, las ganas que tenía de comerse el mundo. Quería destacar, quería vivir su propia vida sin límites y sin miedo a hacerlo mal, al contrario, quería equivocarse. Y eso en ocasiones era un problema, a veces quería tanto, que perdía más de lo que ganaba. Pero nunca le importó. Se caracterizaba por ser una chica demasiado alegre en ocasiones. No tenía miedo de ir con la verdad por delante, aunque se divertía jugando con la gente. Sabía mentir a la perfección y no dudaba en hacerlo cuando era necesario. A parte de eso, cambiaba constantemente su estado de ánimo. En ocasiones estaba feliz, y en otras no. Era muy variante. Y a pesar de que la gente no solía tener en cuenta sus gestos, ni muecas, ni nada, ella sabía disimular muy bien cómo se sentía. Respecto físicamente, siempre fue una chica que destacaba tanto por el tono rojo de su pelo, como por el color azul grisáceo de sus ojos. Sus labios eran gruesos, pero no demasiado y su nariz era respingona. Nunca fue demasiado alta, pero en cuanto cumplió los 17 años pegó un estirón y creció hasta el metro seiscientos ochenta (1,68m). Se caracterizaba por llevar siempre deportivas, no le gustaba llevar ropa elegante, a no ser que fuese obligatorio y siempre llevaba sudaderas y cosas del estilo. En resumidas cuentas, no era un estilo común. Le gustaba ir al gimnasio, y con 19 años se apuntó a uno cerca de su casa para poder entrenar diariamente. Estaba en forma y no le importaba presumir de ello. Sus cumpleaños los pasaba acompañada de toda su familia. Era un día muy especial para todos los miembros de su familia, ya que Daniela nació el mismo día que sus padres se casaron. El 15 de Agosto de 1999. Desde pequeña tuvo una buena relación con sus padres, Marcos Ruiz y Penelope Fernández. Verdaderamente ellos la guiaron desde que era un bebé hasta que cumplió 18. Ella se basaba en lo que ellos le pedían, sin rechistar. Y por ello se ganó esa confianza que a comparación de sus hermanos, nunca llegaron a tener (o al menos eso es lo que ella creía). A pesar de eso, y de ser la pequeña de la familia, la relación con su hermano era buena, aunque no eran demasiado apegados y ni mucho menos lo buscaban. El trabajo de sus padres les hacía estar mucho tiempo fuera de casa, el cual ,desde niña, no dudaba en aprovechar en sus aficiones, entre ellas: leer, dibujar y ante todo, disfrutar de pasar su tiempo a solas. Era algo que hacía casi diariamente y que disfrutaba en su total plenitud. Pero todo esto fue cambiando con el paso de los años. Su etapa en preescolar fue bastante leve. A los 4 años conoció a los que serían sus mejores amigos durante toda su adolescencia, Mariona y Lucio, y ante todo, aprendió valores muy importantes que le beneficiarían en un futuro. Vivía su día a día estudiando, haciendo las tareas pertinentes y quedando con ambos. Todo era perfecto para ella. Al igual que la relación con sus padres iba viento en popa, sus notas eran inmejorables. Destacaba en todas las materias. Cuando llegó la etapa de la ESO, con 12 años, su actitud cambió radicalmente. A pesar de que a la vista de su familia todo seguía igual, ella empezaba a tener otras cosas en mente. Pero nadie le dio importancia, más bien, ella no se la dio. Empezó primero de la ESO, conoció al que sería su primer novio: Marco. Un chico amable, repetidor (lo que quería decir que tenía un año más que ella) y tímido. Ella era consciente de que esa relación no iba a llegar a nada y así fue. Al mes y medio lo habían dejado. Tampoco le preocupaba demasiado como la viesen los chicos, ni mucho menos su manera de actuar delante de ellos, por lo que decidió centrarse en seguir sacando curso tras curso y dejarse de problemas externos a eso. Desgraciadamente, esa mentalidad le duró poco. Su físico empezó a cambiar en cuanto cumplió los 15 años y pasó a tercero de la ESO. Empezó a llamar más la atención de los chicos que la rodeaban, ya fuese en el ámbito escolar o en la calle cuando salía a pasear o quedaba con su grupo de amigos. Sus ojos azules destacaban entre muchos y su pelo anaranjado brillaba por sí solo. Sin duda alguna, no era una chica para nada fea y ella lo sabía. Y desde luego que lo aprovechaba. Sus padres se empezaron a despegar de ella y se notó, sobre todo en su actitud a la hora de relacionarse. Aunque a pesar de eso, ella se seguía basando en todo (o casi todo) lo que ellos le habían enseñado. Con notas casi excelentes, terminó el curso de 1 de BACHILLER y una sorpresa le esperaba ese mismo verano. Ella nunca había conocido al grupo de amigos de su hermano, ni tampoco había tenido interés por hacerlo. Hasta que llegó ese día. Se estaba vistiendo, no tenía muchas ganas de salir con sus amigos, pero ellos le habían insistido. Pero lo que menos se esperaba es que al salir por la puerta de su casa, se encontraría a un par de chicos acompañados de su hermano, Lucas Ruiz. Ella se tensó al momento y nerviosa, se alejó de ellos a paso lento. Pero la mirada de uno de ellos la atrapó. Desde ese día empezó a interesarse por la vida de ese joven y por ende, la de su hermano mayor. Habían sido contadas las veces que había visto a ese chico, cuyo nombre no había querido decirle nunca. Pero cada vez estaba más y más pillada por él y no sabía qué hacer para frenarlo. Empezó 2 de BACHILLER, con apenas 17 años. Sin duda alguna, fue uno de los años que más le marcó en su vida. La relación con dicho chico empezó al día siguiente de empezar las clases. Ella sabía que tanto su hermano como ese chico estaban haciendo cosas que no debían hacer. Desde hacía varios meses, su hermano no pasaba apenas por casa y cada vez que llegaba, se veía el nerviosismo y el miedo en su cara. Tampoco tenía la confianza suficiente con él como para preguntarle qué estaba pasando con su vida. No sabía dónde estaba metido ni su pareja ni su hermano, pero aun así confiaba en que ambos estarían bien. Él desaparecía siempre y volvía días más tarde, acompañado de una sonrisa tontorrona y varios fajos de billetes, con los que le daba caprichos casi semanales. Ella sabía de sobra que lo que estaba haciendo ese chico 4 años mayor que ella no estaba bien y que se alejaba mucho de todo lo legal, lo sabía porque probablemente su hermano estuviera metido en ello también. Ella era consciente de ello. Pero aun así decidió arriesgarse y desafortunadamente para Daniela, le salió muy mal la jugada. A los seis meses de estar saliendo con él una noticia devastadora le llegó a sus oídos. Ese chico con el que había pasado casi medio año había fallecido, y no sabía ni porqué ni como. La rabia, la impotencia, la desolación, la tristeza… un cúmulo de sentimientos sin control la invadieron y no sabía cómo frenarlos. Nunca habían jugado con ella así. Y nunca se lo perdonaría. Y así fue. Ese día, empezó el juego para ella. No le importaba nada más que no fuese ella misma. Vivía por y para divertirse, ya fuese a costa de los sentimientos de los demás o no. Ella ya no era ella y no tenía ninguna intención de cambiar. Su actitud era mucho más dura con el resto de personas y su única motivación era descubrir que llevó a la muerte a su pareja. Pasaron los meses, y su mentalidad no había cambiado. Los chicos para ella eran como pañuelos de usar y tirar y no tenía ninguna intención de mejorar su forma de actuar con el resto. Mientras tanto, la situación en su familia iba de mal en peor y tampoco hacía nada para mejorarla. Su hermano mayor se fue de casa, según le dijo a sus padres, estaba en un piso con varios amigos. Daniela sabía que eso no era verdad, lo sabía por el temblor en la voz de su hermano cada vez que le llamaba, por la dureza de sus palabras y por los gritos de fondo. Sabía que su vida había cambiado y que todo tenía que ver. Cumplió los 18 años y a los pocos meses inició la universidad. No estaba muy segura de lo que estaba a punto de hacer, ni mucho menos de lo que le iba a deparar el destino. Pero ella siguió hacia adelante. Empezó a estudiar psicología, no era una carrera que le llenase demasiado, pero la facultad estaba cerca de su vivienda y el dinero de su familia escaseaba desde hacía varios meses. Las llamadas con su hermano empezaron a escasear, pero ella no podía dejar de darle vueltas a todo.
    El primer curso finalizó y con ellos las vacaciones llegaron y sus días libres y aburridos llegaron con ellas. Pero la duda no dejaba de corroerla y su único propósito era saber en qué andaba metido su hermano.
    Una semana fue lo que tardo en decidir ir a visitar a su hermano, una semana fue lo que tardó en descubrir que ese piso con amigos era un barrio entero de personas que traficaban con todo tipo de drogas. Y una semana fue lo que tardó en descubrir que su anterior pareja no había muerto por un accidente. Probablemente tuviese algún tipo de deuda o alguna persona tuviese alguna queja con él. No lo sabía, ni se lo quería imaginar. El resto de la semana se la pasó dándole vueltas a lo ocurrido, pensando en si podría haber cambiado el rumbo de la vida de su hermano. Ahora mismo lo único que le preocupaba era sacar a su hermano de ese mundo, pero no sabía cómo.

    Le estuvo llamando durante días, sin recibir ningún tipo de respuesta por parte de su Lucas. Y cansada, decidió ir al barrio al que se había mudado. A pesar de que todo ese mundo le daba pánico, no le dió miedo mientras pudiese ayudarle. Llegó allí tras media hora de viaje en bus, el ambiente estaba más apagado de lo normal por esa calle. La gente estaba vestida toda igual, con unos pantalones azules claros y una parte de arriba negra, todos iban enmascarados y con pistoleras. Todo eso le estaba empezando a dar miedo. Pero necesitaba hablar con él. Y así lo hizo. Salió corriendo hacia el interior del barrio, chocando con varios individuos, mientras intentaba reconocer el pelo o la mirada de su hermano entre tantos hombres vestidos de la misma forma. Pero no fue así. Una mano la rodeó del cuello y la levantó por los aires, dejándola casi sin aliento. Luciana sollozó levemente y le miró fijamente. Sabía que lo que estaba haciendo era peligroso y que probablemente su vida hubiese terminado ahí, pero no se rindió. Miró a los ojos al individuo y entre jadeos, murmuró el nombre de su hermano. El chico, algo sorprendido por la reacción de la muchacha, la soltó y gritó el que parecía ser un apodo L.K.. Un chico vestido con la misma ropa apareció, mirando fijamente a la chica y salió corriendo hacía ella. Los insultos que llegó a gritarle en menos de un segundo fueron demasiados como para enumerarlos. Pero al menos la chica tenía la certeza de que ese era su hermano y ante todo, de que estaba bien.

    Aunque aún quedaban gran parte de las explicaciones, la chica se sentía satisfecha al poder abrazar a su hermano. Pero para ella todos los problemas habían empezado en ese momento. Sin quererlo, había descubierto tanto la identidad como los movimientos ilegales del grupo de vecinos de su hermano. Y tanto ella como su hermano sabían que no iba a poder salir de allí con toda esa información.

    El conocido Jefe, el que mandaba dentro de todos aquellos chicos, apareció al momento, provocando el silencio de las masas. Lucas, o también conocido por LK, sabía que se había metido en un lío indirectamente y que su hermano iba a pagar por ello. El chico analizó a la joven durante varios minutos y acto seguido dirigió su mirada hacía la de su hermano. La única frase que dijo en voz alta y clara fue la siguiente: O tú te quedas o él se va contigo. Indicó señalando a Lucas. Daniela se estremeció y miró a su hermano. No entendía muy bien a qué se refería, pero por la mirada de terror de Lucas sabía que no era nada bueno y que con irse, no se refería volver a su casa.

    A la chica no le quedó otra opción que ceder ante la mirada amenazante del tal Jefe y mudarse a dicho barrio. Al principio sus padres no cedieron. Con la excusa de buscar trabajo, ella les había dicho que se mudaría al piso de su hermano, el cual quedaba tanto más cerca de la universidad como del badulaque en el que empezaría a trabajar.
    Su vida dentro del barrio fue dura al inicio, no entendía nada ni quería entenderlo. Sabía lo que hacían y por donde se movían. Lo único que tenía que hacer ella era buscarles clientes a los que poder venderles. Esos fueron los siguientes tres meses con ellos. Era una más dentro del barrio y la trataban como tal, como si fuese una más. A pesar de que eso a ella no le gustase demasiado.
    Un año fue el que necesitó para adaptarse a esa vida, un año fue lo que tardó en dejar la carrera y dedicarse plenamente a lo que para ella ya eran algo más que unos compañeros de trabajo. Todos ellos eran como una familia para ella y no tenía ninguna intención de separarse de ellos.

    Daniela tenía todo lo que muchos desearían tener: buenas amistades, la confianza de todos ellos y más en específico de los jefes. Por ello muchas de esas misiones algo menos peligrosas, pero sí importantes, eran confiadas a ella. Ya fuese infiltrarse entre un grupo de personas, sacar información a la policía, o todo lo relacionado. Y su evolución dentro del barrio fue mejorando progresivamente, hasta pasados varios años, cuando cumplió los 21. La forma de ser de Daniela había cambiado, pero su esencia seguía siendo la misma y su percepción de la vida no había cambiado respecto al resto de personas. Había perdido todo el contacto con los que en un pasado fueron sus amigos, y apenas tenía llamadas semanales con su familia. Pero todo eso la estaba ayudando, la estaba ayudando a ser más fuerte y a poder sobrevivir en un futuro. Por ello siguió adelante con todo y no se rindió nunca.

    Había dejado el barrio hacía meses, pero eso no significa que no quisiese seguir avanzando y descubriendo cosas nuevas. No sabía dónde le iba a llevar la vida, pero no dudaría en descubrirlo.


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